El presidio fue la primera de las grandes instituciones españolas de la frontera, creada en el siglo XVII. Era un establecimiento militar, al principio pequeño y con una dotación reducida a seis soldados, y al final de su utilidad edificado en una gran planta y con una guarnición de cincuenta soldados; al frente un capitán, habitaciones para la tropa y establo para los caballos. Diseñado específicamente para la situación fronteriza del norte del virreinato de Nueva España, en la actualidad territorio de los Estados Unidos, cuando el modelo de conquista militar cedió en favor de las actuaciones pacificadoras desempeñadas en gran medida por los misioneros.
Comprobada la necesidad de proteger a los misioneros, que optaban por adentrarse en solitario por zonas inexploradas, las autoridades españolas decidieron acompañarlos por un destacamento militar y ya construidas las misiones, junto a ellas edificar presidios que garantizaran la protección. El binomio misión-presidio caracterizó la expansión española de colonización y evangelizadora en las tierras de la frontera.
Los soldados presidiales (asignados a los presidios) firmaban contratos de largo plazo, hasta por veinte años.
El concepto de presidio, con una imagen reconocible a distancia, fue posteriormente copiada por los angloamericanos en sus fuertes (fort). Aunque en principio su función era estrictamente defensiva, su ámbito creció para cumplir varios y relacionados objetivos: principalmente la seguridad para las misiones próximas, los ranchos (otra creación española luego ampliamente adaptada por los definitivos moradores americanos), los pueblos y los asentamientos; para frenar el avance de los europeos desde el Norte y el Este; para contener a los nativos (los indios), que nunca atacaron un presidio; también para servir de centro comercial a comerciantes, ganaderos y granjeros, que allí vendían sus excedentes y sus creaciones; para el apoyo de las tribus nativas amigas, cuyos miembros optaban a menudo por acogerse en sus cercanías con las respectivas familias. De ahí que con el tiempo muchos presidios se transformaron en pueblos habitados por los nativos y por aquellos soldados presidiales licenciados que se instalaban alrededor en calidad de colonos.
De esta manera funcional y evolutiva, la institución del presidio, vital en la frontera, desplegó su influencia en los aspectos defensivo, sociológico y económico, convirtiéndose en uno de los grandes focos colonizadores del norte de México y el suroeste de los Estados Unidos de América.
Al cabo de los años, con un siglo de experiencia, la Corona encargó a Pedro de Rivera una inspección general de los presidios y aparejada una memoria de necesidades defensivas para la frontera. Ello dio como resultado el Reglamente de 1729.
Finalizada la Guerra de los Siete Años en 1763, el rey Carlos III quiso actualizar la situación en la frontera septentrional del virreinato de Nueva España, encomendando al mariscal de campo Cayetano María Pignatelli Rubí, marqués de Rubí, inspeccionar los presidios allí establecidos, acompañado del ingeniero Nicolás de Lafora. En dos años recorrieron doce mil kilómetros, abarcando todos los presidios, y el marqués de Rubí propuso las siguientes reformas: creación de un cordón único de presidios desde el Golfo de California (otrora Mar de Cortés) al Golfo de México, con una separación regular entre ellos de aproximadamente 160 kilómetros; la coordinación entre los presidios así como la impermeabilización de la línea se efectuaría patrullando continuamente las zonas intermedias; revisión del uniforme y armamento de los soldados, de los sueldos y de la dotación individual en animales de carga y monta: seis caballos, un potro y una mula para cada soldado.
Reglamento de 1772
El Reglamento de presidios propuesto por el marqués de Rubí, que disponía un cambio en la estrategia militar, pasando de la actuación defensiva a la ofensiva, fue aprobado por Carlos III en 1772.
Para llevar a cabo las reformas, en 1777 fue nombrado Teodoro de Croix Comandante General de las Provincias Internas, descentralizando así el poder sobre la inmensa región que incluía la Alta y la Baja California, Cohauila, Sonora, Sinaloa, Nueva Vizcaya, Nuevo León, Nuevo México y Tejas. Teodoro de Croix había sido nombrado en 1775 Capitán general de las provincias de Sonora y Sinaloa, y llegó a ser virrey del Perú.
Llevó a término una encomiable labor de reubicación, reforma y fortalecimiento de los presidios y, en general, de la defensa de la frontera, concibiendo el cuerpo de compañías volantes, una tropa ligera, en sustitución progresiva de la tropa de cuera o soldados presidiales de cuera, una tropa pesada. Teodoro de Croix mantuvo en todo momento novecientos efectivos de guarnición y escolta, novecientos en patrulla constante y novecientos en ofensiva permanente contra las tribus nativas hostiles.
La mejora en las condiciones de vida en la frontera fue notable, pero aún insuficiente. El problema lo resolvió definitivamente Bernardo de Gálvez, nombrado virrey de Nueva España tras sus éxitos en la lucha contra Inglaterra con motivo de la independencia de Estados Unidos (las trece colonias a las que España apoyó en su guerra de liberación). Fue su Instrucción de 1786 la que sentó las bases.
Instrucción de 1786
Esta norma se dirigía a las cuestiones de fondo recurriendo a políticas utilizadas dos siglos antes para finalizar la guerra contra los chichimecas de México y también por Juan Bautista de Anza en Nuevo México, pacificando la provincia. Bernardo de Gálvez propuso fomentar la discordia entre las tribus nativas, pactando con las dispuestas a la paz y forjando alianzas con algunas mientras avivaba los viejos conflictos tribales entre otras. Los nativos (indios) que se acercaban a los españoles quedaban protegidos en torno a los presidios y recibían, además, caballos, alimentos y suministros.
El problema de la hostilidad en la frontera se solventó cuando los nativos (indios) fueron invitados a instalarse al amparo de los presidios. La frontera quedó definitivamente pacificada, hasta que los españoles abandonaron el territorio, y los presidios cumplieron una función colonizadora.
Artículos complementarios
Instituciones españolas de la frontera: la misión
Instituciones españolas de la frontera: el rancho
Instituciones españolas de la frontera: el pueblo
Fray Junípero Serra y Gaspar de Portolá
Caminos españoles en Norteamérica