El Imperio en América del Norte: La extensión de los límites
Año 1792 en la isla Bodega y Quadra-Vancouver
Dos expediciones y una comisión
Oficial de la Real Armada Española, nacido en Lima, capital del virreinato del Perú, en 1744, de padre vizcaíno perteneciente a la nobleza y de madre integrada en la aristocracia criolla, Juan Francisco de la Bodega y Quadra-Mollineda, fue un hombre ilustrado, intrépido navegante, militar y político que aglutinó en torno a sí importantes tareas avaladas por su capacidad, arrojo y diligencia en los ámbitos de la exploración náutica, cartografía, colonización, hidrografía, también reputado naturalista, botánico, astrónomo, escritor de sus experiencias y firme negociador en nombre de España. Personalidad versátil, además de eficiente, donde las hubo y haya, cumplió sin demora ni protesta vana con los encargos a él asignados, incluso excediendo en su cometido por el bien del proyecto o mandato.
Llamado por la aventura marina y tras su paso académico por el colegio de San Martín, de la Universidad de San Marcos, en Lima, en 1762 ingresó en la Real Compañía de Guardiamarinas, en Cádiz; a los cinco años recibía el ascenso a alférez de fragata y en 1773 a alférez de navío. En 1784 alcanzó el empleo de capitán de navío.
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El virreinato de Nueva España y el Pacífico Noroeste. Primera expedición
El brillante expediente de Juan Francisco de la Bodega y Quadra Mollineda sirvió de aval para que el virrey de Nueva España, Antonio María de Bucareli, requiriera su presencia en México. El poder colonial español en la costa californiana estaba amenazado por la cada vez mayor penetración de barcos rusos y británicos, principalmente, pues las naves norteamericanas no suponían aún desvelo para la autoridad española, en busca de rutas comerciales (el mítico paso al Noroeste para conectar por vía marítima las regiones septentrionales de los océanos Pacífico y Atlántico) y negocio de metales preciosos y pieles en la Alta California y Alaska.
Antonio María de Bucareli y Ursúa
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El 16 de marzo de 1775 parte del apostadero de San Blas una expedición con rumbo Norte Noroeste, hacia la Alta California y territorios inexplorados siguiendo la estela y las posteriores noticias de Juan Pérez en sus exploraciones en las aguas de las actuales Canadá y Alaska, compuesta por la fragata Santiago (también denominada Nueva Galicia), al mando del teniente de navío Bruno de Heceta (Hezeta o Ezeta, según otras fuentes), a su vez jefe superior de la comisión; la goleta Sonora (o La Sonora y también Felicidad), mandada por el teniente de fragata Juan de Ayala, con el teniente de Fragata Juan Francisco de la Bodega y Quadra y como segundo Mourelle de la Rúa como piloto; y el paquebote San Carlos, comandado por del teniente de navío Miguel Manrique, a quien se le encomienda exclusivamente la tarea de abastecer a los presidios de Monterrey, San Diego, Loreto y otros menores.
El Departamento Marítimo de San Blas, en la provincia de Nayarit sita en la costa occidental de México frente a las islas Marías, fue idea y creación de José de Gálvez, Visitador general de la Corona española, con el apoyo del entonces virrey Carlos Francisco de Croix, marqués de Croix, para sustituir al puerto de Acapulco como base de partida y llegada, además de mantenimiento, del Galeón de Manila y para colaborar en la defensa de los presidios del norte de California.
El presidio español era una construcción de tipo fortaleza usado para el acuartelamiento de tropas, defensa y vigilancia de fronteras, control y amparo de territorios y apoyo a las misiones establecidas o por establecer en una zona determinada.
Las instrucciones de la expedición determinaban que el objetivo era alcanzar los 65º de latitud norte en una tarea de reconocimiento y afirmación de las costas de soberanía española.
Al poco de zarpar, tan sólo transcurridos tres días, hubo que desembarcar al capitán del paquebote San Carlos, Miguel Manrique, debido a una repentina enajenación mental. Por este imprevisto motivo, Juan de Ayala pasó a comandar el San Carlos y Juan Francisco de la Bodega y Quadra, con Francisco Mourelle de la Rúa como segundo, la goleta Sonora. El San Carlos puso proa al puerto de Monterrey
Prosiguió la travesía y con ella las dificultades promovidas por la climatología, las enfermedades, en especial el escorbuto, la incomodidad y las aguas embravecidas.
Navegaron mar adentro capeando los temporales y las averías, que se sumaban a los obstáculos, afectando en mayor medida a la fragata. La goleta evidenció escasas virtudes marineras en aguas como las de la Alta California, surcadas con propósito de audaz descubierta, pero sostenía el pulso y el ánimo de los embarcados. A los 60 días de duras condiciones, casi imposibilitados de navegar en conserva, Bruno de Heceta propone a la oficialidad el fin de la expedición según las instrucciones recibidas, la media vuelta y el atraque en Monterrey. No era una orden sino una cuestión a debatir; asunto que zanjan por escrito Bodega y Quadra y Mourelle anunciando por voluntad que siguen la ruta marcada.
La Santiago y la Sonora prosiguieron la aventura y los riesgos.
El 9 de junio avistaron de nuevo tierra. Elegida la ensenada donde dar fondo, la latitud es de 41º y 7′, al norte del cabo Mendocino, los capitanes bautizan el puerto con el espiritual nombre de Santísima Trinidad; topónimo aún en vigor. Allí hacen aguada, reponen la existencia de leña y otras, además de regalarse un merecido descanso. Pero breve. Diez días después retoman la navegación, y los temporales y las nieblas, hasta que a los 24 días de la partida se ven obligados a encontrar un resguardo para la nave y la tripulación.
Avistan una tierra escarpada, de montes nevados, inadecuada para fondear con garantías. No obstante buscan y descubren el abrigo de una lengua de tierra en un lugar que llaman Rada de Bucareli en homenaje al virrey de Nueva España Antonio María de Bucareli y Ursúa. Su situación geográfica aproximada es de 47º, quizá algo más, de latitud, en la actual costa del Estado norteamericano de Washington, probablemente entre el hoy puerto Grenville y la bahía de Gray; territorio con indígenas hostiles y agresivos que causaron siete bajas en el contingente español.
El 18 de julio, empeñados Bodega y Mourelle, siguieron aguas arriba con muy mal tiempo, fuertes vientos del NNO y chubascos continuos. La oscuridad de las noches es tan impenetrable que las naves han de disparar su artillería para no distanciarse demasiado. Insuficiente medida: el día 31 se pierden de vista los dos barcos y ya no volverán a encontrarse hasta el regreso de la goleta a Monterrey, puerto al que arrumbó la fragata al quedar en solitario sin esperanza de contacto con su compañera.
Juan Francisco de la Bodega y Quadra quería alcanzar al menos los 60 grados de latitud, o lo que es lo mismo, el paralelo 60. Y a fe que se dispuso a conseguirlo.
La fragilidad del casco y lo reducido de sus dimensiones, unido a la escasez de víveres, no fueron óbice para que la Sonora, adecuadamente gobernada pese a las circunstancias desfavorables, continuara surcando mar y ganando latitud norte.
El 16 de agosto avistan tierra. Frente a ellos se alza una montaña imponente, nevada, que Bodega y Quadra llama de San Jacinto (hoy Edgecumbe), por ser la festividad del día, señoreando la isla Kruzof en el Archipiélago Alexander, en Alaska; a una latitud de 57º 18′. La expedición había superado la del año anterior dirigida por Juan Pérez. Reconocieron la que llamaron ensenada del Susto (ensenada de Sitka, capital de la América de posesión rusa), lugar donde no encontraron comerciantes o militares rusos, fondearon en los puertos que denominaron Puerto de Guadalupe y Puerto de los Remedios (Sean Lion Bay, punto más alto alcanzado ese viaje y desde el que rolaron de vuelta hacia el Sur), y tomaron posesión de aquella tierra para España, izaron la bandera nacional y plantaron una gran cruz. Durante tres días permanecieron en aquel inhóspito lugar y recelosos autóctonos.
Ese fue el punto culminante de la aventura expedicionaria. Carentes de ropa y comida, azotados por el viento y las enfermedades, resultó imposible ascender más. Enfiladas las aguas de Alaska, a una latitud de 57º 58′, el 22 de agosto, cumplidos cinco meses de ardua navegación, la Sonora puso proa al origen.
Navegan costeando con el objeto de completar la tarea cartográfica, de protegerse en alguna rada en caso de emergencia y de averiguar la certeza del estrecho de Juan de Fuca. Por estos motivos, el 24 de agosto, a los 55º 17′ entran en una ensenada que denominan Puerto Bucareli (entre las islas Baker y Suémez, en el Archipiélago Príncipe de Gales, Alaska). Así la describe Bodega: “Es tan apreciable esta entrada por lo benigno del temperamento, por la quietud de la mar, por las aguas de riachuelos y aljibes que la naturaleza formó, y el buen fondo y peces que en ella hay”.
Siguen la exploración y descubren y dan nombre a la isla de San Carlos (Forrester island) y el cabo de San Agustín (en la isla Dall en el citado Archipiélago Alexander). Hasta que un nuevo brote de escorbuto determina poner fin y dirigirse a Monterrey.
Pero la peripecia de la Sonora iba a continuar debido al mal tiempo; y también sus éxitos. Otros temporales, encadenados ellos, hijos de la misma madre borrasca, mermó la de por sí frágil resistencia de la goleta y agotó la provisión de agua dulce. Por lo que, casi a tientas, el 11 de septiembre recalan en la isla de Lángara (Langara island), en el Archipiélago de la Reina Carlota, territorio canadiense, a una latitud de 53º 54′. Rumbo al Sur, a los 49º siluetean la actual isla de Vancouver, que muy pronto iba a ser bautizada como Bodega-Vancouver.
Las fiebres hacen mella no sólo en la esforzada tripulación: Bodega y Mourelle las padecen. Falta menos, pero aún no llegan y el 3 de octubre confunden la bahía de Bodega, así posteriormente denominada y mantenido hasta la fecha el nombre, con la de San Francisco, unas millas más al sur. La enorme bahía que creyeron la de San Francisco, es un entrante marino rocoso y de poca profundidad al norte de California, entre la ciudad de Monterrey y el cabo Mendocino.
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Del lugar cuenta en sus Diarios de viaje Bodega y Quadra: “Los indios que habían [de las tribus pomo y miwok] eran innumerables y pasaban en canoas de tule desde una costa a otra para venirse a una loma cercana adonde estábamos fondeados y, después que se juntaron gran parte, comenzaron a gritar como dos horas sin cesar. Al cabo de ese tiempo vinieron dos al costado y con la mayor franqueza regalaron plumajes, collares de hueso, un cesto de semilla con el gusto de avellana y varias frioleras de esta especie; yo les recompensé su oferta con pañuelos, espejos y abalorios, y se fueron muy gustosos”.
Por fin el 7 de octubre, ahítos de penalidades, fondearon en el puerto de Monterrey. Allí encontraron a los otros dos buques que componían la flotilla expedicionaria: la fragata Santiago y el paquebote San Carlos. Desembarcaron y pudieron reponerse del escorbuto. Transcurridas tres semanas de atenciones por parte de los franciscanos residentes en la zona, la goleta Sonora y su tripulación superviviente arribaban a San Blas el 20 de noviembre.
Escribe en su Diario Bodega y Quadra: “Es milagro no haber llegado todos enteramente baldados, así porque de continuo hemos venido casi anegados como por no tener el menor sitio para dar dos paseos, obligados a estar de pie, si podían sostenerse, o sentados, que era el descanso mayor que ha permitido”.
La reseña de este periplo expedicionario, plagado de dificultades y pródigo en descubrimientos, se guarda en valiosos documentos en forma de diarios escritos por el propio Juan Francisco de la Bodega y Quadra, por su piloto Francisco Antonio Mourelle de la Rúa y por el teniente de navío Bruno de Heceta y Dudagoitia.
Segunda expedición
Los informes remitidos por el virrey Bucareli satisficieron a la Corona española. Con esta exploración, España había extendido sus dominios en más de 500 leguas en el Pacífico Noroeste. Este contento repercutió en Juan Francisco de la Bodega y Quadra, sobre el a partir de la feliz descubierta se sucedieron los honores, los ascensos y la responsabilidad de nuevas misiones.
Aunque no sólo de intenciones se nutre un proyecto. Era preciso dotar a la flota expedicionaria con mejores naves e imprescindible embarcar a gentes de ciencia para el correcto trazado de las cartas náuticas y las descripciones geográficas; además de incorporar una tropa aguerrida que tomara posesión de las nuevas tierras a la par que contenían cualquier pretensión extranjera en oposición a la española llegado el caso. El virrey Bucareli inició las gestiones pertinentes para el buen fin de la expedición en 1776, pero hasta 1779 no fructificaron; una demora excesiva.
Esta segunda expedición también tenía por objetivo alcanzar el paralelo 70 (los 70º de latitud norte). Los barcos elegidos son dos fragatas: Princesa y Favorita (Nuestra Señora de los Remedios fue su primer nombre), mandada la primera por Ignacio de Arteaga, asimismo en calidad de jefe de la expedición, y por Juan Francisco de la Bodega y Quadra la segunda, con el importante encargo añadido de preparar la derrota a seguir y precisar los trabajos cartográficos y científicos. Francisco Antonio Mourelle de la Rúa repite como piloto en el barco de Bodega.
Desde el apostadero de San Blas, el 11 de febrero de 1779, da inicio la expedición con 195 hombres a bordo de las dos fragatas. Con tiempo adverso nada más empezar.
Hubieron de completar una amplia vuelta por el océano Pacífico hasta que el 3 de mayo, casi pasados tres meses de la partida, la expedición arriba al Puerto de y entrada de Bucareli (esta entrada también se denomina Puerto de Santa Cruz), aproximadamente a 55º de latitud norte. Exploran detenidamente la zona durante casi dos meses, lo que permite un atinado levantamiento cartográfico. La comisión a cargo de esta tarea científica registró gran número de lugares y accidentes geográficos, bautizados todos ellos; conservándose en la actualidad algunos, tales como cabo San Agustín, cabo San Bartolomé, islas de San Juan Bautista, de Heceta, de San Fernando y de Mourelle (también hay rotulada con este nombre en una carta de fines del siglo XVIII una isla en las proximidades de la península de Kenai, en Alaska), bahía de San Alberto o golfo de Esquivel.
La minuciosa labor, vinculada a la climatología, mantuvo en aquellas aguas a las fragatas y sus dotaciones hasta el primero de julio, fecha en la que aproaron hacia el Noroeste. A las dos semanas, el día 16, arribaron a la costa meridional de Alaska, a los 59º de latitud, navegando el estrecho del Príncipe Guillermo (Prince William Sound), a poniente del monte San Elías y la isla Kayak que llamaron Nuestra Señora del Carmen; con luz solar las veinticuatro horas
A continuación la flotilla de nuevo cumplió minuciosamente las tareas de reseña náutica y cartográfica, además de consignar la fisonomía, carácter y modo de vida de los lugareños, “Gentes robustas, gruesos y altos a proporción, de color trigueño claro y de mucha industria”, anota Bodega y Quadra. Luego alcanzaron la península Kenai, bautizada como Nuestra Señora de Regla, y tomaron posesión de una bahía situada en el extremo meridional.
El 22 de julio acabaron de reconocer por mar la isla Magdalena (Hinchinbrook), y al día siguiente penetraron en una ensenada más a poniente que bautizaron Puerto de Santiago (Port Etches); aquí procedieron formalmente a la toma de posesión. Era el alcance máximo de la campaña, 60º 13′ de latitud norte. Ocasión para retomar el contacto y comercio con los naturales de la zona.
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Había transcurrido medio año de navegación desde la partida y conseguido el objetivo.
El tiempo atmosférico y los contagios, frecuentes y precipitados en un espacio reducido y ya insalubre, seguían castigando a los intrépidos marinos. Pero querían más.
El 28 de julio se hicieron a la mar, o más bien se adentraron en nieblas, chaparrones constantes y vientos huracanados, obligándoles a mantener la capa hasta el 31, día en el que costearon la isla de Quirós (Montague). Al amanecer del siguiente avistaron una isla que bautizaron de Regla, en la ribera sudoriental de la península de Kenai, y un abrigo natural, que aunque no óptimo sí suficiente para el caso, que llamaron Ensenada de Nuestra Señora de Regla.
Desde tal mirador contemplaron un volcán de impresionante penacho, que denominaron Miranda o volcán de Quirós (Iliamna), accidente destacado en el istmo de la península de Alaska. Otro hito; y con él una renovada dosis de escorbuto y una inasequible secuencia de borrascas, forzaron el retorno.
No hubo ocasión de contacto entonces con alguno de los establecimientos rusos, que por las noticias obtenidas se inferían muy escasos. Sería en el verano de 1788, cuando la expedición comandada por Esteban José Martínez a bordo de la fragata Princesa, entablara relación con los traficantes de pieles siberianos apostados en la isla Trinidad, individuos toscos y mal encarados que violentamente exigían tributos a los esquimales.
Zarparon con rumbo a San Blas el 7 de agosto. Navegaron a la vista de la isla Kayak y del Puerto de Bucareli sin incidentes notables; hasta que el 3 de septiembre una espesa niebla separó a los dos barcos doce días, volviendo a coincidir las fragatas en el puerto de San Francisco. Fondearon unas semanas para reponer la quebrantada salud de la mayoría y dar traza definitiva a todas las cartas, planos y apuntes realizados durante la expedición.
El 30 de octubre abandonaban San Francisco y el 17 de noviembre atracaban en el apostadero de San Blas.
La memoria de las dos expediciones queda recopilada en los Diarios de viaje, escritos por Juan Francisco de la Bodega y Quadra, obra conservada en el Museo Naval de Madrid con el siguiente título:
Comento de las Navegaciones y Descubrimientos hechos en dos viajes de orden de S.M. en la costa septentrional de California, desde la latitud de 21º 30′ en que se halla el Departamento de San Blas, por don Juan Francisco de la Bodega y Quadra, de la Orden de Santiago, y Capitán de Navío de la Real Armada
Destinos posteriores
En 1780, en alza la fama de Bodega, se le confirió el mando del Departamento de San Blas, incluida la base naval. En el puerto o apostadero de San Blas también se construían barcos, cubriendo funciones de astillero un astillero, y a él arribaba el Galeón de Manila, trasporte periódico de ricas cargas asiáticas que una vez desembarcadas eran trasportadas por vía terrestre hasta la ciudad y puerto de Veracruz, en la costa atlántica de Nueva España, para de inmediato seguir ruta hacia España.
Aquel cargo, tan de responsabilidad como honorífico, mermó la salud de Bodega y Quadra; el pésimo clima de San Blas tuvo la culpa. El lugar era adecuado para los cometidos náuticos, pero enemigo de las personas por su patente insalubridad.
Le convenía un cambio de aires y por ello, y por una elemental deferencia, fue trasladado a Perú; y luego a La Habana, en la isla de Cuba, y después a la Metrópoli. Cuatro años en total, de guarnición y tedio, aunque también de estudio y aprendizaje práctico en otras materias. Pasado este tiempo, solicitó encarecidamente su vuelta a la navegación. Expresado con argumentación objetiva: “Se tratase de emprender un viaje al Mar del Sur por el cabo de Hornos o estrecho de Magallanes, tan útil como digno de eterna memoria, pues al mismo tiempo que se nos facilitaba el conocimiento de este paso, no sólo se lograría reconocer si las islas Galápagos y la de Cocos, situadas en el mar Pacífico, próximas a la línea equinoccial, ofrecen algún abrigo y comodidad de agua y leña; más también, extender el descubrimiento a la costa septentrional de California o Nueva Albión”.
San Blas se dibujó nítido en su nuevo horizonte el 24 de marzo de 1789. El Departamento recobraba para él la responsabilidad del mando y la función de punto de partida y punto de llegada de las navegaciones por el Pacífico Noroeste para ampliar los dominios de España y conocer de primera mano las posibilidades de toda índole. Organizó unidades de milicias y contribuyó a la mejora urbanística y sanitaria del apostadero, con los beneficios para el personal allí destacado que eso supuso.
Por esas fechas, Alejandro Malaspina ultimaba en Cádiz una expedición a esos confines que él ya había surcado y en buena medida revelado al mundo.
Bodega y Quadra regresó al Noroeste en 1792, coincidiendo con varias expediciones marítimas a la zona, tanto españolas: Alcalá Galiano, Cayetano Valdés y Jacinto Caamaño, como extranjeras, pero no al mando de expediciones hidrográficas e las que tanto había sobresalido.
Fue comisionado por la Corona para fijar con el inglés George Vancouver las fronteras de ambas naciones en el noroeste del Nuevo Mundo.
El Tratado de Madrid. El Tratado de El Escorial. La comisión de límites
Los territorios y las aguas del Pacífico Noroeste eran codiciados por las potencias de la época. A un lado los rusos, trajinando a lo suyo sin inmiscuirse ni permitir intromisiones, españoles y británicos, y en menor medida franceses y norteamericanos, pugnaban por ser reconocidos como legítimos titulares de las posesiones en litigio.
La política es mano diplomática y mano militar; con una se negocia y firma, a la par que la otra impulsa, condiciona y sostiene.
Las coronas española y británica tomaron asiento para alcanzar acuerdos en torno a la disputada soberanía, cada cual con sus argumentos y poderes esgrimidos de la manera más convincente; los británicos sentían la herida de la valiente y disciplinada actuación de Esteban José Martínez, durante el incidente de Nutka (o crisis de Nutka). Por parte española el negociador fue el I conde de Floridablanca, José Moñino y Redondo, mientras los británicos delegaron en Alleyne Fitzherbert, I barón de St. Helens.
El principio de acuerdo se logró el 24 de julio de 1790. La firma tuvo lugar en Madrid y de ahí el nombre del tratado; breve, porque en realidad ninguna de las partes, en especial el rey de España Carlos IV, lo aceptó de pleno.
Reanudadas las comisiones bipartitas de trabajo, el 28 de octubre de 1790 los mismos protagonistas firmaron en El Escorial el nuevo Convenio; el que evitaba una intervención armada para la que los españoles se habían preparado con 54 buques de guerra. Este acuerdo, denominado Tratado de El Escorial (cuyos puntos se explicitan en un artículo complementario), deliberadamente ambiguo, pretendía determinar los límites de las respectivas posesiones en el Pacífico Noroccidental. Españoles y británicos compartirían la soberanía de la isla de Bodega-Vancouver (así denominada a posteriori), con su principal puerto, Nutka (o Nootka), a la par que España no ascendería del paralelo 48º Norte en sus pretensiones expansivas y Gran Bretaña no provocaría incidentes de soberanía en territorios de la Corona española hasta esa latitud.
En 1792 procede una revisión sobre el terreno del acuerdo. Corresponde a una comisión de expertos la que fijará definitivamente los límites de la zona de posesión e influencia para cada una de las naciones, tal es la pretensión.
En Juan Francisco de la Bodega y Quadra, comandante en jefe del Departamento Marítimo de San Blas, recae el mando de la Expedición de Límites; una flota de guerra y de ciencia (con el botánico naturalista José Moziño como estudioso destacado), compuesta por las fragatas Santa Gertrudis, Nuestra Señora de Aránzazu y Princesa, la corbeta Concepción, ya situada en Nutka desde abril de ese año, y las goletas Activa y Saturnina. Además, la posición de Nutka, ensenada, puerto y establecimiento terrestre, ha sido fortificada y artillada en previsión de cualquier eventualidad. Patrullan alrededor las goletas Sutil y Mexicana, al mando de los capitanes Dionisio Alcalá Galiano y Cayetano Valdés, respectivamente, en misión de descubierta científica y apoyo militar si procede.
El episodio de la Expedición de Límites, junto a otros relacionados por corresponder en tiempo y lugar, se halla documentado por el historiador Francisco Fuster Ruiz en su obra El final del descubrimiento de América.
En Nutka, Juan Francisco de la Bodega y Quadra se reunió con el enviado británico, el marino George Vancouver. A pesar de las órdenes explícitas que le fueron dadas “dejar y entregar a los ingleses todo lo que de alguna manera verifiquen tocantes en los puertos y costas de Nutka”, el comandante en jefe del Departamento de San Blas no pensaba entregar aquel territorio que consideraba español. Astuto y avisado, aprovechó la indefinición de alguna de las cláusulas (ya se dijo que deliberadamente ambiguas en su redacción), como la que trataba del límite de las posesiones españolas y la fijación de los territorios adquiridos por el explorador militar inglés John Meares antes de 1789, para provocar una larga, cordial y estéril negociación con su rival Vancouver. En palabras del comisionado español: “No considero a la Inglaterra con derecho a reclamar la propiedad del puerto de Nutka, ni a la España en la obligación de hacer esta cesión, ni resarcir el menor daño, pues aunque Cook [James Cook] lo visitó el año de 1778 y después lo han visitado distintos viajeros, Pérez [Juan Pérez] lo descubrió el de 74 [1774] y Martínez [Esteban José Martínez] se estableció el de 89 [1789] con gusto de sus naturales, sin oposición ni violencia, como consta de los adjuntos documentos [que portada Bodega y Quadra para mostrar y demostrar]; en ellos se comprueba que a su arribó no encontró edificio alguno, que Meares [John Meares] sólo tuvo una pequeña barraca que ya no existía, ni se hallaba en el paraje cultivado, que la Efigenia [paquebote Iphigenia Nubiana, perteneciente a una compañía inglesa pero navegando con pabellón portugués] pertenecía a los portugueses, que Colnett [capitán James Colnett] dio sobrado motivo a que se le arrestase y, en fin, que Macuina [jefe tribal], jefe de aquella ranchería [los habitantes de Nutka y de la isla Bodega-Vancouver], confiesa la cesión que a nosotros ha hecho y niega la compra que supone Meares”.
Como era de suponer, Goerge Vancouver rechazó los argumentos del español, no obstante de absoluto peso y prueba fehaciente, aunque en todo momento manteniendo un tono cortés que fue confirmado con el paso de las conversaciones, hasta el punto de trabar ambos una sincera amistad, basada en la mutua admiración. Y aunque no hubo manera de alcanzar un acuerdo en común, cosa previsible dado lo que estaba en juego, antes de la despedida, en diciembre de 1792, los dos decidieron bautizar aquel territorio con los respectivos apellidos: “La gran isla de Bodega y Quadra y Vancouver”. Hace tiempo que la primera parte del nombre quedó olvidada por desaparición voluntaria y activa de una de las partes y por omisión patológica de la otra. Valgan estas líneas, pues, para recordar la historia que en realidad fue.
La descripción que Bodega y Quadra ha dejado escrita para los anales de la historia, con proféticas y sentidas palabras es la siguiente: “El puerto de Nutka es el de mejores proporciones que se encuentra en toda la costa; en él se inverna sin recelo, se entra y sale con prontitud a cualquier hora, sus habitantes son dóciles, el clima sano, no le falta terreno para siembras ni maderas de construcción; en sus inmediaciones abunda la peletería y, en una palabra, a pesar de los informes que tenía y el juicio que me debió, veo hoy que es el único, sin reserva nuestros presidios, en que se puede formar un establecimiento ventajoso y útil al comercio”.
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La aventura de su vida le cobró un tributo natural. El mar, en sí un mundo y una pasión, las vicisitudes de una prolífica carrera pletórica de valor y servicios, las contingencias de la aventura expedicionaria militar y científica, decidieron los últimos dos años del ilustre marino Juan Francisco de la Bodega y Quadra Mollineda, compañero de fatigas y méritos de otros ilustres marinos de la época, españoles de pro.
El 26 de marzo de 1794, aquejado de una grave enfermedad que le infligía un terrible dolor, falleció a los cincuenta años de edad. Fue enterrado el día 29 en el convento de San Fernando, en México.