Genio del surrealismo
Nacido en Figueras, en 1904, Salvador Dalí i Domènech afloró pronto su vocación artística así como un carácter histriónico y personalista en cuanto a consecución de objetivos en la vida. Fue alumno de la Real Academia de Bellas Artes de Madrid, donde imprimió las muestras que posteriormente promulgaron por todo el mundo su cosmovisión y el patente afán de notoriedad, también inconformismo, que le darían renombre universal.
El hombre invisible (1933).
Construcción blanda con judías hervidas (1936).
Comenzó cultivando una pintura de gran corrección y sentido lírico, desde la que mostraba sus dotes de consumado dibujante y virtuoso colorista, voluntariamente influido por el Renacimiento. Al cabo, discurriendo por sendas vanguardistas, se introdujo en el cubismo, e inmerso en el conocimiento en primera persona, viaje a viaje, participó en el movimiento surrealista; corriente ésta que satisfacía su inquieto temperamento y con la que plasmaba sobre el lienzo las imágenes concebidas por la lectura de obras de índole psicológica y psicoanalítica.
En esta época de efervescencia creativa y original estilismo en el trazo, sus pinturas certifican la órbita surrealista y la evocación onírica —el fascinante y terrible mundo de los sueños trasladados del consciente al subconsciente y viceversa, con interpretaciones sui géneris—, abundando en las alusiones sexuales y en las yuxtaposiciones de objetos y figuras. Cada una de estas obras evidencia el personal perfeccionismo técnico del pintor, quien en algunas creaciones alcanza logros de indudable belleza y significado.
El descubrimiento de América (1959).
Cristo de san Juan de la Cruz (1951).
Madrid en 1922 y París en 1928 marcan el inicio de un periplo itinerante con escalas concretas e invariables. Luego, entre 1940 y 1956, Salvador Dalí reside en Estados Unidos, donde ya era conocido y admirado —como él conocía y admiraba a Diego Velázquez, a quien definió como el insuperable, como el mayor genio de la pintura universal, en multitud de ocasiones—, y mediante un mítico aparato publicitario se convierte en uno de los artistas más cotizados. En este periodo, fructífero y prolongado, se inscriben una serie de obras personalísimas dotadas de colores brillantes y refinamientos compositivos.
Vértigo (1930).
La ilusión diurna: la sombra de un gran piano acercándose (1931).
Pintor, escultor, grabador, diseñador, escenógrafo y escritor, Salvador Dalí encarna al artista polifacético que incluye su manera de entender la vida y la promoción personal en el catálogo de su obra artística.
La Madonna Sixtina (1958).
Jirafa en llamas (1937).
En 1949 Dalí se instala definitivamente en España. Concibe su recorrido vital en adelante desde los parámetros anteriores y la inclusión de su entronque con la tierra que le vio nacer, experimentar en sus inicios como persona y artista y partir hacia nuevos horizontes cuyo origen abarcaba con la mirada.
Acrecienta el virtuosismo técnico y juega, a sabiendas del éxito, con las ilusiones ópticas. A la vez fortaleza la creencia en su dimensión social y expande la tesis de la convergencia de la ciencia: básicamente la física, las ciencias naturales y las matemáticas; la filosofía trascendental y la religión, en concreto el catolicismo. Dalí místico, Dalí propulsor de tendencias asequibles al gran público; personaje cotizado que viste con nombre propio cualquier idea, ocurrencia o ingenio. Sujeto a su peculiar lógica, imagen y sentimiento fusionan los respectivos caracteres para conceder al espectador la doble perspectiva: la realidad a extremo y la fantasía.
El sueño, su exploración, el ámbito onírico, aparece de continuo en la obra daliniana de toda índole durante años; es una característica del genio y, también, un reconocimiento al misterioso, sugestivo y atrayente otro lado de las cosas, a la otra interpretación, a la cara oculta que alguna vez en las vigilias y a menudo en la profundidad del estado latente protagonizan el sentido de la vida.
La persistencia de la memoria (1931).
La desintegración de la persistencia de la memoria (1952).
Su legado cita al destino como una derivación metafísica; lo traza uno mismo con el pincel, con la mano o con un instrumento de escritura.