El Imperio en Europa: Una estrategia sabia
Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez de Guzmán y Lope de Acuña y Avellaneda
Duelo de estrategias en los ríos de Flandes
Resonaba en Utrech el eco victorioso de Gemmingen, cuando a oídos del duque de Alba llegó la noticia de que el príncipe Guillermo de Orange, confederado con los alemanes, para resarcir a los suyos de las derrotas precedentes había organizado un ejército de casi treinta mil hombres que iba a ampliar con la adhesión de los grupos rebeldes flamencos dispersos.
El duque de Alba se dirigió a Mastrique (Maastricht) para enfrentarse a la poderosa amenaza el 11 de septiembre de 1568. Contaba entonces con aproximadamente quince mil efectivos, incluidos los dos mil quinientos de refuerzo traídos por su hijo don Fadrique, milicia antecedente del Tercio de Flandes, pero repartidos por todo el territorio para asegurar su defensa; una evidente desventaja. El de Orange acampó a orillas del río Mosa en las cercanías de Maastricht.
El príncipe de Orange conminó al duque para que depusiera su oposición al avance de la hueste integrada por una coalición de Dinamarca, Inglaterra, los Estados alemanes protestantes y los franceses protestantes, a lo que repuso Álvarez de Toledo que la suya era una coalición mayor y más fuerte, integrada por todos los reinos a las órdenes de Felipe II, de uno a otro confín del mundo. El de Alba acampó enfrente y a la vista del enemigo junto al castillo de Haren, también a orillas del Mosa, con sus quince mil infantes y cinco mil jinetes; un despliegue que vuelve prudente al de Orange.
Impaciente y seguro de su fuerza, el de Orange cruzó el Mosa el 7 de octubre de 1568, apenas obstaculizado por maniobras esquivas del ejército español que durante un mes adoptó esa táctica, ideada por el duque pese al deseo de presentar batalla de sus hombres, que desconcertó al príncipe. Los capitanes españoles protestaron ante su jefe el duque por esa actitud contemporizadora, a lo que él replicó en su estilo que le satisfacía mucho que sus soldados pusieran coraje y empeño de atacar al enemigo para derrotarlo, pero que los generales debían ganar las batallas a ser posible sin perder un soldado. Confiaba Álvarez de Toledo en las deserciones por la falta de paga y alimentos que pronto sacudirían el campo enemigo; como así fue.
El 16, Guillermo de Orange se sitúa en Jodoigne, a orillas del río Geete que fue a cruzar para recibir al aliado que venía de Francia. Entonces mandó atacar el duque de Alba a los suyos, arcabuceros y caballería ligera, escuadrones de infantería y piqueros y artillería de acompañamiento; en la vanguardia española figuraba Lope de Acuña y Avellaneda, magnífico capitán de Caballería.
El descontento cundía en las filas protestantes, y a poco el príncipe cae muerto por ello; sin embargo, se sobrepuso y, además, recibió la estimable ayuda de tres mil infantes y quinientos caballos enviados por el aliado francés.
Pero esa maniobra de unión es la que aprovechó el duque para atacar, con reducida tropa de arcabuz, unos dos mil, a los cinco mil que guardaban el paso del río; éstos, cogidos por sorpresa ante la audaz ofensiva, apenas opusieron una hora de resistencia. Los de Alba causaron casi tres mil bajas al enemigo, razón por la que los capitanes propusieron atravesar el río y dar batalla en la otra orilla en ese momento de impulso. Pero el duque no lo permitió.
A todo eso el príncipe proseguía su campaña de captación de rebeldes contra el gobierno español, aunque sin éxito; lo peor fue para él que las ciudades de Brabante, Tienen, Namur y Nivelles, las principales visitadas, rechazaron incorporarse a su causa y desde la de Lieja, que pretendía invadir a toda costa a partir de la madrugada del 5 de noviembre, se le disparó con fuego de cañón. Ante tal campaña de fracaso, cercado y repelido, el príncipe optó ese mismo día por dirigirse a Francia, siendo continuamente hostigado por los españoles y acosado por las quejas de sus hombres al no recibir ni conseguir lo estipulado.
El camino que le llevaba a Francia derivó a no tardar hacia Alemania cuando desertó una buena parte de su ejército y el futuro pintaba bastos para él, como le sucedió a Luis de Nassau. El duque de Alba había vuelto a ganar la batalla al de Orange y esta partida de estrategia en la que, habiendo mudado hasta veintinueve veces de campo los contendientes, a la vista y cerca unos de otros, el resultado fue la huida de los del príncipe con un número de bajas aproximado a las cinco mil, mientras que el ejército del duque apenas sufrió un centenar.