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Gran Duque de Alba. Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel

El Imperio en Europa: el Duque de Alba



Puede decirse sin temor a exagerar que Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, el Gran Duque de Alba, dedicó toda su vida al servicio de España, del nacimiento en la abulense localidad de Piedrahita, en 1507, hasta su fallecimiento en Lisboa, en 1582, con el título de I Virrey de Portugal; fueron sus padres García Álvarez de Toledo y Zúñiga y Beatriz Pimentel y Pacheco.
    Es uno de los grandes generales que la historia universal ha dado, así para sus Tercios —a cuyos hombres se dirigía con el distintivo de Señores soldados y aliados como para sus enemigos; entre éstos, destacadamente, otomanos, musulmanes y luteranos; formidable estratega e insuperado en valor y audacia.
    Su divisa reza: “Al dios de nuestros padres” (Deo patrum notrorum).
    Sus títulos proclaman que entre otras dignidades fue: III duque de Alba de Tormes y de Huéscar, marqués de Coria, conde de Salvatierra y de Piedrahita, señor de Valdecorneja, Grande de España y Caballero del Toisón de Oro; persona de la máxima confianza de Carlos I y Felipe II (desde 1554, cuando Felipe era aún príncipe, y en Inglaterra), Mayordomo mayor de ambos y miembro de sus Consejos de Estado y Guerra; Gobernador del Ducado de Milán, Virrey de Nápoles, Gobernador de los Países Bajos y Virrey y Condestable de Portugal; asimismo, representó al rey Felipe II en sus esponsales con Isabel de Valois, hija del rey Enrique II de Francia, su tercera esposa, y con Ana de Austria, hija del emperador Maximiliano II de Habsburgo, su cuarta y última esposa.

Tiziano: Retrato del Duque de Alba (s. XVI).


Alonso Sánchez Coello: Retrato del Duque de Alba (1567).


Semblanza militar y política
A la temprana edad de seis años, Fernando captó en toda su dimensión el noble y sacrificado oficio de las armas al acompañar a su abuelo Fadrique Álvarez de Toledo y Enríquez, II Duque de Alba de Tormes y Grande de España, en la toma de Pamplona el año 1513. Antes de su primera hazaña bélica, con únicamente diecisiete años, había recibido en la infancia y adolescencia una esmerada educación en humanidades y conocimiento de idiomas compatible con las enseñanzas guerreras, teniendo como preceptores a Bernardo Gentile y Severo Marini, ambos italianos, y como ayo desde 1520 al poeta Juan Boscán. Lo dicho, a los diecisiete años se enroló en la hueste del Condestable de Castilla, Íñigo de Velasco, para acudir a la liberación de la villa guipuzcoana de Fuenterrabía tomada entonces por los francos; y tal fue la repercusión de su protagonista en esta campaña de 1524 que se le otorgó el mando de la villa. Por cierto, en esta ocasión conoció Fernando al entonces alférez Garcilaso de la Vega, con quien entabló una amistad de palabra y de obra de por vida.
    En 1532 acudió al sitio de Viena con la recluta de tropa del emperador Carlos, I de España, permaneciendo en Bolonia durante las negociaciones que se prolongaron hasta febrero de 1533, regresando a España con el emperador; y tres años después, en 1535, combatió al pirata otomano Khair Ben Eddyn, Barbarroja, en la Jornada de Túnez, para recuperar este territorio poco tiempo antes ocupado por éste; también estuvo presente en la acción el al cabo insigne Álvaro de Bazán. A cargo de custodiar la frontera española, organizó defensivamente la frontera de Navarra y fortificó Perpiñán, capital del Rosellón; en 1542 obligó a los francos a la retirada de esta comarca; previamente había estado presente en el acuerdo de Niza firmado en 1538. Los méritos contraídos por Fernando en estas lides, fueron inmediatamente apreciados por el emperador, quien en 1547 le puso al frente de los Tercios en la lucha contra la Liga de príncipes protestantes germanos de Esmalcalda (Liga de Esmalcanda, constituida en 1931, y Guerra de Esmalcanda), iniciada en 1546 (con don Fernando en Utrech desde enero) y culminada con rotundo triunfo en la célebre batalla de Mühlberg, en 1547.

Antonio Moro: Retrato del Duque de Alba (1557).

Imagen de caballerosyarte2.blogspot.com

Es a partir del año 1548 cuando el emperador Carlos I de España y V de Alemania nombró a Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, en su calidad de Mayordomo Mayor, para que también lo fuera del heredero a la Corona, su hijo Felipe II, e introdujera en la corte española los modos y usos de la borgoñona, disponiendo, además, aquello preceptivo por la llegada del regente Maximiliano, sobrino del emperador.
    Cumplida la encomienda, el príncipe Felipe y el duque de Alba emprendieron un viaje de tres años por los Países Bajos y los Estados del Sacro Imperio Romano germánico; durante este periplo diplomático y de iniciación de sus futuras responsabilidades como rey para Felipe, Fernando recibió la noticia del fallecimiento de su primogénito. Retornaron a España en 1551.

Eugène Isabey: Arribada del Duque de Alba a Roterdam en 1567 (1844).


En 1554, tras una anterior estancia belicosa en Alemania de poco más de un año contra protestantes y franceses, Fernando acompañó al príncipe Felipe a Inglaterra con motivo de su segundo matrimonio con la reina María I Tudor; el primer matrimonio fue en 1543 con María Manuela de Portugal, y también destacó en su organización. Un año más tarde, reavivado en la península itálica el conflicto entre España y Francia, con la intervención vaticana de Pablo IV en favor de ésta, el duque de Alba allí marcho como Capitán general y Gobernador de Milán (territorio amenazado por un poderoso ejército francés, superior en número al español); y un año después, 1556, como virrey de Nápoles (a solucionar en lo posible la problemática complejidad napolitana); de extremo a extremo de la bota y de triunfo en triunfo. Derrotados los franceses de Francisco de Lorena, duque de Guisa, en la batalla de Giulianova (costa adriática), el duque de Alba entró victorioso en Roma en septiembre de 1557; ante lo que el papa solicitó una paz que le fue concedida por el católico Felipe II.
    Al hilo de esta contienda, el 29 de marzo de 1559 firmaron los reyes de España, Felipe II, y Francia, Enrique II, el Tratado de Paz de Cateau-Cambrésis, un trascendental acuerdo que durante el siglo de su vigencia permitió a España su hegemonía en Europa occidental y el mediterráneo, sellado con la boda, la tercera, de Felipe con Isabel de Valois, hija de Enrique, celebrada por poderes, siendo Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel el representante del monarca español.
El verano y el otoño de 1566 introdujeron en el reinado de Felipe II serias complicaciones. El duque de Alba había representado a Felipe II en las llamadas deliberaciones de Bayona, sucedidas entre la esposa del monarca español, Isabel, y su madre, Catalina de Médicis, a la sazón reina regente de Francia. A su regreso, se desencadenó en Flandes y los Países Bajos un ataque protestante-calvinista, en demanda de tolerancia religiosa (firmantes del Compromise en 1566), que llevaba aparejada la independencia política, denominado Asalto a las imágenes, contra las figuras católicas expuestas en iglesias, conventos y otros lugares de culto; pronto estas acciones imbuidas de sentimiento religioso se convalidaron en una revuelta civil, que no perdía su carácter inicial. También este año 1566, en concreto el 26 de diciembre, le fue otorgada por el Papa Pío V la Rosa de Oro, el bonete y el estoque bendecido en premio a su esfuerzo en favor del catolicismo.
    El rey de España envió al levantisco territorio un poderoso ejército al mando del duque de Alba (quien debía precederle). Partió en abril con 10.000 soldados, viajando por mar hasta Italia y luego por tierra cruzando el Piamonte, Saboya, el Franco Condado, Lorena y Luxemburgo, evitando los territorios enemigos de Francia, Suiza y Renania, dando origen con esta ruta al famoso “Camino español”, vía segura para cubrir la distancia de ida y vuelta entre los dominios en el norte de la península itálica y Flandes durante un siglo. El 22 de agosto de 1567 llegaron a Bruselas los españoles, y en el acto el duque de Alba sustituyó en el cargo a la gobernadora Margarita de Parma (Margarita de Austria), hija natural de Carlos I y por lo tanto emparentada con Felipe II.
    Para sofocar la revuelta levantó fortificaciones para albergar a las tropas e instituyó el llamado Tribunal de los tumultos, que juzgó implacablemente a los responsables de la misma; paradojas de la historia, los que fueran aliados de España en la célebre batalla de San Quintín, los condes de Egmont (gran amigo de Fernando) y Horn, pagaron con la muerte su levantamiento, tal y como establecía la ley aplicada.
    Pese a su deseo de viajar a Flandes, Felipe II había permanecido en España debido al fallecimiento de su entonces único hijo varón, Carlos, y la sublevación de los moriscos en las Alpujarras, por lo que encareció al duque de Alba a que continuaría ejerciendo las misiones y los cargos prefijados hasta nueva orden.
    Y como a río revuelto ganancia de pescadores, el tercer cabecilla del levantamiento, Guillermo Nassau, príncipe de Orange, ayudado por los hugonotes francos, se hizo notar presentando batalla sobre todo en ciudades.
    El duque de Alba, como no podía ser menos, recogió el guante y bajo el estandarte de “Por la ley, el rey y el pueblo” (Pro lege, rege et grege), sus Tercios devolvieron el control de Malinas, Zutphen, Alkmaar, Naarden y Haarlem, e impusieron una férreo gobierno que le valió el apelativo de Duque de Hierro. La excesiva dureza en la actuación política (puesto que la guerra exige esos métodos), determinó en Felipe II el relevo del duque de Alba por el almirante Luis de Zúñiga y Requesens (Luis de Requesens) , otro brillante militar que durante la batalla de Lepanto había asesorado a Don Juan de Austria; el gobierno de Luis de Requesens suavizó el trato a los rebeldes, a los que tuvo que derrotar en la batalla de Mook, pero no concluyó en una armonía que permitiera asegurar la presencia española por tiempo indefinido.
    Durante los años que permaneció al frente de la vasta región, fueron varias las propuestas administrativas y legales que promovió, algunas con recorrido y otras ceñidas a su presencia: aseguró el traslado a España de la cuarta esposa de Felipe II, Ana de Austria (hija del emperador Maximiliano II); promovió el redactado de la Ordenanza del Derecho Penal de 1570; confirió una estructura duradera a la administración eclesiástica según las disposiciones de la bula Super Universalis de 1559; e introdujo, siquiera brevemente, una fiscalidad más justa y eficiente en 1571.
    Regresó a España en 1573 y se incorporó a su tarea en el Consejo Real, en pugna con su enconado enemigo Antonio Pérez del Hierro (traidor a la Corona e instigador por despecho y envidia de la leyenda negra contra España, rápidamente absorbida y adoptada por cuantos deseaban ver derrocado el gran imperio español), nunca abandonada pese a la distancia.

Peter Paul Rubens: El Gran Duque de Alba (1603).

Imagen de la Fundación Casa de Alba.

Por romper el estricto protocolo de la Corte en el asunto de la boda de su hijo Fadrique, el duque de Alba mereció pena de destierro anual, en Uceda, Guadalajara, entre 1579 y 1580. En esta fecha vuelve a la actividad encomendado por el rey para librar batalla en Portugal, debido a la crisis sucesoria.
    El Consejo de Regencia portugués optaba por entregar la corona a Felipe II, por su derecho como hijo de Isabel de Portugal, pero la aristocracia y la nobleza preferían en el trono al prior de Crato, Antonio de Portugal.
    Decidido Felipe II a ejercer su derecho, eligió al duque de Alba, por tierra, nombrado capitán general, y al marqués de Santa Cruz, el almirante Álvaro de Bazán, para que derrotaran a los que se oponían. Don Fernando contaba setenta y dos años, muchos para la época y aún más si se repasa la historia incesante de servicio en el campo de batalla y en la brega política, pero no sólo por obligación aceptó la campaña, aunque dejó constancia de una realidad: “Sois el único monarca de la tierra que sacáis de la prisión a un general para daros otra corona”, le recordó al rey. Dicho y hecho. El 25 de agosto de 1580 venció al ejército portugués, en este suelo, del general Diego de Meneses en la batalla de Alcántara, dejando expedito el camino de Lisboa a Felipe II donde fue proclamado rey el 12 de septiembre de 1580 y jurado por las Cortes en Tomar, convocadas por el monarca español, el 15 de abril de 1581.
    En agradecimiento, el monarca español otorgó al duque de Alba el título y cargo de I Virrey de Portugal y el título y cargo de Condestable de Portugal, que elevaron a Don Fernando a la segunda posición en la jerarquía de la Corona, inmediatamente después del rey.

Willem Key: Retrato del Duque de Alba (1560).

Imagen de la Fundación Casa de Alba.

Hasta el postrer momento de su vida mantuvo el genio y la figura. Su fallecimiento tuvo lugar en Lisboa el 11 de diciembre de 1582, asistido por fray Luis de Granada.


Artículos complementarios

    El camino español

    Victoria de Los Tercios en Groningen y Jemmingen

    Cartas a Juan de Austria de Felipe II y el duque de Alba

    Felipe II

    Álvaro de Bazán y Guzmán

    Duelo de estrategias en los ríos de Flandes

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