La sublevación en Madrid contra el gobierno del Frente Popular presidido por Juan Negrín
La constitución del Consejo de Defensa
El 5 de marzo de 1939, el coronel Segismundo Casado, mando principal de la Región Centro, comunica por medio de enlaces anarcosindicalistas al general Manuel Matallana, jefe supremo de todos los Ejércitos en territorio del Frente Popular de la República, que continúa en Valencia, la hora de la sublevación contra el gobierno Negrín que habían proyectado. Luis Romero (El final de la guerra) da cuenta documentada que Casado se vio con los sindicalistas Eduardo Val, Manuel Salgado y Melchor Baztán, quien marchó a Valencia tras la reunión a informar al general Matallana. La fecha del 5 se vincula a las “noticias de que Negrín y el Partido Comunista intentarían un golpe de fuerza el día 6 o en la madrugada del 7”, según cuenta Cipriano Mera en su obra Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindicalista.
Hacia las siete de la tarde Casado se desplazado a los sótanos del Ministerio de Hacienda, la llamada “Posición Japón”, donde radicaba desde noviembre de 1936 el Estado Mayor de la Defensa. Allí estaban el general Martínez Cabrera, gobernador Militar de Madrid, Adolfo Prada Vaquero, coronel subinspector de la Zona Centro, y Valentín Gutiérrez de Miguel, jefe de la 65 División. Dos horas después se unían los dirigentes anarquistas José García Pradas, José González Marín y los ya citados Eduardo Val y Manuel Salgado; luego llegan los socialistas Julián Besteiro y Wenceslao Carrillo y el republicano Miguel San Andrés. Son los personajes que constituyen el Consejo Nacional de Defensa. Las memorias escritas de Segismundo Casado: Así cayó Madrid, de Cipriano Mera: Guerra, exilio y cárcel de un anarcosindicalista, y de José García Pradas: Como terminó la de España, refieren esta constitución formal, la fijación de estructuras y misiones y el reparto de carteras para los consejeros. Se desea unánimemente que la presidencia recaiga en Julián Besteiro, el único civil, pero éste declina el ofrecimiento aduciendo que, en cita de José Manuel Martínez Bande, “si se ha proclamado el estado de guerra por el Gobierno Negrín, en tiempos en que tenía títulos para hacerlo, debe ser un representante del Ejército quien ocupe el cargo de máxima representación y superior responsabilidad en una República de la que no quedan ni Presidente, ni Cortes, ni Gobierno”. Besteiro acepta la Consejería de Estado; su sentir es el de la mayoría de españoles todavía sometidos al Frente Popular: “La verdad real: estamos derrotados por nuestras propias culpas (claro que el hacer mías estas culpas es pura retórica). Estamos derrotados nacionalmente por habernos dejado arrastrar a la línea bolchevique, que es la aberración política más grande que han conocido quizás los siglos. La política internacional rusa, en manos de Stalin y tal vez como reacción contra un estado de fracaso interior, se ha convertido en un crimen monstruoso. La reacción contra ese error de la República de dejarse arrastrar a la línea bolchevique, la representan, genuinamente, sean los que quieran sus defectos, los nacionalistas, que se han batido en la gran cruzada anticomintern”. Ha este texto recogido por César Vidal se une la constatación de los hechos que resume con las siguientes palabras: “La España republicana se había introducido en el camino que conducía hacia la dictadura comunista, en un anticipo de lo que luego serían las denominadas democracias populares del Este de Europa posteriores a la segunda guerra mundial. Así lo afirmarían posteriormente personajes como el poumista Julián Gorkin, Enrique Castro Delgado, creador del Quinto Regimiento, Jesús Hernández, ministro comunista en el gobierno republicano o el futuro general del KGB Pavel Sudoplatov, que actuó en España como agente de Stalin encuadrado en el NKVD y que afirmaría años después: ‘España demostró ser un jardín de infancia para nuestras operaciones de inteligencia futuras. Nuestras iniciativas posteriores relacionadas con inteligencia surgieron todas de los contactos que hicimos y de las lecciones que aprendimos en España. Los republicanos españoles perdieron, pero los hombres y las mujeres de Stalin ganaron’.”
Asumió la presidencia Casado, aunque se pensaba en el general José Miaja para el puesto; Miaja era el jefe de los tres Ejércitos todavía, pese a las recientes órdenes de Negrín y los comunistas apartándolo de tamaña responsabilidad. Pero Miaja no es fiable, de modo que el Consejo de Defensa quedó como sigue: los socialistas Besteiro y Carrillo en Estado y Gobernación, respectivamente; los anarcosindicalistas González Marín y Val en Hacienda y Economía y Comunicaciones y Obras Públicas, respectivamente; y los republicanos José del Río (Unión Republicana) y San Andrés (Izquierda Republicana) en Instrucción Pública y Sanidad y Justicia y Propaganda, respectivamente, siendo elegido secretario José Sánchez Requena (Partido Sindicalista); Casado en Presidente provisional y consejero de Defensa. Al día siguiente, 6 de marzo, se incorporan al Consejo el socialista Antonio Pérez García, con la cartera de Trabajo, y se otorga la presidencia a Miaja que ha sido informado puntualmente y ha felicitado la organización y puesta en marcha; así lo testimonia su biógrafo Antonio López Fernández en el libro General Miaja, defensor de Madrid.
Cipriano Mera mandaba el IV Cuerpo de Ejército, fuerza indispensable para asegurar el golpe de Estado. Junto a su ayudante, el comandante de milicias Antonio Verardini, se reunió con Casado la noche del 5. Mera había encomendado su tropa al jefe del 12 División, el mayor de milicias Liberino González, socialista moderado de su plena confianza. Esta gran unidad militar, acantonada en el corredor del río Henares, debía maniobrar hacia Madrid directamente en caso de necesidad para proteger al Consejo. Para salvaguardar al Consejo en la “Posición Japón” desde el primer momento, esa misma noche, se designó a la 14 División, anteriormente mandada por Mera y ahora por el mayor de milicias Rafael Gutiérrez Caro. A la Brigada LXX de la 14 División, unidad anarquista experimentada en combate, mandada por Bernabé López, afecto a Mera, se le encomendó que motorizada entrase en Madrid por la calle de Alcalá y ocupara a toda costa los ministerios de Gobernación, Hacienda y Guerra además de los edificios de la Telefónica, Correos y Telégrafos y Banco de España.
La decisiva intervención en favor del Consejo de la Brigada LXX no se producía. Corría la noche y esa tropa no era vista, por lo que la fuerza militar a disposición de los sublevados era mínima entonces, sumando sin excesiva fiabilidad a dos batallones de los llamados de Retaguardia, dispuestos por Martínez Cabrera, y los Guardias de Asalto, al mando del teniente coronel Armando Álvarez, que estaban minados por la propaganda comunista. La Brigada LXX llegó a Madrid cerca de la medianoche y de inmediato ocupó los edificios que tenía señalados, entre ellos el Ministerio de Hacienda (la Posición Japón). Con este refuerzo imprescindible, los conjurados en el golpe se situaron frente a los micrófonos de Unión Radio y Radio España para dar el parte de guerra a la población a su alcance: “¡Atención, señores radioyentes, van a oír ustedes las palabras de don Julián Besteiro, que no necesita presentación”. Con voz fatigada y temblorosa, emocionado (tal lo describe García Pradas): “Ha llegado el momento de irrumpir con la verdad y rasgar las redes de falsedades en que estamos envueltos […] El Gobierno del señor Negrín, con sus veladuras de la verdad, sus verdades a medias y sus promesas capciosas, no puede aspirar a otra cosa que a ganar tiempo. Y esa política de aplazamiento no puede tener otra finalidad que alimentar la morbosa creencia de que la complicación de la vida internacional desencadene una catástrofe de proporciones universales, en la cual, juntamente con nosotros, perecerían masas proletarias de muchas naciones”. Ya que el Gobierno Negrín, izado y sostenido por los comunistas, carecía de base legal y la República carecía de Presidente y no había manera de elegir otro al no funcionar las Cortes, el golpe del Consejo de Defensa estaba plenamente justificado. Continuó Besteiro: “¿Quiere decir esto que en el territorio de la República exista un estado de desorden? No. El Gobierno del señor Negrín, cuando aún podía considerarse investido de legalidad, declaró el estado de guerra y hoy, al desmoronarse las altas jerarquías republicanas, el Ejército de la República existe con autoridad indiscutible, y la necesidad del encadenamiento de los hechos ha puesto en sus manos la solución de un problema gravísimo, de naturaleza esencialmente militar”.
Después de la alocución de Besteiro tomaron la palabra Segismundo Casado y Cipriano Mera. Dijo Casado: “Escoged, españoles de la zona invadida, entre los extranjeros y los compatriotas, entre la libertad fecunda y la ruinosa esclavitud, entre la paz en provecho de España o la guerra al servicio de la locura imperialista”. Mera, por su parte, dijo: “A partir de este momento, conciudadanos, España tiene un Gobierno y una misión: la paz. Pero la paz honrosa, basada en postulados de justicia y de hermandad. Sin humillaciones ni debilidades, con la conciencia de nuestros actos, queremos la paz para España, pero, si por desgracia para todos, nuestra paz se pierde en el vacío de la incomprensión, también os digo serenamente que somos soldados y como tales estaremos en nuestros puestos”.
Cerró la emisión Miguel San Andrés con el manifiesto del programa general del Consejo de Defensa. Dijo que ya no había ninguna forma de Gobierno y que el Consejo Nacional de Defensa “recoge sus poderes del arroyo adonde los arrojara el Gobierno del doctor Negrín”, denunciando la mentira como forma de actuar por Negrín y su gobierno: “todas las promesas que se hicieron al pueblo en los más solemnes momentos fueron olvidadas; todos los deberes, desconocidos; todos los compromisos, delictuosamente pisoteados. No puede tolerarse que en tanto se exige del pueblo una resistencia encarnizada se hagan los preparativos de una cómoda y lucrativa fuga; no puede permitirse que en tanto el pueblo lucha, se sacrifica, combate y muere, unos cuantos privilegiados preparen su vida en el extranjero”. La condena del Consejo queda así expresada públicamente, prometiendo que “no saldrá de España ninguno de los hombres que en España deben estar hasta tanto que por libre determinación salgan de ella todos los que de ella quieran salir. Damos a todos la seguridad de que nadie, absolutamente nadie, escapará al cumplimiento de los deberes que le corresponden”.
Conviene recordar en este punto de la historia que el Ejército del Centro, pretendidamente a las órdenes de Casado, compuesto por cuatro Cuerpos de Ejército, estaba poderosamente enlazado a los comunistas al contar con mandos comunistas tres de los cuatro Cuerpos; el cuarto estaba al mando de Cipriano Mera. Los mandos del I Cuerpo (Divisiones 1, 2 y 69), coronel Luis Barceló y Jover, y del II (Divisiones 4, 7 y 8), coronel Emilio Bueno y Núñez de Prado (sustituido al caer enfermo por el estalinista comandante Guillermo Ascanio, jefe de la División 8), habían aceptado ponerse a las órdenes del Consejo de Defensa; sin embargo, la madrugada del día 6 Barceló se proclamó jefe del Ejército del Centro y se pronunció contra Casado y el Consejo , sumando al II Cuerpo. El III Cuerpo (Divisiones 9, 13 y 18) estaba mandado por el teniente coronel Antonio Ortega Gutiérrez, también de obediencia comunista, situado en la zona del río Jarama, la más alejada de la capital madrileña.
Casado contaba, además del IV Cuerpo de Ejército, de Cipriano Mera, con la reserva de ejército de las Divisiones 14, 28 y 65, mandada por el socialista de Casado Valentín Gutiérrez de Miguel, y con el XVIII Cuerpo formado por las Divisiones 19, 64 y 73.
La huida del Gobierno Negrín
Ante la constatación de la realidad en Madrid y Valencia, Juan Negrín, en la “Posición Yuste” de la Finca El Poblet de la alicantina localidad de Elda, decidió emprender la huida de España. Había confiado hasta el último momento en los generales Miaja y Matallana, mejor dicho, no desconfiaba de ellos, advirtiendo como sus enemigos a Casado, en el Ejército de Tierra, y a Buiza, en la Flota; así lo expone Julián Zugazagoitia en el tomo II de su Guerra y vicisitudes de los españoles.
Desde Valencia, Jesús Hernández, miembro destacado comunista del Buró del Partido y del Comisariado, informó a Negrín por teléfono delo ambiente sospechoso que se respiraba en aquella capital. Antonio Cordón, asesorando a Negrín en el refugio de Elda, custodiado por tropas comunistas, trataba de comunicar con el general Menéndez, jefe del Ejército de Levante y mando único de todos los Ejércitos en ausencia del general Matallana, para recibir las últimas noticias de la sublevación en Madrid dirigida por Casado y de sus efectos en Valencia, ya conocidos los de Cartagena.
Tanto Segismundo Casado en su cuartel general de Madrid como Juan Negrín en su refugio de Elda y su anejo aeródromo de Monóvar, querían protegerse con unidades militares de confianza y efectivas. Casado recibió el citado apoyo del IV Cuerpo de Ejército, mientras que Negrín, pese al poder mayoritario de mandos y tropas comunistas en el Ejército a su disposición, recelaba del carácter combativo y leal en ellas.
Tiempo atrás, concretamente en 1937, había surgido la idea en el Frente Popular de la República de constituir unidades especiales, los “guerrilleros”, destinadas a penetrar en la retaguardia nacional para consumar actos de sabotaje, difundir propaganda, ejercer represalias y captar adeptos. Explica José Manuel Martínez Bande que la organización de estas unidades ocultas y encubiertas se formalizó en febrero de 1939, por una orden reservada de 3 de febrero, (documentada en el Archivo 66 del Legajo 800 de la Carpeta 2 de la titulada Documentación Roja conservada en el Servicio Histórico Militar) “en la que se dice que ‘las unidades de guerrilleros pasarían a constituir el figurado Cuerpo de Ejército XIV’ y que su Inspector jefe dependería directamente del jefe de la Sección de Información del Estado Mayor del Ejército de Tierra. El XIV Cuerpo ‘figurado’ constaría de Agrupaciones de 4 Unidades, Brigadas. Cada Unidad tendría 3 Secciones que ‘simularían’ batallones, y cada Sección 3 Grupos que ‘semejarían’ compañías”. El personal que formaría estas “unidades de guerrilleros” tendría que ser rigurosamente seleccionado y demostrada su lealtad política: a los comunistas.
Puesto en funcionamiento a toda prisa este “XIV Cuerpo” lo mandaba el mayor de milicias Domingo Hungría, con dos bases operativas únicamente y cuatro Divisiones simbólicas para un total de 600 hombres distribuidos en cuatro Brigadas simbólicas de a 150 hombres; las bases eran en Benimamet, Valencia, llamada II Base, y Martos, Jaén, llamada VII Base, afectas las Divisiones a los Ejércitos del Centro (División 300), Extremadura (División 200), Andalucía (División 57) y Levante (División 58). Muy pronto, una de estas 4 Divisiones (las otras tres se verán imposibilitadas en el desplazamiento) combatirá contra los sublevados del Consejo de Defensa presidido por Casado y dirigido desde Madrid, pero antes protegerá al repudiado Gobierno Negrín y su aparato de comparsas políticos circunscrito al Comité Central del Partido Comunista. Desde su base de Benimamet, el mayor Hungría ordenó ese día 5, en puertas de la declaración radiofónica de Madrid, la concentración de efectivas para una inmediata partida hacia la alicantina “Posición Yuste” de Negrín.
El último Consejo de Ministros del Frente Popular de la República, presidido por Negrín, una “reunión que se desarrolló en un ambiente de tensiones que no era precisamente el más apropiado para un análisis sereno de las cosas” según Dolores Ibárruri en Guerra y revolución en España, tomo IV; según Julio Álvarez del Vayo (en Freedom’s Battle, citado por Carlos Rojas en Por qué perdimos la guerra), el Consejo se celebraba “para discutir las líneas generales del discurso del Presidente [Negrín] que debía pronunciar el lunes 6 de marzo”; en realidad el Consejo se reunió para elaborar un plan de contingencia en caso de golpe en Valencia o en Madrid, o en ambas capitales, tras haber perdido el apoyo de la Flota. A eso de la medianoche se supo la noticia en la “Posición Yuste”, en Elda, sede del Gobierno Negrín, de que desde la “Posición Japón”, en Madrid, se había anunciado el golpe de Estado liderado por Casado y Besteiro. Cuenta Martínez Bande al respecto de la impactante, aunque esperada, noticia que “Negrín fue el primero en hablar con Casado [telefónicamente], preguntándole si era cierto que se había sublevado y contra quién, respondiendo el coronel que contra él mismo [Negrín], al que no reconocía autoridad alguna, así como contra el Gobierno entero; Negrín dijo destituirle. Refiere Luis Romero (El final de la guerra) que “el diálogo fue corto y de tono seco, irónico por parte de Casado, despectivo o conciliador por la de Negrín”.
Durante toda la noche se cruzaron conversaciones entre Elda y Madrid (las Posiciones Yuste y Japón), infructuosas para el deseo de Negrín y los suyos. Hablaron por parte de los sublevados el propio Casado, el republicano Giner de los Ríos y el anarquista Segundo Blanco; por la de los gubernamentales sostenidos por los comunistas, el ministro de la Gobernación de Negrín solicitó una entrevista con Casado, tras un viaje relámpago, que éste rechazó, y el jefe supremo del S.I.M. (Servicio de Información Militar, aparato de información y represión), Santiago Garcés, que conminó a su homólogo en Madrid, Ángel Pedrero, para que detuviera a los miembros del Consejo, negándose éste; incluso Antonio Cordón, a instancia de Negrín, trató de comunicar con el coronel Bueno, comunista, para entregarle el mando del Ejército del Centro, pero fue imposible localizarlo. Cercano el amanecer, el general Menéndez desde Valencia telefoneó a Negrín para exigirle la liberación del general Matallana, retenido en Elda, a lo que accedió dando por finalizados los intentos de acuerdo.
La madrugada del 6 de marzo, mientras las líneas telefónicas intercambiaban mensajes entre Madrid y Elda, el mayor Domingo Hungría, jefe del XIV Cuerpo de “guerrilleros”, anteriormente comentado, ordenó a sus tropas dirigirse inmediatamente hacia Elda y Monóvar (lugar del aeródromo), y que se cerrara el paso, de producirse, a las tropas que acudieran desde Valencia contra Negrín. Pero a las once de la mañana de este día 6, el mayor Santiago Calvo, jefe de la 300 División integrada en el XIV Cuerpo de Ejército, desde Alcalá de Henares comunicará con Hungría para exponerle (recogido por Martínez Bande): “Sublevado Estado Mayor del Ejército del Centro y constituida Junta facciosa, vamos a luchar contra ella de acuerdo con el Partido [comunista]. Deme instrucciones”. Cabe suponer que las órdenes dadas a Hungría provienen del alto dirigente comunista Jesús Hernández, que así lo afirma en su libro Yo fui ministro de Stalin: “Llamé a Hungría, acuartelado en las proximidades de Valencia, y le di la orden de enviar sin pérdida de tiempo dos compañías de sus hombres a disposición del Partido en Elda”), y las de Calvo del Comité Provincial madrileño del Partido Comunista.
El día 6 de marzo la sublevación contra el Frente Popular en Cartagena había fracasado, aunque la Flota estaba en camino de Bizerta como ya se ha explicado en el artículo precedente; pero la sublevación en Madrid había triunfado, al menos en apariencia. Es cuando Negrín decide salir de España rápido.
El Partido Comunista tenía una sede propia en Elda-Monóvar junto a la “Posición Yuste” de Negrín, que llamaban “Posición Dakar”; a ella acudieron Dolores Ibárruri (máxima dirigente comunista), Ignacio Hidalgo de Cisneros (jefe de la Fuerza Aérea), el subsecretario de Aviación Carlos Núñez Mazas, los mandos militares Juan Modesto, Enrique Líster Y Manuel Tagüeña, los altos dirigentes del partido Pedro Checa y Manuel Delicado y Palmiro Togliatti (alias Alfredo), jefe de la representación en España de la III Internacional (Comintern, Internacional Comunista); y puede que hubiera ido el consejero búlgaro Stepanov. Tras el fracaso de Valencia por convencer al general Miaja para que se sumase al apoyo a Negrín, Jesús Hernández y Enrique Castro Delgado (que escribió el libro biográfico Hombres made in Moscú) avisaron telefónicamente a la “Posición Yuste” y Castro viajó a Elda y Hernández a una finca cercana a la capital valenciana donde con el consejero soviético coronel Belov quemaron documentos y dispusieron la salida inmediata de España; al poco, Hernández mandó a su segundo Jesús Larrañaga a Elda en demanda de instrucciones: todos debían concentrarse en la “Posición Dakar”.
Los ministros comunistas Moix y Uribe que permanecían en la “Posición Yuste” fueron a la “Posición Dakar”, mientras que Juan Negrín, Antonio Cordón, Álvarez del Vayo, Ossorio y Tafall y Garcés, marcharon al aeródromo de Monóvar, en el que aguardaban unos pocos aviones para emprender vuelo con el gobierno y adjuntos principales rumbo a Francia y Argelia. Sin embargo, una decisión aparentemente improvisada derivó con los que iban a Monóvar hacia la residencia comunista de la “Posición Dakar”. Allí reunidos y con las maletas dispuestas para la huida en avión, intentaron una última y desesperada baza para revertir la situación redactando una carta para Segismundo Casado, jefe del golpe y la constitución del Consejo de Defensa, remitida por Negrín, presidente de un gobierno sin instituciones. El texto de la carta, leída telefónicamente por Hidalgo de Cisneros, es el siguiente (publicado por Julio Álvarez del Vayo en Freedom’s Battle):
“El Gobierno de mi Presidencia se ha visto dolorosamente sorprendido por un movimiento que no parece justificado ni por las discrepancias en los propósitos que anuncia mese Consejo en su manifiesto al País, a saber: una paz rápida y honrosa sin persecuciones ni represalias que garantice la independencia patria, ni por la manera en que las negociaciones habían de iniciarse. Si impaciencias que en los no conocedores de la situación real de nuestras gestiones pueden justificar interpretaciones equivocadas de actos del Gobierno, que sólo ha buscado que se conserve el espíritu de unidad que informa su política, hubieran permitido aguardar a la exposición que sobre el momento actual iba a hacerse la noche de hoy en nombre del Gobierno, a buen seguro que este infortunado episodio habría quedado inédito. Si una inteligencia entre el Gobierno y los sectores que aparecen discrepantes se hubiera establecido a tiempo, a no dudarlo hubieran aparecido borradas toda clase de diferencias. No se puede corregir el hecho, pero sí es posible evitar que acarree males graves a los que fraternalmente han combatido por u8nm denominador común de ideales y sobre todo a España. Si la semilla del daño se depura a tiempo, puede dar frutos debidos. En aras de los intereses sagrados de España debemos todos deponer las armas y si queremos estrechar las manos de nuestros adversarios, estamos obligados a evitar toda sangrienta contienda entre quienes hemos sido hermanos de armas. En su virtud, el Gobierno se dirige a la Junta [por Consejo Nacional de Defensa] constituida en Madrid y le propone designe a una o más personas que puedan amistosa y patrióticamente zanjar las diferencias. Le interesa al Gobierno, porque le interesa a España, que en cualquier caso toda eventual transferencia de poderes se haga de una manera normal y constitucional. Solamente de este modo se podrá mantener enaltecida y prestigiada la causa por la que hemos luchado. Y sólo así podremos en el orden internacional conservar las ventajas que nuestras escasas relaciones aún nos preservan. Seguiros de que al invocar el sentimiento de españoles esa Junta prestará oído y atención a nuestra demanda, la saluda, Negrín.”
Las continuas apelaciones a España, al patriotismo y al entendimiento si la situación se revertía eran mentirosas, subterfugios de los que andaban escamados en el Consejo de Defensa; la táctica comunista de apaciguar lo que los comunistas han dejado de controlar y que ya no es posible anular o eliminar, cual su habitual modus operandi con aquello discordante u obstaculizador de sus objetivos, perfectamente definidos por la III Internacional y el propio Stalin, era una salva de artificio para arredrar en su propósito a los miembros del Consejo, en especial a su cabeza militar. Y a poco que la misiva lo consigue: Casado estuvo vacilante sopesando el “arreglo” hasta que la mayoría de los compañeros de sublevación alrededor de Julián Besteiro y Wenceslao Carrillo acabaron con esa muestra de indecisión (descrita por José Rodríguez Vega en Por la República. Contra el plebiscito y por Carlos Rojas en Por qué perdimos la guerra).
En el reducto comunista de la “Posición Dakar” perdieron la esperanza del “arreglo” al no recibir respuesta desde Madrid; además, supieron antes de forzar militarmente la rendición de Valencia y luego Madrid (una idea que aún revoloteaba en los ánimos de Modesto, Checa, Líster, Tagüeña, Pedro Merino y el teniente coronel Romero Martín), que Etelvino Vega, nombrado por Negrín Comandante Militar de Alicante, para salvaguardar este puerto como puerta de huida, había sido detenido por las fuerzas de Asalto del coronel Ricardo Burillo, jefe de Seguridad y Orden Público de la región valenciana, y que en Cartagena la autoridad se ponía a las órdenes del Consejo de Defensa de Madrid. La suerte estaba echada para el Gobierno Negrín y los comunistas de apoyo.
Explican en sus obras sobre el episodio de la huida del Gobierno y los dirigentes comunistas Dolores Ibárruri, El único camino, y Enrique Líster, Nuestra guerra, que Negrín pidió al jefe de la Base Aérea de Los Llanos, en Albacete, Antonio Camacho, enviase aviones al aeródromo de Monóvar, donde esperaban para ser embarcados tres; desde Los Llanos llegaron dos o tres más.
El orden de embarque y partida fue: en el primer avión que despegó subieron Dolores Ibárruri, Antonio Cordón, el diputado comunista francés Jean Catelas y otros miembros del PC; en el segundo avión subieron , entre otros, Núñez Mazas, el matrimonio Alberti y Stepanov; a las catorce treinta despegaba un tercer avión con Negrín y su gobierno salvo Moix y Uribe.
La Juntas de Casado obtenía aceleradamente la adhesión del resto de provincias y ya estaba en marcha un dispositivo para tomar la zona de Elda-Monóvar protegida por la tropa de “guerrilleros” de Líster.
La última reunión del Comité Central del Partido Comunista se celebró en el aeródromo de Monóvar a instancia y presidida por Palmiro Togliatti. Eran las veintidós horas del 6 de marzo cuando se abrió la sesión con asistencia, entre otros de menos entidad, los militares Juan Modesto y Enrique Líster, los ministros Vicente Uribe y José Moix, y figuras destacadas del partido como Fernando Claudín, Pedro Checa y Manuel Delicado.
De esta reunión agónica, en la que estaba previamente decidida la huida aérea de los principales dirigentes a ella convocados, cuenta Manuel Tagüeña (Testimonio de dos guerras): “Nos comunicaron simplemente los acuerdos. El Gobierno Negrín había abandonado el país y la única autoridad real era el Consejo nacional de Defensa, por ilegal que fuera su formación; y aunque sus propósitos eran negociar la paz a cualquier precio, luchar contra él con las armas era comenzar una guerra civil dentro de otra guerra civil. Los comunistas, campeones de la unidad, no podían adoptar esa actitud. No cabía otra alternativa que tratar de salvar la mayor cantidad de cuadros comunistas y dejar la responsabilidad del final de la guerra en manos de la Junta de Casado”.
En el aeródromo de Monóvar quedaban tres aviones, dos con destino Toulouse y uno a Orán; en ellos partieron Modesto, Tagüeña, Uribe e Hidalgo de Cisneros. Quedaron en tierra, con un plan concertado, Claudín, Checa y Togliatti, que a eso de la medianoche (finalizado el día 6 e iniciándose el 7), fueron detenidos y llevados a Alicante; pero esta detención no impidió que desde Alicante pasaran a Albacete y volaran desde Los Llanos al extranjero. En valencia permanecían Jesús Hernández y Valentín González, alias el Campesino, que no pudieron llegar a Monóvar.
Cuenta Enrique Castro Delgado, alto dirigente comunista, en su obra Hombres made in Moscú, que benefició a los comunistas el golpe del coronel Segismundo Casado, cuya propaganda inundó los medios de comunicación durante décadas (y aún actualmente): “¡Gracias, muchas gracias, coronel! Sin tu sublevación los que hubiéramos tenido que capitular hubiéramos sido nosotros, lo que hubiera sido grave, muy grave… Pero tú fuiste un gran hombre: cuidaste del honor del Partido tan bien que ni nosotros lo hubiésemos podido hacer mejor. ¡Gracias, muchas gracias, coronel!”
Fuentes
Ricardo de la Cierva y Hoces, La victoria y el caos. Ed. Fénix
José Manuel Martínez Bande, La lucha por la victoria. Vol. II. Monografías de la Guerra de España n.º 18. Servicio Histórico Militar. El final de la Guerra Civil. Monografías de la Guerra de España n.º 17. Servicio Histórico Militar.
Luis Suárez Fernández, Franco. Crónica de un tiempo. Tomo. I. Ed. Actas
Pío Moa Rodríguez, Los mitos de la guerra civil. Ed. La esfera de los libros.
César Vidal Manzanares, La guerra que ganó Franco. Ed. Planeta.