Nieto de los Reyes Católicos, hijo de la reina Juana I de Castilla y de Felipe I de Castilla, apodado el Hermoso, Carlos I de España y V de Alemania (del Sacro Imperio Germánico, en titulación real), fue antes de llegar a España un joven reflexivo, de condición tímida, poco expresivo y tampoco expansivo, de naturaleza impasible, aspecto bonachón y de hablar prudente. Su más destacada cualidad entonces, y después, figura estelar en todo el orbe, era su extraordinaria voluntad, y con ella un acentuado sentido del deber y de la responsabilidad; y la siempre presente misión de defender la religión católica.
Dado al ejercicio, demostró habilidad y fortaleza en los juegos y torneos; buen cazador, esgrimidor y jinete, resultan estas facetas el contrapunto a su apariencia. Por una parte tristón y melancólico y en el envés, alternando con el anverso, alegre y vital: una personalidad compleja y rica en matices. Una personalidad forjada entre la época medieval y la renacentista, probablemente mejor identificado con aquélla que con la que le tocó vivir, pues, a modo de caballero andante, revelaba un elevado concepto de la grandeza y una inmarcesible idea del honor y de la perpetuación gloriosa, en tanto heroica, de su memoria. Era valiente al extremo de la temeridad, sin importarle el riesgo de muerte.
Estudió aplicadamente matemáticas, geografía, astronomía e historia, su asignatura favorita. Tuvo pasión por la música, igual que las tendrá su hijo Felipe, tocando la espinela y el órgano, para el que llegó a componer, y su voz era tan buena como su oído. No era ducho en lenguas, a pesar de tener que lidiar con varias a un tiempo, resignado a conocerlas y a mejor comunicarse con ellas. Siguió cursos de Cosmografías con Alonso de Santa Cruz, entendió de cartografías y lectura de mapas, y ya como rey y emperador mostró gran interés por los asuntos de la milicia. Con los años fue suprimiendo lo elemental por lo trascendental en favor del espíritu religioso.
En Carlos latía un corazón valeroso que con la evolución de su carácter templó en la juventud y alentó en la madurez. Fue notable su amor a la justicia, tenido por sus contemporáneos como el mejor juez y el mejor alcalde (rasgos que asimismo calificaron popularmente a su hijo Felipe). Era riguroso en la exigencia y el ejemplo, y amigo de las negociaciones y estar en deliberación con sus Consejos. Obstinado, aunque flexible si el argumento pesaba mucho, pero nunca arrogante ni soberbio, fuera cual fuese su motivo de orgullo.
Carlos I
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Carlos iba cambiando a medida que se convertía en español. La aportación de los otrora reinos de Castilla y Aragón le ofrecían amplios horizontes mediterráneos, en la península itálica, en el Norte y Oeste de África y en el Nuevo Mundo americano. En el momento que Carlos fue I de España empezó a saber tomar decisiones independientes.
Concienciado de su encomienda terrenal como rey y emperador, ya en su juventud era un soberano impenetrable; y fue en pos del honor y de la gloria en cuanto adquirió conciencia de su poder. Se le amaba y se le temía a distancia, separado del mundo por sus obligaciones y carácter.
Carlos, en suma, era un rey guerrero que pasaba muchas horas reunido con los Consejos, dándoles un gran valor y de los que ha sido el gran promotor en la historia moderna. En estas reuniones, no obstante fomentarlas, exigía que todo pasara por sus manos, lo cual era imposible ya que viajaba constantemente y en consecuencia se retrasaba en demasía el despacho de asuntos importantes. De la necesidad hizo virtud, así que aprendió a escuchar, a calcular y a juzgar. Sus famosas Instrucciones al Príncipe son un claro ejemplo de ello y no cabe duda de que esta vocación de despacho, de papeleo, de observación, juicio y cálculo, la transmitió a su hijo Felipe. Carlos I de España fue un rey y emperador plenamente dedicado a sus obligaciones soberanas.
Sin embargo, su afición a los placeres de la mesa, su indisimulada glotonería, también lo definió. Más sanas aficiones para la salud y estabilidad emocional eran las de los relojes (le apasionaban los relojes, siendo un buen técnico además de gran aficionado), los mapas y los instrumentos científicos, con la compañía de su famoso asesor técnico Giovanni Turriano de Cremona, conocido por Juanelo; personaje cuyo nombre ha quedado unido a las enormes columnas de granito erigidas para consolidar un audaz proyecto de navegación por el río Tajo, columnas que hoy están colocadas a la entrada del Valle de los Caídos. Carlos, como después su hijo Felipe, tuvo gran amor a las flores y a los pájaros: a él se atribuye la introducción de los claveles en España. Adoraba la caza, costumbre real por antonomasia, llegando a ser el mejor de su tiempo entre los de su rango.
Anton van Dyck: Carlos V a caballo (h. 1620)
Las victorias sobre los movimientos de Comunidades y Germanías finalizaron las acciones rebeldes contra el joven Carlos en España. A partir de ese año 1522, residiendo Carlos en España, se produjo la sólida identificación de los estamentos nacionales con el rey. Factores que contribuyeron decisivamente a ello fueron la boda con Isabel de Portugal; las sucesivas estancias en Granada, Sevilla y Toledo; la unión de los destinos de España, el reino de España más los reinos de Nápoles, Sicilia y Cerdeña y el ducado de Borgoña, con el Sacro Imperio Romano Germánico, configurando la mayor potencia de Europa; el enfrentamiento con Francia en diversos escenarios infligiendo varias derrotas al vecino, tradicional enemigo, que supieron popular y personalmente más dulces que otras victorias anteriores. La simbiosis rey-instituciones-pueblo consiguió una larga estabilidad, próspera y orgullosa, que vinculó los reinados de padre e hijo (los Austrias mayores); ambos supieron compatibilizar su política nacional con la internacional, aunque en lo que respecta a Carlos era de cariz imperial y dinástica, mientras que en Felipe exclusivamente española.
Carlos I e Isabel de Portugal
Carlos rey y emperador reunió bajo su autoridad gran cantidad de territorios dispersos por Europa, además de los que se descubría y conquistaba en América; cada uno de estos territorios constituía una unidad independiente y el rey lo era de cada una de las partes. Tales dominios y poderes lo elevaron a la extraordinaria condición de dueño de Europa, confiriendo a su política un sentido universal que pretende alcanzar la paz entre los cristianos y mantener la guerra contra el infiel. A su vez, asimilaba la monarquía con la administración de un patrimonio familiar que debía conservar, defender y transmitir ampliado.
Francia era el enemigo europeo, y junto al incordio permanente que suponía el mal vecino para el interés español, la inestabilidad en el imperio germánico competía en problemática igual que el potente y belicoso imperio turco-otomano y las acciones piratas de los musulmanes en el norte de África y el Mediterráneo.
En 1521 se había puesto en marcha la política internacional de Carlos, derrotado a los comuneros y agermanados imponiendo el orden interior, y cedido territorios y delegación de funciones a su hermano Fernando. A mediados de 1522 regresó Carlos a Castilla para durante una década proceder a la hispanización del imperio. Castilla se convirtió de grado en el corazón del Imperio, apoyada por la riqueza importada del Nuevo Mundo, desde donde se dirigía la política europea. Estrechando las relaciones ibéricas impulsadas por los Reyes Católicos, Carlos e Isabel de Portugal contrajeron matrimonio en 1526; y en Valladolid, al año siguiente, nacerá su primogénito y heredero el príncipe Felipe.
Parmigianino: Retrato alegórico de Carlos V (1530)
Carlos recibe la herencia renacentista y humanista de los Reyes Católicos y del cardenal Cisneros, al igual que sucederá con su hijo Felipe; ésta va a representar una reacción político religiosa frente a la crisis ideológica del siglo XVI, con una vida intelectual influenciada por la teología. Lo artístico, lo intelectual, lo científico y el humanismo en general, se interrelacionan y complementan en cada reinado y en ambos sucesivamente.
Con Carlos se crean o desarrollan importantes Colegios Mayores, como los de Zaragoza, Ávila, Sahagún y Baeza, y se fundan las Universidades de Santiago, Granada y Oñate; espíritu el de las universidades y colegios mayores proveniente de los Reyes Católicos y del cardenal Cisneros. Carlos fundó en Sevilla unos Estudios de matemáticas y Felipe en Madrid.
Rubens: Carlos V como dominador del mundo (h. 1605)
La época de Carlos I dio inicio a un desarrollo de la cultura y el arte que eclosionó en la de su heredero. Pero lo esencial para el rey y emperador era formar a su hijo, sabiendo cómo tenía que ser la educación de un príncipe del Renacimiento, asentada en sólidos conocimientos humanísticos y artísticos. Gran influencia tuvieron en la cultura y en la ciencia de este periodo los descubrimientos geográficos y la colonización americana.
La vida-gobierno itinerante de Carlos condicionó su carácter. La iconografía lo proyecta como un guerrero victorioso, como un héroe clásico. Por otra parte, esta itinerancia de vida y gobierno impidió que sus aficiones se concretaran en auténticas colecciones; salvo la de los relojes, su mencionada pasión, y algunos valiosos objetos científicos como astrolabios, sextantes, brújulas y mapamundis. También medallas, algunas con la efigie del emperador y otras con grabados sobre hechos significativos de él, vasos de cristal tallado, códices miniados, lujosas encuadernaciones, espejos de oro y adornos de atuendo, constituyeron su patrimonio cultural; y tapices con escenas sagradas, mitológicas y de hazañas contemporáneas, más objetos litúrgicos y toda clase de armas y armaduras orgullo del guerrero.
Conocida es la amistad entre Carlos y el pintor Tiziano, aunque no llegó el rey-emperador a ser un selecto coleccionista de obras de arte con idea de museo, pero adquirió algunas obras estimables que le acompañaron hasta el retiro de Yuste: retratos familiares y cuadros religiosos.
Buscando una capital de España más céntrica de lo que suponía Valladolid, centro de la actividad real desde Isabel y Fernando, Carlos fijó su atención en Toledo; decidió se construyera el Alcázar, un palacio real, en 1535, encargo que recayó en los grandes arquitectos del reinado: Alonso de Covarrubias y Luis de la Vega; aunque la obra la concluyera Juan de Herrera. Lo mismo pasó con los otros proyectos arquitectónicos auspiciados por Carlos: el palacio de El Pardo, el Alcázar de Madrid y el Palacio de Carlos V en Granada, que él no vio concluidos, pese a disfrutar este último, de su predilección. La de Carlos I es la etapa en la que se dan las soluciones más ingeniosas de la arquitectura española; se asimilan las formas renacentistas italianas y se asimilan al gusto tradicional. El nuevo concepto arquitectónico es monumental, interpretado y adoptado a las exigencias funcionales y estéticas del mundo hispánico: elegancia compositiva y soluciones espaciales atrevidas.