El Imperio en América: La llegada del caballo
La fecha del 23 de mayo de 1493, reciente el final de la Reconquista y aún más la llegada al Nuevo Mundo en Occidente, marca documentalmente el inicio de la historia del caballo en América; una historia en la que tuvo protagonismo decisivo. Los Reyes Católicos dispusieron el envío de veinte caballos y cinco yeguas al Nuevo Mundo embarcados en las naos de la segunda expedición, o viaje, del almirante Cristóbal Colón.
Estos primeros caballos llegaron a la isla La Española (Santo Domingo); y en ella, una vez aclimatados, se establecieron las cabañas y remontas que fueron suministrando ejemplares al resto de las posesiones y territorios en descubierta y por explorar y colonizar.
Posteriormente, desde Cuba los trasladó Hernán Cortés a Nueva España; y luego Juan de Oñate, en su expedición para trazar el Camino Real de Tierra Adentro, los introdujo en la actual Norteamérica por Nuevo México. Ya en las Antillas y en Centroamérica, Francisco Pizarro los condujo de Jamaica al Perú, y Pedro de Valdivia los dispuso para su expedición a Chile de donde pasarían a Argentina, Pedro de Mendoza los llevó al Río de la Plata y Álvar Núñez Cabeza de Vaca al Paraguay.
Los españoles en el Nuevo Mundo utilizaron el caballo como el principal medio de transporte y una poderosa arma de intimidación a los nativos.
Raza de caballo Mesteño
Imagen de aetcv.es
La civilización ecuestre en Norteamérica. La herencia española
Los caballos que introdujo Hernán Cortés en el virreinato de Nueva España a continuación, a medida que el territorio se descubría, evangelizaba y colonizaba, transformaron el paisaje y las costumbres del virreinato y del Suroeste de la gigantesca nación que es hoy Estados Unidos de Norteamérica.
La procedencia de estos caballos pioneros era andaluza, concretamente de las marismas del río Guadalquivir: el llamado caballo de retuerta de la marisma, equinos de poca alzada, resistentes y adaptados al trabajo en las planicies.
La adopción del caballo en las actividades diarias de los pueblos nativos del Suroeste norteamericano tuvo lugar progresivamente, a imitación de los rancheros españoles asentados en Nuevo México, y cuando les fue posible adquirirlos, domarlos y montarlos.
La similitud de los ecosistemas había posibilitado que los colonos españoles reprodujeran en esas parameras y praderías el sistema ganadero de las marismas, en el que destacaba el caballo como ayuda decisiva en toda labor. De tal modo que el caballo fue imponiéndose como instrumento para el manejo de las reses; asimismo fue empleado para la caza con lanza del bisonte o cíbolo, tradición heredada del alanceo del jabalí.
A lomos del caballo se forjó la personalidad y leyenda del vaquero, también legado cultural del campo andaluz. Eran sus elementos característicos: la silla de montar española, diseñada para largas y cómodas montadas; el vestuario, que incluye los zahones, el sombrero de ala ancha, la chaqueta corta o las espuelas grandes; y los arreos del caballo, fabricados en cuero. Señala el historiador Borja Cardelús (La huella de España y de la cultura hispana en los Estados Unidos y Luces de la Cultura Hispana, dos obras de referencia) que “el vaquero norteamericano fue equivalente al gaucho de la Pampa, al charro mexicano, al llanero venezolano y al huaso chileno, todos descendientes de sus ancestros andaluces”.
Los indios del Nuevo Mundo eran nómadas y cazadores a pie, y una vez superado su temor a los caballos, obtuvieron de ellos inmensos beneficios. Los primeros ejemplares que dominaron fueron los montaraces (cimarrones), escapados a los montes, a los que denominaron mesteños, en español, y Mustang en inglés.
Y no sólo los indios se apropiaron de tan útil e imponente animal. Los ingleses y franceses que llegaban desde el Este del continente, agricultores y por entonces nómadas peones, descubrieron enseguida las ventajas del caballo. Con el tiempo el cine y la literatura mitificaron al cow boy del far west, en realidad copias desplazadas de lugar de los rancheros españoles.
Caballos de retuerta