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La batalla del Salado y el Ordenamiento de Alcalá

La batalla final del Estrecho

Actividad militar y legislativa de Alfonso XI el Justiciero


El año 1340 entonó el canto del cisne para los musulmanes en la Península Ibérica. El renovado poder islámico lo intentó, pero el decidido poder cristiano evitó con la batalla del Salado, también llamada la batalla final del Estrecho, una segunda gran invasión a la par que reducía considerablemente el territorio enemigo.

Antecedentes
En 1269 la tribu bereber de Banu Marin, los benimerines como los llamaban los cristianos en España, dominaba a los debilitados almohades en el actual Marruecos, primero tomando Fez, en 1248, y luego Marrakech, en 1269, expandiendo su fuerza hasta las fronteras de los actuales Túnez y Argel. Conseguido este territorio el siguiente objetivo era posesionarse de la Península Ibérica a imitación de sus antepasados.
    En el año 1275 un nutrido contingente de benimerines desembarcó en las costas de Granada, obligando a este reino, acosado por el avance cristiano, a unir sus fuerzas en una alianza de contraataque. La primera misión fijaba su interés en la zona gaditana, donde apetecía conquistar Tarifa y Algeciras, que sería la plataforma adecuada para proseguir la invasión a mayor escala.  El asedio de Tarifa, plaza que había reconquistado el año 1292 Sancho IV de Castilla, en 1294, fracasó debido a la resistencia heroica del alcaide Alonso Pérez de Guzmán, apodado el Bueno, con su legendaria daga arrojada a los captores de su hijo.
    La derrota en Tarifa dirigió la política benimerín a Granada, donde prepararon la ocupación de la península en una época que Castilla presentaba la minoría de edad de su rey Alfonso XI. De tal modo que el año 1329 tomaron la codiciada plaza de Algeciras y ganaron así la ansiada cabeza de playa para los siguientes desembarcos de tropas. El peligro era tan evidente que movilizó todos los recursos cristianos, empezando por la jefatura del bisoño rey Alfonso Onceno. De hecho, los benimerines se presentaron ante las murallas de Tarifa para repetir, a ver si esta vez con éxito, el asalto a la plaza.
    No les acompañó el éxito en este año, ni en el siguiente, 1330, cuando enfrentados en la batalla de Teba al ejército de Alfonso XI, apodado el Justiciero, fueron derrotados; mandaba el ejército nazarí de Muhammed IV, emir de Granada, el general benimerín Ozmín.
    De tregua en tregua, al poco de firmarse la primera en 1331 fue rota, la de 1334 duró cuatro años. En 1339 los benimerines comenzaron a desembarcar efectivos entre las localidades de Algeciras y Gibraltar, ambas en su poder, y junto a sus aliados nazaríes de Granada de nuevo pusieron cerco a Tarifa.
    Para evitar en lo posible el trasvase bélico del Magreb a la Península, Alfonso XI mandó al Estrecho a su almirante Alonso Jofre Tenorio con una flota que luchó contra la de Abd-al-Malik, hijo del caudillo de los benimerines Abu al-Hasan ‘Ali (otras fuentes lo llaman Abi-I-Hasan). Aunque muerto en el primer combate el benimerín, también sucumbió Alonso Jofre al poderío islamita. En 1340 los benimerines pudieron culminar el traslado de tropas por la vía controlada del Estrecho y dirigirse a Tarifa para sitiarla.

La batalla
Tropas de la Corona de Castilla al mando del rey Alfonso XI, integradas por castellanos, leoneses, gallegos, extremeños y manchegos, y portuguesas del rey Alfonso IV, suegro del rey castellano, unieron sus fuerzas en Sevilla, y desde allí marcharon en orden de batalla hacia Tarifa.
    Por el camino de Utrera llegaron los cristianos en tres jornadas veloces a la localidad de Torre de los Vaqueros, en las inmediaciones de la sitiada Tarifa. Aproximadamente eran veintidós mil los efectivos del ejército cristiano: quince mil jinetes entre caballería ligera y pesada, principal fuerza de choque, y siete mil infantes con diferentes armas; el bando musulmán estaba formado por aproximadamente sesenta mil efectivos, con mayoritaria presencia de caballería ligera, y una infantería de lanceros y ballesteros.
    Situados los dos contendientes a pocas horas de distancia, los cristianos enviaron mensajes conminando a desistir de la lucha o plantar batalla. Abu Al-Hassan Alí, sultán benimerín y jefe del ejército musulmán también integrado por las tropas del sultán granadino Yusuf I, convencido de imponerse por superioridad y táctica, mantuvo el asedio a Tarifa y aceptó el desafío bélico de Alfonso XI.
    Dado el número superior de musulmanes, el rey cristiano ordenó a los suyos formar en línea compacta en vez de en columna para evitar el copo. Alfonso XI descartó atacar el grueso del enemigo. Formaban en vanguardia de sus respectivas tropas combinadas de caballería e infantería de milicias reclutadas en Sevilla el infante Don Juan Manuel y Juan Núñez de Lara, maestre de la Orden de Santiago y Señor de Vizcaya, caballeros de Diego López de Haro, Juan Alfonso de Guzmán y Juan García Manrique, además de milicias de los concejos andaluces; en el centro, lugar de conducción del rey Alfonso onceno, figuraban los concejos castellanos, los mesnaderos y el linaje de los Trastámara; en las alas se distribuían, por la derecha Alvar Pérez de Guzmán al mando de los Donceles de su casa, con jinetes de las Órdenes Militares desplazadas y por los caballeros de los territorios fronterizos, por la izquierda la caballería pesada portuguesa reforzada con otros concejos castellanos y concejos vascos, leoneses y asturianos a las órdenes de don Pero Núñez de Guzmán; la retaguardia estaba compuesta por el concejo de Córdoba al mando de don Gonzalo de Aguilar, junto con algunos nobles y sus mesnadas y las tropas de peones del norte de España.
    El infante Don Juan Manuel trazó un plan de combate que satisfizo al rey, consistente en dirigir a Tarifa cuatro mil infantes y mil caballeros que lograron burlar el asedio e introducirse en la plaza como refuerzo, moral y posteriormente ataque al enemigo desde el interior simultáneo al avance del ejército que caía sobre los musulmanes sitiadores.
    La mañana del 28 de octubre de 1340 el ejército cristiano avistaba la plaza de Tarifa a orillas del río Salado, en realidad riachuelo de siete kilómetros de longitud muy próximo al Tarifa y al río Guadalete, de infausta memoria su batalla siglos antes, cuyos pasos estaban tomados por los musulmanes. El 29 de septiembre, festividad de los santos arcángeles, los reyes aliados decidieron la estrategia a seguir. Y al amanecer del día 30 ambos ejércitos tomaron contacto físico para buscar el desenlace favorable a sus respectivas armas en tan importante batalla.
    En situación dramática por la exposición a las flechas y acometidas del enemigo, los hermanos Gonzalo y Garcilaso II Ruiz de la Vega, atravesó el curso de agua y fueron a enfrentarse con las tropas del Abû Aman, hijo del sultán Abu Al-Hassan Alí; una lucha aparentemente desigual que pronto se vio compensada por la irrupción de los caballeros de Núñez de Lara, decantando así la balanza del combate. Entonces salieron de la plaza los sitiados más los caballeros en auxilio que habían llegado la víspera y aplastaron a los sitiadores. Coordinados por la voluntad, las tropas del Alfonso XI, con el rey a la cabeza, cruzaron el río para cargar contra la guardia del sultán, cuyo hijo escapó hacia Algeciras, donde se refugió, mientras que la hueste al mando del rey de Portugal, que Alfonso XI había incrementado con tres mil caballeros hispanos,  daba buena cuenta de los nazaríes de Yusuf I.
    Concluyó la batalla esa jornada del 30 de octubre de 1340 con una victoria contundente para los cristianos y una derrota absoluta, cuantiosa en bajas y decisiva en el resultado, para los musulmanes.

Mapa de la batalla del Salado

Imagen de lasnuevemusas.com

Consecuencias de la victoria
Cuatro años después se ganaba la plaza de Algeciras, el 25 de marzo de 1344, y el definitivo control del paso del estrecho de Gibraltar, con lo que se puso fin a la invasión benimerín de la Península Ibérica y dio inicio la fase definitiva de la Reconquista con epílogo en la alborada de 1492.
    Alfonso XI, que fallecería a la edad de treinta y ocho años, supo demostrar su valía como gobernante, militar y legislador.
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Ordenamiento de Alcalá
Promulgado en 1348, el cuerpo legal integrado en el Ordenamiento de Alcalá, deroga la legislación nacida de las Cortes de Zamora celebradas el año 1274 que refrendaba la aplicación de los fueros antiguos en detrimento de las leyes regias posteriores.
    El Ordenamiento de Alcalá, sancionado por el rey Alfonso XI en las Cortes celebradas en Alcalá de Henares el año 1348, guía a la jurisprudencia a un estado de igualdad y firmeza sin precedentes, determinando el orden general de prelación de fuentes para sustanciar los litigios mediante leyes ciertas, a fin de suprimir la arbitrariedad en la resolución de pleitos. El orden de prelación de las fuentes jurídicas es el siguiente:
Las leyes contenidas en el propio Ordenamiento de Alcalá.
El Fuero municipal de cada localidad.
Las Partidas.
    Orden vigente hasta la promulgación del Código Civil en el siglo XIX.
    Cabe destacar en el Ordenamiento de Alcalá el reconocimiento de las Partidas de Alfonso X el Sabio como principal texto legal, legislativamente completo y de impecable técnica jurídica.

Alfonso XI el Justiciero. Retrato de Francisco Cerdá de Villarestan (1849).

Imagen de museodelprado.es


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