La primera gramática de la lengua española
18 de agosto de 1492 en Salamanca
Reinado de los Reyes Católicos: La obra romance de Antonio de Nebrija
Elio Antonio Martínez de Cala e Hinojosa, conocido por Antonio de Nebrija (1444-1522), estudió en Salamanca. Marchó a Italia para estudiar en Bolonia, y a su vuelta, en el año 1473, enseñó en Sevilla, Salamanca y Alcalá de Henares. Sus clases de retórica en la afamada Universidad de Salamanca provocaron numerosos enfrentamientos con algunos profesores que no compartían su método pedagógico ni su actitud académica. Al cabo, fiel a sus principios docentes, impartió la misma disciplina, retórica, en la no menos ilustre Universidad complutense.
La reina Isabel la Católica mandó a Nebrija en 1481 que tradujera al castellano sus Introdictiones latinae, manual para el aprendizaje del latín, para que las monjas, que no sabían tal lengua, pudieran aprenderla. Esta obra se convirtió en el núcleo de la nueva educación, que se apoyaba en el conocimiento del latín clásico, único camino para la lectura de los grandes escritores latinos.
El latín y la elocuencia (eloquentia) eran la vía rectora hacia disciplinas como el derecho, la medicina o la teología. Como dice Nebrija a la reina católica en su dedicatoria de la traducción: “Todos los libros en que están escritas las artes digna de todo hombre libre yacen en tinieblas sepultados”. Sólo el conocimiento del latín clásico permite leer las obras de los grandes maestros de todas las disciplinas de las letras antiguas y así llegar al “conocimiento de todas las artes que dicen de humanidad porque son propias del hombre en cuanto hombre”.
Quedaban relegadas las discusiones aparatosas de las escuelas de la baja Edad Media en torno a pormenores y asuntos de escasa o mínima importancia, y reorientada la exhibición de los métodos dialécticos; eran los bárbaros quienes disputaban sobre cuestiones ridículas, desde la órbita de los humanistas encabezados por Nebrija.
Las Introducciones, desde su sencillez de método para aprender latín, se convirtieron en el inicio de una nueva era en la educación y, por tanto, en la cultura en España.
El cardenal Cisneros, dada la reputación y conocimientos de Nebrija, le encargó en 1502 la revisión de los textos griego y latino de la Biblia políglota complutense.
La obra principal de Antonio de Nebrija son las Introductiones latinae, publicadas en 1481, texto didáctico que se considera el inicio del Renacimiento español.
Destacan de igual modo sus diccionarios latino-español y español-latino, superiores a lo que existía en su tiempo.
También escribió sobre teología (las Quincuagenas), derecho (el Lexicon iuris ciuilis), arqueología (Antigüedades de España) y pedagogía (De liberis educandis), entre otras materias.
Y, por supuesto, su obra pionera y sistemática, fundamento para el estudio del entonces castellano y luego español, modelo por su significado y trascendencia en la historia universal, es El Arte de lengua castellana (Gramática de la lengua castellana), la primera gramática impresa de un idioma vulgar.
Antonio de Nebrija es un personaje central en el pensamiento y la lingüística, y un educador del Renacimiento español. A través de sus libros y de sus discípulos difundió en la España de finales del siglo XV las maneras del humanismo italiano alcanzando un grado intelectual precursor, igual que Juan Luis Vives, en la naciente España a la modernidad y el imperio.
El final de la Reconquista vino acompañado por la expansión del idioma de los vencedores. Fue en ese contexto de primacía, asentamiento y proyección cuando, en 1492, Antonio de Nebrija escribió su Gramática castellana.
Nebrija concebía la lengua como un instrumento del imperio, al estilo de como lo había sido el griego y luego, sobre todo, el latín, y la gramática como la base de la ciencia. En la introducción a su Gramática, fechada el 18 de agosto de 1492, escribió que “la lengua fue siempre compañera del imperio”. En esa época de triunfo y expansión para España, gobernada por los Reyes Católicos, el padre Las Casas expresó con grandilocuencia el deseo de los monarcas de “abrir las puertas de la geografía”.
Se abrían las puertas de la geografía y las del espíritu y del acceso a la cultura con la gramática castellana.
La Gramática de la lengua castellana de Nebrija fue pronto reconocida e imitada en toda Europa, portada por los españoles y los embajadores de las naciones en tratos o disputas, y, además, ideó e impulsó el derecho de los escritores a cobrar por sus trabajos.
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Expone el historiador de la lengua española Rafael Lapesa, al referirse a la tarea abarcada por Antonio de Nebrija en su libro Historia de la lengua española, que el proceso lingüístico de unificación y expansión coincidía con el afortunado momento histórico en que las energías hasta entonces dispersas se congregaban para fructificar en grandiosas empresas nacionales. En agosto de 1492, meses después de la rendición de Granada y estando en viaje las naves de Colón, salía de la imprenta la Gramática castellana de Antonio de Nebrija. El concepto de “artificio” o “arte”, esto es, regulación gramatical, estaba reservado a la enseñanza de las lenguas cultas, esto es, latín y griego: era una novedad aplicarlo a la lengua vulgar pues se creía que, aprendida de los labios maternos, bastaban la práctica y el buen sentido para hablarla debidamente.
Es cierto que, limitándonos a las lenguas romances, había habido Donatos provenzales, y que desde fines del siglo XIII el uso del francés en la corte inglesa había hecho necesario el empleo de manuales para que los anglosajones aprendieran algo de la pronunciación, grafía, elementos gramaticales y léxico franceses. Pero estos tratados rudimentarios no se pueden comparar con el de Nebrija, infinitamente superior a ellos en valor científico y en alteza de miras.
Pertrechado de sólidos conocimientos humanísticos, Nebrija los aprovecha para desentrañar el funcionamiento de nuestro idioma; su clarividencia le hace observar los rasgos en que el castellano difiere del latín, y así son pocas las ocasiones en que le atribuye clasificaciones o accidentes inadecuados. Gusta de aplicar a la terminología gramatical palabras netamente castellanas, como dudoso y mezclado por ‘ambiguo’ y ‘epiceno’, passado, venidero, acabado, no acabado, más que acabado por ‘pretérito’, ‘futuro’, ‘perfecto’, ‘imperfecto’ y ‘pluscuamperfecto’, partezilla ‘partícula’, etc. Reprueba el latinismo forzado, y su comedimiento es parejo de su agudeza. Acierto singular es el de unir el estudio gramatical con el de la métrica y las figuras retóricas, como si entreviera la indisoluble unidad, predicada por la estilística y estructuralismo actuales, del lenguaje y la creación literaria.
En cuanto a los propósitos de Nebrija expuestos en el memorable prólogo que dirigió a la reina, fue el primero en fijar normas para dar consistencia al idioma, a fin de que “lo que agora i de aquí adelante en él se escribiere, pueda quedar en un tenor i estenderse por toda la duración de los tiempos que están por venir, como vemos que se ha hecho en la lengua griega y latina, las cuales, por aver estado debaxo de arte, aunque sobre ellas han passado muchos siglos, todavía quedan en una uniformidad”: afán de perpetuidad, netamente renacentista. En segundo lugar, el saber gramatical de la lengua vulgar facilitaría el aprendizaje del latín. Finalmente, la exaltación nacional que ardía en aquel momento supremo convenció a Nebrija de que “siempre la lengua fue compañera del imperio”, por lo que añade: “El tercer provecho deste mi trabajo puede ser aquel que, cuando en Salamanca di la muestra de aquesta obra a vuestra real Majestad e me preguntó que para qué podía aprovechar, el mui reverendo padre Obispo de Ávila me arrebató la respuesta; e respondiendo por mí dixo que después que vuestra Alteça metiesse debaxo de su iugo muchos pueblos bárbaros e naciones de peregrinas lenguas, e con el vencimiento aquéllos tenían necessidad de reçebir las leies quel vencedor pone al vencido, e con ellas nuestra lengua, entonces por esta mi Arte podrían venir en el conocimiento della, como agora nosotros deprendemos el arte de la gramática latina para deprender el latín”.
Estos presentimientos se convirtieron pronto en realidad: el descubrimiento de América abrió mundos inmensos para la extensión de la lengua castellana. Un Diccionario latino-castellano y castellano-latino y una Ortografía completan la obra romance de Nebrija.
Error suyo fue creer que el español se encontraba “tanto en la cumbre, que más se puede temer el descendimiento que esperar la subida”. La espléndida floración literaria del Siglo de Oro se encargó de desmentirlo.
Este es el comentario íntegro y literal del profesor Lapesa que antecede en este artículo al prólogo, también íntegro y literal (adaptados el léxico y la grafía, sin pretender desvirtuar el contenido cual fue promulgado este documento histórico, para la mejor comprensión de quien lo lea), que dedicó Nebrija a la reina Isabel la Católica, patrocinadora de la magna obra y persona de elevada categoría intelectual.
Prólogo de la obra Gramática de la lengua castellana que su autor, Antonio de Nebrija, destinó a la reina Isabel la Católica
A la muy alta y esclarecida princesa Doña Isabel la tercera de este nombre Reina y Señora natural de España y las islas de nuestro mar. Comienza la gramática que nuevamente hizo el maestro Antonio de Lebrija sobre la lengua castellana, y pone primero el prólogo.
Léelo en buen hora.
Cuando pienso, muy esclarecida Reina, y pongo delante de los ojos la antigüedad de todas las cosas que para nuestra recordación y memoria quedaron escritas, una cosa hallo y doy por muy cierta: que siempre la lengua fue compañera del imperio, y de tal manera lo siguió que juntamente comenzaron, crecieron y florecieron y después junta fue la caída de entrambos.
Y vistas ahora las cosas más antiguas, de las que apenas tenemos una imagen y sombra de la verdad, cuales son las de los asirios, indos, fenicios y egipcios, en los cuales se podría probar lo que digo, vengo a las más frescas: a aquellas especialmente de que tenemos mayor certidumbre y primero a las de los judíos.
El caso es que muy ligeramente se puede averiguar que la lengua hebraica tuvo su niñez, en la cual apenas pudo hablar. Y llamo yo ahora su primera niñez todo aquel tiempo que los judíos estuvieron en tierra de Egipto. Porque es cosa verdadera o muy cercana a la verdad, que los patriarcas hablarían en aquella lengua que trajo Abraham de tierra de los caldeos, que una vez en Egipto perdería algo de aquélla y mezclarían algo de la egipcia. Mas después que salieron de Egipto y comenzaron a hacer por sí mismos grupo humano, poco a poco apartarían su lengua cogida de la caldea y de la egipcia, en la que ellos se comunicaban por ser apartados en religión de los bárbaros en cuya tierra moraban.
Allí comenzó a florecer la lengua hebraica en el tiempo de Moisés, el cual después de enseñado en la filosofía y letras de los sabios de Egipto y mereció hablar con Dios y comunicar las cosas de su pueblo, fue el primero que osó escribir las antigüedades de los indios y dar inicio a la lengua hebraica. La cual de allí en adelante sin ninguna contención nunca estuvo tan empinada cual en la edad de Salomón., el cual se interpreta pacífico porque en su tiempo con la monarquía floreció la paz criadora de todas las buenas artes. Pero en cuanto se fue desmembrando el Reino de los judíos a la vez se comenzó a perder la lengua, hasta llegar al estado en que ahora la vemos perdida, que de cuantos judíos escuché ninguno sabe dar más razón de la lengua y de su ley, de cómo perdieron su reino y del ungido que en vano esperan.
Tuvo así mismo la lengua griega su niñez, y comenzó a mostrar su fuerza poco antes de la guerra de Troya, al tiempo que florecieron en la música y poesía con Orfeo y Anfión, y poco después de la destrucción de Troya aparecieron Homero y Hesíodo. Y allí creció aquella lengua hasta la monarquía de del gran Alejandro, en cuya época se sucedieron los poetas, oradores y filósofos que colmaron la lengua y todas las artes y las ciencias.
Mas después que comenzaran a desvincularse los Reinos y repúblicas de Grecia y los romanos se adueñaron de ella, entonces comenzó a desvanecerse la lengua griega y a emerger la latina. Sobre la que podemos decir otro tanto, que fue su niñez con el nacimiento y población de Roma y comenzó a florecer casi quinientos años más tarde de ese inicio, al tiempo que Livio Andrónico publicó su primera obra en versos latinos. Y allí creció hasta la monarquía de Augusto César, en la que, como dice el apóstol, vino a cumplirse el tiempo en que envío Dios a su hijo unigénito y nació el salvador del mundo.
En aquella paz de la que habían hablado los profetas, y fue significada en Salomón, de la cual en su nacimiento cantan Gloria en las alturas a Dios y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad. Entonces fue aquella multitud de poetas y oradores que enviaron a los siglos el legado y los deleites de la lengua latina: Tulio, Lucrecio, Horacio, Virgilio, Ovidio, y todos los que les siguieron hasta la época de Antonino Pío. Allí comenzó a declinar el imperio de los romanos y, a la vez, a caducar la lengua latina, hasta lo que hemos recibido de nuestros padres. Cierto que cotejaba con la de aquellos tiempos pero poco más tenemos que hacer con ella como con la arábiga.
Lo que hemos explicado de las lenguas hebraica, griega y latina podemos claramente mostrar en la castellana, que tuvo su niñez en el tiempo de los jueces y Reyes de Castilla y de León, y comenzó a mostrar su fuerza en tiempo del muy esclarecido y digno por toda la eternidad Rey Don Alfonso el Sabio. Por mandato de él se redactaron las Siete partidas, la Historia general y fueron traducidos muchos libros de latín y griego a nuestra lengua castellana. La cual se extendió después hasta Aragón y Navarra y de allí a Italia siguiendo la compañía de los Infantes que enviamos a imperar en aquellos Reinos. Y desde entonces ha crecido hasta la monarquía y paz de que gozamos primero por la bondad y providencia divina, después por la industria, trabajo e inteligencia de vuestra real majestad.
En la fortuna y buena dicha de la que los miembros y partes de España que estaban derramados por doquier se unieron en un cuerpo y unidad de reino, de forma que a través de esta unidad y orden no será rota ni desatada por muchos siglos. Así que después de recuperar la cristiana religión, volvemos a ser amigos de Dios y reconciliados con él, después de vencer a los enemigos por la fuerza de las armas, después de la justicia y ejecución de las leyes que nos unen y hacen vivir en igualdad en esta gran compañía que llamamos Reino o república de Castilla, no queda sino que florezcan las artes y la paz. Entre las primeras esté aquella que nos enseña la lengua, la cual nos aparta de todos los otros animales y es propia del hombre, y en orden la primera después de la contemplación, que es oficio propio del entendimiento.
La lengua hasta nuestra edad anduvo suelta y fuera de regla, y por esta causa ha recibido en pocos siglos muchas mudanzas. Si la cotejamos con la que escuchábamos hace quinientos años hallaremos tanta diferencia y diversidad como si se tratara de dos lenguas. Y porque mi pensamiento y deseos siempre fueron los de engrandecer las cosas de nuestra nación y dar a los hombres de mi lengua obras en que mejor pueda emplear su ocio, que ahora lo gastan en leer novelas e historias envueltas en mil mentiras y errores, se requiere ante todo el reducir el artificio en nuestro lenguaje castellano. Para que lo que ahora y en adelante en él se escriba pueda quedar en un tenor y entenderse en toda la duración de los tiempos que están por venir. Como vemos que se ha hecho en la lengua griega y latina, las cuales por haber sido consideradas arte, aunque sobre ellas han pasado muchos siglos, todavía permanecen uniformes.
Por qué otro tanto no se hace con nuestra lengua. En vano vuestros cronistas e historiadores escriben y encomiendan a la inmortalidad la memoria de vuestros loables hechos, y nosotros tentamos de pasar en castellano las cosas peregrinas y extrañas lo que no puede ser sino negocio de pocos años. Y son necesarias una o dos cosas: o que la memoria de vuestras hazañas perezca con la lengua o que peregrine por las naciones extranjeras al no tener patria en la que morar.
Yo quiero poner la primera piedra y hacer en nuestra lengua lo que hicieron Zenódoto en la griega y Crates en la latina. Pues aunque ellos fueron vencidos por los que después de ellos escribieron, fue aquella su gloria y será la nuestra la de ser los primeros inventores de obra tan necesaria, lo que procede en tiempo oportuno como el presente. Por estar nuestra lengua tan en la cumbre que más se puede temer su declive que esperar su ascenso. Y continuar con otro propósito no menor, que es el de que los hombres de nuestra lengua puedan estudiar la gramática del latín. Porque después que sientan bien el arte del castellano, lo que no será muy difícil porque es su propia lengua, cuando pasarán al latín y será cosa ligera, disponiendo de aquel arte de la gramática que me mandó preparar vuestra alteza contraponiendo línea por línea el romance al latín.
Con esta manera de enseñar no sería un prodigio saber la gramática latina no digo en pocos meses sino en pocos días. El tercer provecho de este mi trabajo pude ser el de que cuando en Salamanca di la muestra de esta obra a vuestra real majestad y me pregunto que para que podía aprovechar, el muy reverendo padre obispo de Ávila me arrebató la respuesta, y respondiendo por mí dijo que una vez vuestra alteza metiese bajo su yugo a muchos pueblos bárbaros y naciones de peregrinas lenguas, y dada su derrota la necesidad que tendrían de recibir las leyes que el vencedor pone al vencido, con ellas se pondrá nuestra lengua. Entonces, por esta mi arte, podrían venir en el conocimiento de ella como ahora nosotros aprendemos el arte de la gramática latina para aprender el latín. Y cierto es que no solamente los enemigos de nuestra fe tienen la necesidad de saber el lenguaje castellano, también los vizcaínos, navarros, franceses, italianos y todos los demás que tienen algún trato y conversación en España y necesidad de nuestra lengua: si no vienen desde niños a aprenderla podrán hacerlo luego a través de mi obra.
En suma, con modestia, acatamiento y temor he querido dedicar a vuestra real majestad lo que Marco Terencio Varrón intituló a Marco Tulio Cicerón sus orígenes de la lengua latina que […] intituló a Publio Virgilio Marón poeta sus libros del acento, como el papa Dámaso a San Jerónimo o como Paulo Orosio a San Agustín sus libros de historia. Y como otros muchos autores que dirigieron sus trabajos y desvelos a personas doctas en las materias que escribían. Y no para enseñarles algo que ellos no supieran sino por testificar el ánimo y la voluntad que les movían y porque de su autoridad se consiguiese el favor para sus obras.
Y así, después que yo haya deliberado sobre el riesgo de la opinión que muchos de mí tienen, sale la novedad de esta mi obra de la sombra y tinieblas escolásticas a la luz de vuestra corte. A nadie más justamente pude consagrar mi trabajo que a aquella en cuyas manos y poder también está el momento de la lengua y el arbitrio de todas nuestras cosas.