El Imperio en Asia y Oceanía: Los últimos héroes por mar
Los insurrectos filipinos se apoderaron de los buques mercantes, de vapor y de vela, carentes de servicio tras la derrota española contra la escuadra norteamericana del almirante (comodoro) George Dewey en 1898. Con los cañones de los barcos de guerra perdidos en la batalla de Cavite y aquellos cogidos a los barcos surtos en el arsenal de Cavite, artillaron los mercantes para expandir la rebelión a todo el archipiélago con la anuencia del ejército norteamericano.
Así pues, los buques de guerra españoles operativos en el Pacífico se agrupaban en la División Naval del Sur de Mindanao, al mando del capitán de navío José Ferrer y Pérez de las Cuevas. Los buques de la en realidad pequeña escuadra, dedicados a mantener la presencia de España en la región y combatir la piratería, distribuidos entre las pequeñas estaciones del archipiélago, eran: transporte armado General Álava; cañoneros Elcano, Calamianes, Samar, Paragua, Mindoro, Panay, Pariveles, Pampanga, Albay y Manileño; cañoneras Basco, Gardoquí y Urdaneta; cañoneros lacustres, destinados a la vigilancia de la Laguna de Lanao en la isla de Mindanao, Almonte, Corcuera, General Blanco y Lanao; el pequeño vapor mercante Churruca; y en las islas Carolinas permanecían los cañoneros Quirós y Villalobos.
A poco de empezar la guerra contra los Estados Unidos, el cañonero Elcano apresó la fragata mercante Saranac en aguas de las Bisayas (o Bisayas) que transportaba carbón para la escuadra norteamericana fondeada en la bahía de Manila. Pero después de la derrota, dada la debilidad de los barcos españoles frente al poderío del enemigo, el capitán Ferrer ordenó concentrar todos los barcos disponibles en La Isabela (isla de Mindanao, provincia de Basilán), fondeando minas y emplazando pequeños cañones de las estaciones navales para defender la entrada al puerto; completando la actuación, fueron desmontadas las armas de las cañoneras fluviales para trasladarlas al General Álava, igual que se hiciera con sus dotaciones. En el General Álava se izó la insignia de mando.
Ya que los buques norteamericanos no abandonaban el refugio de la bahía de Manila, el capitán Ferrer decidió actuar contra los insurrectos filipinos. Bien por separado bien formando escuadrilla, los cañoneros fueron apresando o hundiendo a los barcos utilizados por los insurrectos, además de prestar auxilio a los puestos aislados del Ejército español, llevando noticias, provisiones y munición, bombardeando desde el mar las concentraciones enemigas y evacuando a sus defensores de las posiciones insostenibles.
Apresados y capturados una veintena de barcos insurrectos por la escuadrilla española, la operación más destacada fue el apoyo de tres cañoneros y del personal de la estación naval a la defensa de la ciudad de Lloilo (también denominada por los españoles Ilo-Ilo, en las Bisayas occidentales), atacada por una fuerza diez veces superior.
El siguiente acto previsto, que nunca pudo ejecutarse, ofrecía el concurso de la escuadra a las futuras operaciones del general Ríos, gobernador de la isla de Mindanao, extendiendo la hegemonía de España aún a las islas Marianas y Carolinas con el refuerzo de la Escuadra de Reserva del almirante Cámara que debía partir de España. La anhelada Escuadra de Reserva tuvo que permanecer defendiendo las costas españolas tras la derrota en Cuba. El aciago 1898 dejaba héroes, pero marcó el fin del imperio.
Aunque firmada la paz en Filipinas, y por ende finalizada la guerra, el General Álava, izada la insignia de mando del capitán Ferrer, la última en el océano Pacífico, continuó abnegadamente prestando servicios a España. Entre otras misiones llevó a cabo la evacuación de las islas Carolinas, cuya venta a Alemania se había decidido por el gobierno español, asistiendo a la ceremonia formal del cambio de soberanía en noviembre de 1899.
La gesta nacional en las Carolinas llevaba el nombre de los cañoneros Quirós y Villalobos, pese a su aislamiento y consecuente agotamiento de víveres y municiones. En julio de 1898 apresaron al pailebote estadounidense Tulenkam en aguas de Ponapé, y después combatieron la insurrección de los nativos.
En definitiva, la pequeña escuadra del capitán Ferrer, los últimos de Filipinas por mar y del océano Pacífico, luchó por el honor de España en condiciones absolutamente desfavorables durante un año y medio más de aquel memorable, pese a ser una fecha triste, 2 de junio de 1898, emulando a los heroicos defensores de Baler, los últimos de Filipinas en tierra.
Artículos complementarios
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