El cántaro de agua roto por un disparo
Guerra de la Independencia: La vasija de María Bellido
La batalla de Bailén confirmó que el Ejército Imperial no era invencible. Aquel 19 de julio de 1808, en Bailén la sed fue una pesadilla y la continua obsesión de los contendientes.
Escribe Benito Pérez Galdós en uno de sus Episodios Nacionales, el titulado Bailén, p. 338-339: “Los soldados de los regimientos que allí se rehacían para salir de nuevo al frente clamaban… pidiendo agua. Vimos con alegría que desde el pueblo venían corriendo algunos hombres con cubos… era para los cañones… se oyó decir “allí hay agua, allí se están disputando la noria”…, los franceses defendían su vaso de agua… y nosotros se lo disputamos… sentimos que se duplicaba el calor… las secas espigas ardían como yesca… nos arrojamos sobre el enemigo resueltos a morir, la gota de agua quedó por España al grito de “Viva Fernando VII”.
El pueblo entero de Bailén se sumó al combate y cada uno sin distinción de edades, de sexo o de condición social lo hizo como supo o como buenamente pudo; relata el catedrático de Historia Manuel López Pérez en su obra María Bellido, una mujer para una batalla.
María Bellido (o María Luisa Vellido o María Inés Juliana Bellido Vallejo) debe su fama al haber dado de beber al general Teodoro de Reding. Cuenta el coronel Rafael Vidal Delgado, historiador militar, en referencia a la batalla de Bailén y a la contribución de María Bellido: “Cuando una bala rompió el cántaro [con agua que aliviaba la sed de los combatientes] y ella, sin inmutarse, recogió un trozo del mismo en el que aún quedaba agua y se lo ofreció al general.” Añade: “[La presencia femenina además] proporcionaba al combatiente moral de victoria, ya que el soldado se encuentra con una mujer que al mismo tiempo que le ofrece el jarrillo le conforta.”
Monumento a la aguadora María Bellido
Imagen de bailendiario.com
El general Francisco Javier Castaños, jefe de la fuerza española enfrentada a la francesa napoleónica, elogia la actitud de los vecinos de Bailén durante la batalla: “Heroicos vecinos, cuya lealtad y patriotismo debe servir de ejemplo y será bien señalada en la historia de nuestra gloriosa guerra; pues aunque algunos podrán querer competir en los auxilios de víveres y agua que arriesgando su vida proporcionaron durante la batalla, sin que las mujeres y niños cediesen en nada a los más esforzados varones.”
El historiador Antonio José Carrero resume la acción de las aguadoras y concretamente de María Bellido: “A tan oportuno auxilio [saciar la sed] concurrieron algunas heroínas mujeres, que desentendiéndose de su sexo y de los riesgos, con barriles y cántaros andaban por medio del Ejército dando de beber a los soldados, que admiraban su valor y patriotismo. Estando una de estas grandes mujeres dando de beber a un soldado, una bala le quebró el cántaro y ella, llena de espíritu, volvió con otro para continuar su importante obra. Compañera de ésta fue la que mitigó la sed al general Reding, quien la trató con el mayor agrado, haciendo después llamarla y tomar su nombre, ofreciendo premiarla.”
Las anotaciones de los oficiales Tomás Pascual Maupoey y Gaspar Goicoechea, las del general Antonio Remón Zarco del Valle y del historiador Ramón Cotta, sintetizan al respecto de la batalla y los hechos que se analizan: “En pleno fervor del combate llegaron hasta el puesto de mando varias mujeres portando unos cántaros de agua. Una de ellas, llamada María Luisa Bellido, ofreció agua al general y en el momento en que elevaba la vasija una bala rompió el cantarillo. La mujer no se inmutó. Recogió un tiesto donde había quedado algo de agua y lo ofreció al general, que alabó su valor y ofreció premiarla.
Durante el viaje de Isabel II por Andalucía, concretamente en su visita a la localidad de Bailén, la reina fue obsequiada con un relicario en el que se conservaba entre dos coronas de laurel la famosa bala que rompiera el cántaro de María Bellido (recogido por el citado Manuel López Pérez en su obra citada, p. 59).
La heroína vio recompensado su valor. Le fue concedida una pensión vitalicia o bien por la Junta Central o bien, a sus legítimos descendientes, por el rey Fernando VII.
La ciudad de Bailén incorporó a su escudo el cantarillo roto de María Bellido.