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Batalla de Bailén. Francisco Javier Castaños y Teodoro Reding

Guerra de la Independencia: La batalla de Bailén

Victoria sobre las Águilas Imperiales

19 de julio de 1808



El día 29 de julio llegó a Madrid la noticia de la capitulación hecha en Andújar, provincia de Jaén, el 22, de resultas de la batalla de Bailén dada el 19. Gloriosa jornada para España, de humillación para los franceses invasores; de admiración para Europa.
La batalla de Bailén es uno de esos episodios genuina, singularmente españoles, de una gran trascendencia nacional y europea al suponer la primera y muy importante derrota de los hasta entonces invencibles ejércitos napoleónicos en un enfrentamiento en campo abierto frente a un ejército regular, con sus voluntarios, al mando de un general español.
El 19 de julio de 1808, fecha de la histórica batalla de Bailén, los franceses entendieron que España no era suya, y los españoles comprendieron que podían recuperar su nación, sus tradiciones y sus instituciones. La batalla de Bailén supuso el inicio de la guerra de la independencia contra el invasor; y demostró a España y al resto de Europa que Napoleón era vencible.
El interés de Napoleón Bonaparte en España, con su invasión y consecuente guerra, se desdobla en dos aspectos estratégicos: tener expedito el camino desde la frontera francesa de Hendaya hasta Madrid, misión encomendada a Bessières, y dominar la línea desde la capital hasta Cádiz, alcanzando con prontitud la costa, para liberar a la escuadra del vicealmirante Rosilly Mesros, encerrada en la bahía gaditana. La escuadra francesa de Rosilly Mesros capituló al sur de Matagorda, provincia de Cádiz, el 14 de junio, al ser atacada por el jefe de escuadra español Juan José Ruiz de Apodaca; fueron capturados seis navíos de línea, 456 cañones y 3.674 hombres. Napoleón deseaba obsesivamente disponer de medios para combatir en el mar a los ingleses. Sin una fuerte armada le sería imposible mantener los cuerpos de ejército franceses que ocupaban los puntos clave de Portugal, al mando del mariscal Junot, duque de Abrantes.
La conquista y aseguramiento de la línea estratégica entre Madrid y Cádiz, que debía dominarse con presteza y amplitud, recayó en el prestigioso general Pierre Dupont de l\’Étang, victorioso en las batallas de Marengo, Ulm y Friedland. La marcha sobre Andalucía destina un total no inferior a veinte mil efectivos combatientes, tropa selecta, veterana y bien equipada. Dupont toma y saquea Córdoba el 7 de junio de 1808.
Correlativamente a la puesta en marcha del ejército invasor camino del Sur, en Sevilla se ha constituido una Junta Suprema Provincial. De ella emana el poder sociopolítico más fuerte en la España insurrecta, todavía carente de coordinación en su conjunto, y que con la misma celeridad que el enemigo organiza un ejército opositor.
El ejército español, fiel por definición a la Corona, tiene la orden de colaborar con los franceses, en remedo de sus jefes supremos, primero Carlos IV, después Fernando VII; pero es cada vez mayor el número de oficiales y de unidades que se acoge a la autoridad de las provinciales y regionales Juntas de Defensa. La cabeza visible del reorganizado ejército nacional, en Sevilla, va a ser el general Francisco Javier Castaños, que era comandante militar del Campo de Gibraltar, acompañado de otros generales de fama: Teodoro Reding de Biberegg, de origen suizo; Manuel de la Peña; Félix Jones, de origen irlandés; el marqués de Coupigny, de origen valón, y el representante de la Junta: el conde de Tilly.
La marcha hacia Andalucía, iniciada el 24 de mayo para ocupar Córdoba, Sevilla y Cádiz como plazas principales, la emprende Dupont contra todas las reglas del arte militar al alejarse de sus bases sin disponer de medios, o alternativamente establecerlos, para mantener la comunicación con ellas ni, algo esencial, para proteger su retaguardia, también descuidando los flancos. Al cabo, preventivamente, solicitó refuerzos a Savary, que había sustituido a Murat como lugarteniente general del Emperador Bonaparte en España. Con esa garantía siguió adelante forzando el paso de Despeñaperros. Sin percance digno de mención el 2 de junio entra en la población jienense de Andújar. Pero la tropa francesa topa con resistencia notable en el intento de cruzar el puente de Alcolea, sobre el río Guadalquivir, defendido valientemente por don Pedro Agustín de Echevarri.
Llegó a Córdoba el contingente invasor el 7 de junio, procediendo a un desenfrenado y extendido saqueo. Tanto fue el volumen y valor de su rapiña que necesitaron aumentar el convoy militar hacia el sur con quinientos carros más, cargados de toda clase de tesoros y enseres. La noticia de la conducta de las tropas de Dupont en Córdoba corrió por toda Andalucía incrementando la hostilidad contra el invasor desembocada en el exterminio de las pequeñas guarniciones que Dupont dejaba atrás para asegurar las comunicaciones.
Aprovechando el malestar popular, exigente de respuesta mayor a los ataques locales, el general Castaños organizó sus fuerzas para operar contra el I cuerpo de ejército francés, que se mantenía inactivo en la comarca de Andújar una vez retirado de Córdoba, situación que se prolongó cerca de un mes y que permitió al ejército español plantear desde Utrera una nueva estrategia. Murat, Comandante del ejército francés de ocupación y Gobernador de Madrid nombrado por Napoleón Bonaparte, antes de dejar Madrid el 4 de junio, había dicho a Dupont:

“El primer cañonazo que usted dispare sobre esos miserables (los españoles insurrectos) debe devolver la tranquilidad a toda Andalucía y casi diría a toda España.”
Nada más alejado de la realidad: la Junta de Sevilla ordenó al general Castaños que atacase. Aquellos cañonazos extraídos de la \”fanfarronada\”, iban a ser el toque de guerra que ponía en marcha las casi únicas unidades regulares del ejército del Antiguo Régimen que todavía conservaban espíritu, organización y mandos. Se unieron a estos regimientos 2.000 voluntarios, y otros 12.000 fueron rechazados por falta de condiciones y de preparación. En Granada se formó otro cuerpo de ejército con tropas de la provincia y de Málaga, 10.000 hombres al mando del general Reding que fueron a unirse a los de Castaños. Con lo que el general en jefe Francisco Javier Castaños logró reunir en Porcuna 33.000 efectivos para el combate, de los cuales 2.000 eran de caballería; parte de ellos los famosos garrochistas andaluces cuya participación en la batalla fue más voluntariosa, y valiente, que eficaz, militarmente hablando. Este ejército se distribuía en tres Divisiones y un cuerpo de reserva. La primera división la mandaba el general Teodoro Reding, la segunda el Teniente general marqués de Coupigny, la tercera el general Félix Jones, y la reserva el general Manuel de la Peña; mandaba también por separado don Juan de la Cruz unos mil hombres, y don Pedro Valdecañas algunos destacamentos.

Francisco Javier Castaños Aragorri, duque de Bailén.

Imagen de http://www.congreso.es

La pretensión estratégica del ejército nacional era la de situarse a la espalda del invasor cortando sus comunicaciones con Madrid y el resto de España. Si los españoles conseguían copar la retaguardia francesa, imposibilitando su avituallamiento, impidiendo el asentar bases estables, entonces las tropas de Napoleón no tendrían más remedio que retroceder alejándose de Andalucía. Era una operación inteligente y necesaria, pero que requería fuerzas capaces, y eso era de lo que los españoles carecían, sobre el papel.
Había enviado el general Dupont 1.500 de los suyos a Jaén a buscar víveres. Pero sabiendo al cabo que los españoles habían hecho movimiento les mandó retroceder, y se volvieron sin entrar en aquella ciudad después de haber sido molestados incesantemente tanto por la tropa como por el paisanaje.
Dupont de l\’Étang supo de los movimientos españoles apreciando que su intención era cortarle la retaguardia. Con la incorporación de la división del general Vedel y un regimiento de Dragones, solicitado el refuerzo a Madrid, envió a buena parte de sus tropas hacia La Carolina queriendo cubrir la comunicación con la meseta mientras retrocedía hacia Andújar buscando acomodo. En Bailén, aproximadamente equidistante de ambas poblaciones, instaló su cuartel general. De esta última localidad partió una columna para saquear Jaén.
El plan de campaña del general en jefe Castaños fue preparado por el general Moreno; un plan más acertado que el de Dupont, que había dividido a sus 20.000 hombres en tres grupos, en Andújar, Bailén y La Carolina, con lo que mermaba su poderío; una dispersión de efectivos negativa para el posterior e imprevisto combate.
El análisis estratégico del general Moreno, modelo de estudio, consistía en cortar todo enlace entre las fuerzas de Dupont y Vedel, rechazar a éste hacia el norte y atacar por los dos flancos al primero en Andújar.
El día 11 formaron su plan de ataque los generales españoles. Empezó a moverse el ejército el día 13, cuando se inició la operación. Hacía mucho calor. Los ríos Guadalbullón y Guadalimar iban casi secos, por lo cual eran fáciles de atravesar por los vados. Las localidades de Mengíbar y Villanueva fueron ocupadas por las tropas españolas, mientras el francés Vedel se retiraba para reunirse con Dupont.
Ya el día 15 hubo ya algunos encuentros con los franceses, que también acometieron a don Juan de la Cruz, encargado de incomodar con su gente el costado derecho del enemigo. Cruz se defendió intrépidamente, y los franceses se replegaron. El 16 hubo un sostenido cañoneo entre los franceses y el general Castaños que estaba a su frente. Teodoro Reding, atravesando el Guadalquivir a media legua de Mengíbar donde estaba situado una parte de la fuerza enemiga, la obligó a retirarse a Bailén. Salió el general Gobert en auxilio de los suyos y quedó muerto de un balazo. Pudo Reding perseguir sin obstáculo a los enemigos, pero desestimando esta posibilidad repasó el río el día 17 a esperar que se le uniese Coupigny, encargado de sostenerle. Valdecañas sorprendió en Linares un destacamento de los enemigos. Supusieron y temieron los franceses derrotados en Mengíbar que este jefe ocupase los pasos de la Sierra, por lo que se dirigieron a Guarromán al mismo tiempo que otras columnas, al mando de Vedel, avanzaron hacia La Carolina y Santa Elena. Reding y Coupigny entraban juntos en Bailén.

Teodoro Reding de Biberegg

Imagen de http://www.teodororeding.es

Entretanto, las tropas mandadas directamente por el general Castaños anduvieron infatigables de día y de noche, de un lado a otro, desconcertando al enemigo. Los franceses ignoran dónde está Castaños ni cuál es su propósito; en consecuencia, los refuerzos solicitados por Dupont no saben cómo afrontar la situación bélica.
Son tanteos y escaramuzas, todavía, pero confirman que la iniciativa corresponde a los españoles. La ventaja de las posiciones españolas, tan bien prevista por el plan Moreno, fue decisiva para lograr la victoria final.
El día 18, sumido en desconcierto aunque presto a la sospecha, el general Dupont había salido de Andújar al anochecer con el fin de no ser descubierto en su marcha. Ignoraba que estuviesen tan próximos los españoles y éstos le suponían en Andújar, donde pensaba acometerle Reding. Sonaron disparos en torno, lo que cercioró a Reding de la proximidad del enemigo y la inminencia de la lucha.
Dupont, en marcha, se estrelló en asaltos sucesivos contra las líneas españolas, sin llegar a entablar batalla abierta; y sus brigadas, desplegadas como avanzadilla, fueron diezmadas por las tropas de Reding y Coupigny y la eficacia artillera.
Francisco Javier Castaños sí sabe dónde están los franceses, aunque no alcanza a interpretar efectivamente la maniobra futura que emprendan.
Dupont, aún acosado por la incertidumbre, opta por retirarse a Bailén, precisamente donde están los españoles; las tropas de Reding y Coupigny que salen de la población a enfrentarse al enemigo. El inicio de la batalla homónima.
Eran las cuatro de la mañana del 19 de julio de 1808. Advertidos en última instancia del peligro, los franceses embistieron el ala izquierda española al mando del marqués de Coupigny. Los atacantes fueron repelidos y posteriormente, tras arduo combate, arrojados de las alturas que dominaban. A la desesperada, los franceses prolongaron el ataque por el centro y el ala derecha del ejército nacional, que debió reforzarse hasta conseguir neutralizar el ataque.


Con o sin táctica preconcebida, volvieron a la carga una y muchas veces los franceses, y a rechazarlos los españoles apoyados por una cumplida y muy eficiente acción artillera contra la enemiga, que anuló.
A mediodía se dibujaba en relieve desgracia y pérdida para los franceses. Entonces Dupont, con el resto de generales a su mando, se puso al frente de las columnas cargando contra el centro del dispositivo combatiente de los generales Reding y Abadía, quizá considerando que en él hallaría un punto débil que atravesar. Al mismo tiempo que así acosaba y estrechaba Reding a los franceses, se había colocado a su izquierda don Juan de la Cruz, que se había puesto en marcha la noche precedente, sabido que hubo el movimiento de Dupont, hostigándole en gran manera.Dupont fracasa en su asalto dirigido al centro del ejército español, y recibe una herida de bala en la cadera; el creciente temor a la llegada inminente de Castaños desde Andújar antes que la de su general Vedel, el ímpetu de la caballería andaluza que aseguraba de lejos el flanco derecho y desciende sobre la retaguardia francesa provocando la desbandada, la asfixiante temperatura y la desafección de los suizos del ejército francés que se entregan y unen a los suizos de Reding, son factores que anticipan la rendición.
Acudió también el general De la Peña con una división, por orden del general en jefe Castaños, que seguramente no había sabido hasta aquel mismo día el movimiento de Dupont.
Expone don Juan Luis Gómez Oñoro, presidente de la Asociación de Veteranos de Caballería de Farnesio, que los Regimientos de Farnesio, entonces 6º de línea, y el de Borbón sostuvieron, desde el comienzo hasta el final, el peso de los ataques de los experimentados jinetes franceses; siendo heroico el comportamiento de ambas unidades de Caballería. Los llamados garrochistas algunos de los jinetes voluntarios en efecto lo eran estaban encuadrados en Farnesio como sus escuadrones 3.º y 4.º. Hay que recordar que el Ejército del Sur se forma encuadrando e integrando a todos los voluntarios, aproximadamente 2.000, en las unidades regulares. No hubo unidades de voluntarios actuando a su aire; los garrochistas, aludidos así en varias crónicas y en el diario de Reding, eran jinetes de Utrera y de Jerez. El Regimiento Farnesio estaba de guarnición en Jerez y su remonta estaba en Utrera, que había sido el lugar de su anterior residencia. El Ejército comienza a reclutarse en Utrera y acaba de formarse ya en Sevilla. La dificultad para alistar y requisar caballos dada su escasez y la premura de tiempo provocó que se aceptaran, e incluso se buscaran, a esos garrochistas, pues formar jinetes es labor lenta, y ellos venían ya montados. La intervención de esa unidad encuadrada en Farnesio y mandada por oficiales del Regimiento, como es de rigor, en la carga del flanco derecho actuaron deficientemente no obstante su valor y predisposición; eran novatos, más voluntariosos que eficaces. Bajaron de La Haza al galope, atravesaron las filas de la caballería francesa y se perdieron sin volver a reagruparse ni a cargar; algo lógico dada su bisoñez y al hecho de que el día 16 esos escuadrones habían sido prácticamente diezmados en la acción de Mengíbar, donde fueron mortalmente heridos el Capitán de Farnesio D. José Cherif y los Alféreces de plantilla de Farnesio D. Diego Aguirre y D. Vicente Láriz.
Fue un ataque valiente el de la tropa francesa, enormemente arriesgado y con visos de tragedia. No pudieron flanquear a los españoles, firmes, serenos, convencidos de su fuerza, acompasados nuevamente por una puntería artillera demoledora. Hasta que exhaustos, mermados y sin vía de escape, imposible la ruptura de la línea española, el ejército francés propuso a Reding una suspensión del combate; momento en que la vanguardia del general Castaños llega al río Rumblar.
Apenas sobrepasado el ardiente mediodía del 19 de julio, el general en jefe francés solicitaba una tregua, dispuesto a la evacuación de Andalucía. Reding se opuso en principio y se avino después a negociar. Comenzaron los tratos entre Reding y Dupont entre recelos mutuos y exigencias de difícil cumplimiento por parte francesa: nada menos que permitir a su ejército trasladarse a Madrid. Para dirimir la disputa fue imprescindible acudir al general en jefe español. Castaños, a su vez, informó a la Junta de Sevilla desde la que se opuso el conde de Tilly, en calidad de vocal de la misma. Era manifiestamente ventajosa, dada su situación, la salida que proponía el francés; y tanto más perjudicial para los españoles cuanto, según un pliego afortunadamente interceptado, se mandaba al general Dupont (todavía ignorante el remitente de su sonora derrota) que se apresurase a volver a Madrid para reforzar a Bessières, puesto en marcha contra los generales españoles Cuesta y Blake que avanzaban a través de territorio leonés con un contingente militar considerable.
En esto se fundaba el conde de Tilly para su negativa, objetando que si se permitía a los franceses, enemigo derrotado, volver a Madrid, las ventajas conseguidas contra ellos en Andalucía dejarían de serlo, emplazándose y utilizando aquella fuerza contra los españoles en cualquier otra parte. Ante la disparidad de posiciones quedó interrumpida, casi rota, la negociación; hasta que, necesidad obliga, la angustiosa situación de los los franceses, sofocados, sedientos y cercados por soldados y paisanos armados, les acució a restablecerla. Codo a codo, paso a paso con los combatientes, yendo y viniendo de la línea de fuego, mujeres como la célebre María Bellido (que aplacó la sed del general Reding con su cántaro roto por una bala perdida), ancianos y niños en número elevado desafían el riesgo portando cántaros de agua para refrescar a los combatientes y sus cañones. Principiaron en esta segunda fase las conferencias, pero en la trastienda francesa todavía pretendieron algunos oficiales la arremetida ciega de su tropa contra las líneas españolas para unirse con Vedel.

Augusto Ferrer Dalmau: Carga del Regimiento de Caballería España en la batalla de Bailén.

Imagen de http://www.militar.org.ua

El general Vedel, habiendo oído el fragor de la batalla desde La Carolina, se dirigió hacia Bailén. Encontrados en el camino, le comunicó el general Reding el cese del fuego que se había convenido. Envió Vedel un oficial a saber si era cierta la noticia; pero antes de que volviese, tomando la iniciativa de un combate no planteado, acometió a un batallón español que se hallaba desprevenido y por lo tanto vencido. Animado por el éxito de la acción bélica atacó a otro batallón y un regimiento que ocupaban una ermita; pero aquí encontró una resistencia tenacísima y bien dirigida que entretuvo, y desbarató, los futuros planes de aproximación a su jefe.
Esperaba, entonces, Vedel un aviso u orden de Dupont; que llegó por el conducto previsto, dándole a entender que quedaba exento de la capitulación; lo que equivalía a escapar de la zona con sus efectivos. Cosa que aceptó hacer, caída la noche; pero fue advertido en su movimiento por los españoles que acto seguido comunicaron a Dupont que sería pasado a cuchillo todo su ejército si no se atenían, él y el resto de los suyos, a la palabra dada con anterioridad. Tal amenaza, presta a cumplirse, apartó definitivamente de Dupont toda iniciativa contraria a la rendición efectiva e incondicional. Mandó a Vedel detenerse y se confirmó la capitulación.
El golpe que recibieron los franceses en Bailén resonó en toda España, en Francia, en Europa y en el emperador Napoleón Bonaparte. Para los franceses supuso una humillación y un enorme revés en el plano militar tanto como en el político, estratégico y psicológico: Napoleón con su formidable ejército no era invencible, todopoderoso, irrefrenable.
El general francés Foy, conocedor de Napoleón y de la guerra en España, recoge en su obra sobre esta campaña lo siguiente:

“Cuando Napoleón se enteró del desastre de Bailén derramó lágrimas de sangre sobre sus águilas humilladas, sobre el honor de las armas francesas ultrajadas. Los invencibles habían sido vencidos, puestos bajo el yugo por los que en la política de Napoleón eran tratados como pelotones de proletarios insurrectos. Por la capitulación de Bailén, la Junta, que no era antes sino un comité de insurgentes, vino a hacerse un gobierno regular; un poder. España apareció de repente, altiva, noble, apasionada, poderosa, tal como había sido en sus tiempos heroicos. ¡Qué fuerzas y qué poderío iban a ser necesarios para domar una nación que acababa de conocer lo que valía!”
El historiador militar coronel Priego, que fue director del Archivo Militar español, refiere:

“El triunfo de Bailén constituye una legítima gloria para nuestro ejército regular. Pues si en la concepción del plan de Porcuna cabe señalar errores de cálculo, su ejecución puede considerarse perfecta. Sobre el campo de batalla nuestros soldados y mandos subordinados se comportaron con una disciplina, firmeza y tenacidad que les pusieron a la altura de los mejores del mundo. Y en especial nuestra artillería actuó con una eficacia que asombró a sus propios adversarios.”
La victoria de Bailén desbarató todos los planes franceses, les obligó a retirarse a la línea del Ebro y decidió la capitulación de Junot en Cintra (Portugal) el 30 de agosto, al quedar aislado el ejército francés que operaba en torno a Lisboa. A su vez, y desde la perspectiva nacional, el marqués de la Romana pudo embarcar el 21 de agosto en la isla danesa de Langeland con 400 oficiales y 9.000 soldados para reintegrarse a España.
Se estimuló en los españoles el espíritu de resistencia; también en la Europa amedrentada y sometida al imperio napoleónico emergió el ánimo de liberación.
El asunto español iba a costarle caro a Napoleón. Le obligaba a venir a combatir a España, ese país mezcolanza de curas, de aristócratas y plebe que iba a rendirse al primer cañonazo. Las ínfulas megalómanas del emperador francés iniciaron su declive en Bailén.

Parte del general Francisco Javier Castaños Aragorri dirigido a la Junta Suprema el 27 de julio de 1808
“En la madrugada del diez y seis del corriente tomó sus disposiciones el general Reding, para amenazar y entretener al enemigo en su posición de Menjívar, mientras que con el grueso de las fuerzas de su mando verificaba el paso del río a distancia de media legua, por el vado que llaman del Rincón. Esta operación se hizo con la mayor felicidad; el enemigo fue desalojado de todas sus posiciones, perseguido hasta las inmediaciones de Baylén y batido en todas sus partes; su general Gobert fue muerto, y después de haber logrado el objeto, y obteniendo cuantas ventajas pudieran esperarse, la división repasó el río con el mayor orden y ocupó su antigua posición hasta la tarde siguiente del 17, en que libres todas aquellas inmediaciones de enemigos, y en disposición de poderse pasar el Guadalquivir por cualquier punto, volvió a ponerse en movimiento, pasó el río por los vados inmediatos al pueblo y tomó su posición en las alturas que tenía sobre su frente en donde al amanecer del día 18 se reunió la división del marqués de Coupigni y se pudieron en marcha para Baylén con el objeto de atacar al enemigo.
    Verificada la llegada de estas divisiones a Baylén, se dieron las órdenes necesarias y se dispusieron las columnas de ataque con dirección a Andújar. Pero a las tres de la mañana del 19, en que se estaba formando la tropa para emprender la marcha, el general Dupont, que con su ejército había salido de Andújar al anochecer del día 18, atacó nuestro campo; y empezó el fuego de su artillería, con designio sin duda de sorprendernos.
    En el momento se dirigieron con celeridad todas las tropas de las divisiones conducidas por sus jefes a los puntos atacados, auxiliados de la artillería, siendo tan vivos sus movimientos que la primera compañía de artillería a caballo, y aun la de batalla, sufrió algunas cuchilladas de los enemigos, y tomando el orden de columnas, según los puntos que ocupaban las tropas, marchó la división de la izquierda compuesta de guardias Walonas, suizos de Reding, Bujalance, Ciudad Real, Trujillo, Cuenca, Zapadores y regimiento de caballería de España a atacar las alturas inmediatas y flancos del enemigo. Después de una resistencia muy viva fue desalojado, perdiendo dos piezas de artillería, y habiéndose reunido los enemigos en un cuadro, fue atacado con mucho ardor por el regimiento de Reding y por las reales guardias Walonas que lo sostenían. El enemigo fue enteramente roto y tuvo que retirarse sobre el puente, cuyo movimiento le obligó a retroceder de su centro hasta más de media legua, y reunido con una reserva que venía de Andújar volvió a atacar dos veces este punto, siendo rechazado la primera por nuestra infantería y caballería, logrando solamente en la segunda volver a posesionarse del puente, de cuyo resultado siguió el general Dupont sus designios de ataque contra nuestro centro y derecha.
    Cuando aclaró el día, nuestras tropas estaban ya en posesión de las alturas que antes ocupaban, y el enemigo emprendió sus ataques por varios puntos de la línea, teniendo la ventaja de formar sus columnas a cubierto de nuestros fuegos por la mejor posición que ocupaban, protegido de su artillería. En todos los puntos fue rechazado y aun perseguido, a pesar de lo vigoroso de sus ataques, que repitió sin más interrupción que la necesaria para replegarse y formar nuevas columnas, sin haber podido ganar terreno alguno, aunque en varias ocasiones rompió nuestras líneas con una intrepidez propia de unas tropas acostumbradas a vencer, llegando hasta nuestras baterías, que fueron servidas en este día de un modo que asombró y aterró a los enemigos, pues no sólo desmontaron al instante su artillería sino que desbarataban cuantas columnas se presentaban.
    A las doce y medía del día, fatigado el enemigo y desesperado por no haber podido conseguir ventaja alguna, emprendió el último ataque, en el que el general Dupont y demás generales se pusieron a la cabeza de las columnas; y a pesar de la intrepidez y esfuerzos más extraordinarios, los resultados fueron iguales a los de los ataques anteriores, y en este estado pidió el general Dupont entrar en capitulación y se suspendieron las hostilidades en uno y otro ejército, quedando en sus respectivas posiciones.
    Los franceses tuvieron 2.200 muertos y 400 heridos, por 243 y 735 de los nuestros, respectivamente.

José Casado del Alisal: La capitulación de Bailén (1864). Museo del Prado, Madrid.

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