Todas las obras que se escriban, todos los poemas que se compongan para ensalzar la heroicidad del pueblo español en la guerra de la Independencia, no tendrán la energía, la significación, el mérito de esta frase: ¡No importa!
Los soldados vencedores del mundo no habían peleado nunca con ese general “No importa”, que era derrotado hoy y presentaba mañana la batalla; que se salía de las reglas de la táctica y rompía los axiomas de la guerra; que convertía en plazas fuertes los pueblos abiertos, y que podía ser siempre derrotado y nunca vencido.
Aquel español que interpelado por un oficial francés el 1º de mayo de 1808, ante miles de bayonetas, y las mechas encendidas, contestó: ¡Me río!; hizo, tal vez sin saberlo, una gran frase; aquella risa era más poderosa y más temible que los cañones de Austerlitz y de Jena.
Una y otra frase resonaron seis años con eco atronador y sangriento en toda España. De entre las humeantes ruinas de Zaragoza, de los labios de los cadáveres que sembraban las calles, de aquel aire mezclado de pólvora y de peste, salía todavía el grito: ¡No importa! Sobre los campos de Bailén resonaba como un coro de triunfo, y como un sarcasmo, ante aquellas legiones humilladas, la frase del madrileño: ¡Me río!
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El Mariscal de Campo Mariano Álvarez de Castro, el heroico defensor de Gerona, quedó retratado en muchas frases. Habiendo mandado hacer un reconocimiento fuera de la plaza, y preguntándole el jefe de la fuerza adónde se retiraba, si el enemigo le atacaba, contestó secamente: ¡Al cementerio!
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Una historia que reuniese las frases de esa gran epopeya sería un drama vivo, una colección de bellezas y de horrores, de abnegaciones y heroísmos, que darían útil enseñanza al pueblo fortaleciendo el sentimiento de patriotismo y el cariño y la admiración a nuestros padres, que prefirieron la pobreza, el hambre, los tormentos y la muerte a la esclavitud y a la pérdida de la dignidad nacional.