Los teóricos y pioneros de la ciencia aérea (y II)
Entre los historiadores y cronistas de la Aeronáutica Española no hay acuerdo al determinar cuándo, dónde y por quién, tuvo lugar el primer lanzamiento de un globo aerostático en España.
La referencia más antigua encontrada figura en un libro titulado Historia de los Aeronautas y de los Globos Aerostáticos, editado en Barcelona en 1847, cuyo autor firma con las siglas S.A.S.M. Cuenta que:
“Dos meses después de este experimento (la ascensión libre de los franceses Pilatres y Arlandes, el día 21 de noviembre de 1873), se hicieron algunos ensayos en España. Fueron los primeros, los que hizo en los sitios reales, el Serenísimo Señor Infante D. Gabriel, que se repitieron después en Madrid, el 15 de diciembre, el uno en los jardines de Palacio del Marqués de Santa Cruz y el otro fuera de la puerta de Santa Bárbara.“Barcelona imitó a poco tiempo aquel ejemplo y el día 30 de enero de 1784 se elevaron dos globos a la vez, el humo piramidal con humo de paja y otro esférico que se llenó con hidrógeno obtenido del orujo de aceituna, vitriolo y limaduras de hierro.”
En otros textos se informa de que en el año 1873, se hace ascender un globo confeccionado por José Viera y Clavijo, historiador tinerfeño, estudioso de los gases y poeta, aunque el promotor e impulsor de la experiencia fue el Marqués de Santa Cruz y el lugar de los hechos los jardines de la Casa del Marqués en Madrid.
Aunque los autores de una y otra crónica nombran distintos protagonistas, seguramente todos ellos intervinieron en un mismo lanzamiento.
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Un periódico alemán, en 1784, informa que el español José Patiño había efectuado un vuelo a bordo de una nave de su invención a la que llama Pez Aerostático, partiendo de Plasencia y tomando tierra en Coria, ambas localidades en la provincia de Cáceres.
Noticia que resultó ser una broma.
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En 1784, se publica en España un curioso libro del que es autor el labrador asturiano Cypariso, poeta de vocación en las frondosas riberas del río Narcea, que en unos versos manifiesta su admiración hacia los primeros aerosteros:
I
No pretendo escribir triunfos de Marte,
Ni de Cupido glorias inconstantes,
Ni mi mus pretende en esta parte
Elogiar a los Bélicos, ni amantes:
Ni de la guerra describir el arte,
Ni del amor los lazos vacilantes;
Que se dirige todo mi trasunto
A publicar un nuevo raro asunto.
II
A la región del viento va mi pluma
A inquirir novedades portentosas,
Que admirará del mar la clara espuma,
Y el cielo las tendrá por milagrosas:
Donde el ayre volátil Carro bruma
Se encaminan mis voces misteriosas,
Porque el ayre ha de ser todo el cimiento
En que fixe su vida el pensamiento.
III
Del Narzea a la orilla cristalina
Estaba yo una tarde discursivo,
Quando oigo resonar una bocina
Con eco penetrante y eco activo:
Escucho atento, que una peregrina
Rara voz me saluda; y que percibo
Que me dice: Los hombres ya volaron,
Y a la región del viento se marcharon.
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Se publica en Barcelona, también en 1784, un folleto titulado Experiencia Aerostática, del que es autor Francisco Suria, en el que habla de los globos que por esos tiempos se echaban al aire en la ciudad. Eran, naturalmente, de tamaño reducido y sin tripulación.
En Valencia se creía que allí era donde se había elevado un globo por primera vez en toda España. Y en esta ciudad se propagó una gran afición a las Bolas de aire, como eran denominados los globos, llevándose a cabo infinidad de lanzamientos, casi siempre aerostatos de fabricación casera. En esa época, la ciudad de Valencia gozó de una considerable actividad aerostático, lo que tiene su reflejo en la gran cantidad de obras publicadas acerca del tema.
Para mostrar el carácter de alguna de esas obras, a continuación se reproducen los versos titulados Ayre a las Bolas, que figuran en la antología Las Bolas de Ayre en Valencia, que la gente cantaba como seguidillas:
Vuesa Merced no vaya
a ver las bolas
que llevarse chasco
por ellas solas.
Unos andan por baxo
y otras por tierra.
Monterilla y Bicornio
se fueron juntos
a ver salir las bolas
desde su punto.
¡Qué mojigatos!
Se volvieron sin verlas
Y sin los cuartos.
Por la Puerta de Quarte
de dos en dos
van saliendo los bobos
hacia el Duclós.
¡Quién lo creyera
que tornasen más bobos
que se salieran!
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En el Real Colegio de Artillería de Segovia, Luis Proust (químico y profesor del Colegio) y los oficiales Pedro Fuertes, Manuel Gutiérrez, César González y los cadetes Gernaldo Sahagosa y Pedro Gayanos, llevan a cabo una serie de experiencias con un globo cautivo; cuya forma recuerda a la de una bota de vino.
Los días 3, 5 y 6 de noviembre de 1792 realizan varias elevaciones, en una de las cuales participan dos oficiales y una señora, de la que se desconoce su nombre; lo que impide reseñar fehacientemente a la primera aeronauta de España y probablemente del mundo.
Estas ascensiones venían motivadas por la experimentación y el estudio, tratando de alcanzar alturas predeterminadas, con arreglo a las diferentes presiones de inflado, sistemas de anclaje, lastre, etc. El 14 de noviembre, esos mismos oficiales efectuaron una exhibición en El Escorial, ante el rey Carlos IV.
El conde de Aranda, primer ministro de Carlos III y ministro de Carlos IV, asimismo primer director del Real Cuerpo de Artillería, redactó una memoria con el detalle de los hechos, que entre otras cosas dice: “Mereció toda la aprobación de S.M. cuya real mano besaron y yo logré la mayor satisfacción en el feliz éxito, por haber sido el móvil del experimento y franqueado los medios de su ejecución.”
No obstante, estas experiencias gozaron de poca repercusión nacional y nula en la prensa española ni europea.
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Sucedió en España la que puede ser primera ocasión en que un hombre voló verdadera y documentalmente demostrable.
El piloto se llamaba Diego Marín de Aguilera, del que se cuenta que era pastor de oficio y ocurrente e inventor por inteligencia e imaginación. Juan Albarellos, en sus Efemérides burgalesas, narra que recorrió por el aire 450 yardas castellanas, utilizando un aparato de su invención, a 5 de altura sobre los tejados de su pueblo, que era Coruña del Conde, en la provincia de Burgos (donde se le erigió posteriormente un monumento conmemorativo), durante la noche del 11 de mayo de 1793, aterrizando con cierta brusquedad aunque sin malas consecuencias para el tripulante.
El aparato consistía en una viga central y unas alas confeccionadas con varillas de hierro, tela y plumas, que se batían con un sencillo mecanismo. Le ayudaron en la fabricación, el herrero del pueblo, llamado Barbero y su hermana.
Tras este primer y único vuelo, sus allegados (o los envidiosos sin más) destruyeron el aparato para evitar males mayores, y parece que Diego Marín de Aguilera olvidó el asunto.