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Crónica aeronáutica española (I)

Los teóricos y pioneros de la ciencia aérea (I)



En 1916 se publicó en España El primer libro impreso sobre aviación, en el que se cuenta que en el siglo IX existió un mahometano español llamado Aben Firnas, astrólogo en tiempos de Mohamedi, que entre los años 821 al 825, y según el cronista Almacari:
    Voló por vanagloria desde la región de Ruzafa, estando poco tiempo en el aire y cayendo a distancia muy prudente y cuyo primer ensayo verificólo vestido de plumaje especial y grandes alas. Lesionóse gravemente al descender al suelo.
    Estos hechos ocurrieron en el reino moro de Valencia.
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Una leyenda castellana cuenta que cuando fue erigida la catedral de Palencia, allá por el año 1400, el Cabildo catedralicio indignado por las irreverencias cometidas por el escultor encargado de hacer las tallas del coro le condenó a prisión en la torre de la catedral, y que éste, con el plumaje de las cigüeñas y otras aves que cazaba desde su ventana, se confeccionó unas alas muy grandes y tupidas, con las que se lanzó al espacio desde aquella altura muriendo de resultas del accidente.
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Cuenta Agustín de Rojas en su libro Viaje entretenido, que en 1603, un labrador valenciano, inventó unas alas para volar con las que se arrojó desde una peña muy alta, cayendo sobre un arroyo que discurría por debajo. Y añade: “aunque descalabrado el tal, cuando sanó decía a todos que habíales pasado el tal percance por no llevar cola, lo cual tendría muy presente para otra vez que volara.
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El fraile zamorano Antonio de Fuentelapeña, estudioso de la ciencia aérea, en el año 1676 publica la obra El Ente Dilucidado, en la que describe una nueva aeronave con forma de águila y con propulsión humana a pedales con los que movía algo similar a unos remos. Fue un proyecto que en ello se quedó.
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El Padre Tomás Vicente Tosca, matemático, filósofo, arquitecto y físico, natural de Valencia y según algunos cronistas “el más insigne de su siglo”, en 1709 publicó su famosa obra Compendio matemático, en la que trata de los medios para navegar por el aire.
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En el año 1725 se constituye un laboratorio para la experimentación aérea y en él se construye un aerostato del que se guarda poca noticia. El promotor de tal ingenio mecánico fue Álvaro de Navia Osorio y Vigil, marqués de Santa Cruz de Marcenado, militar, diplomático, escritor y científico, que mandó las tropas españolas en la isla de Cerdeña y fue embajador en Turín y París, Comandante General de Ceuta y Gobernador de Orán, ciudad donde falleció en 1732. Había nacido en 1684 en la localidad asturiana de Puerto de Vega y publicó dos importantes tratados: Reflexiones militares y Rapsodia Económica-Política-Monárquica, que siguen teniendo interés.
    Este laboratorio fue el primer establecimiento aeronáutico en España; se desconoce la ubicación y los trabajos realizados y tampoco se conserva el mencionado aerostato.

Álvaro de Navia Osorio y Vigil, Marqués de Santa Cruz de Marcenado.

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Hacia el año 1726 se publica la obra del Padre Benito Jerónimo Feijoo Montenegro y Puga, benedictino orensano, físico, polígrafo y teólogo, Teatro Crítico Universal, que entre otras cuestiones trataba del peso del aire, de sus temperaturas y del vuelo de los cuerpos por medio del fluido.
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Juan Jove y Muñoz, catedrático de Filosofía de la Universidad de Oviedo y Canónigo Magistral de la Iglesia Colegial de Santander, publica en 1753 Demócrito Nuevo, obra donde figura un capítulo titulado: El ingeniero del Aire, en el que instruye sobre la manera de volar. Teoría que nunca fue probada.
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El matemático, astrónomo, geógrafo y marino Jorge Juan y Santacilia, nacido en la alicantina localidad de Novelda, fue un hombre notable que escribió una obra extensa, presentada en varios tomos, titulada Examen Marítimo o Tratado de Mecánica. En el Tomo I adjunta un apéndice que titula: Sobre la teoría de los cometas que vuelan los niños para verificar la ley con que resisten los fluidos.
    Esta teoría fue válida para la aplicación de la cometa a diversos menesteres.
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El Diccionario de Artistas Valencianos, editado en el siglo XVIII, habla de un inventor autóctono desconocido del que se reproduce la noticia en la Historia de la Aeronáutica de Graciano Díaz Arquer y Pedro Vindel:
Con su ingenio construye un coche volante para surcar el espacio con tres o cuatro o más personas, el cual hácese tan célebre en el mundo científico que lo graban para difundirla Joaquín Fabregat y mariano Sánchez en láminas distintas (1773).

Dos años más tarde, en 1775, Jerónimo Auxide de la Fuente editó en Madrid El Carro Volante, folleto en l que se reproduce el carro de Valencia y en cuya lámina
    Se leen estos dos pareados o dísticos que retratan el asombro que esto ocasionó en aquella época:
No es mucho que vuele el buey
si vuela el carro también.
Por agua, por viento y tierra,
surca el carro, anda y vuela.


Lámina que grabó Joaquín Fabregat en 1773 del Coche Volante que inventara un ingeniero valenciano.


Lámina que en 1775 grabó Mariano Sánchez del famoso Coche de Valencia.

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José de Viera y Clavijo es un afamado historiador de las Islas Canarias, nacido en Santa Cruz de Tenerife. Vivió desde joven en Madrid donde utilizó el seudónimo Diego Díaz Monasterio con el que publicó su libro Los Ayres fixos, en 1780.
    En el Canto Segundo trata de El ayre inflamable (hidrógeno), según narra en el argumento de ese canto.



José Viera y Clavijo (seudónimo Diego Díaz Monasterio).



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