El Imperio en Europa: El cerco de la isla de Bommel
Fecha: 8 de diciembre de 1585
El maestre de campo Francisco de Bobadilla y el Tercio Viejo de Zamora
La fortuna acompaña a los audaces y protege a los valientes en un trance de máxima dificultad. Cuando el resultado dadivoso de algo considerado una intervención sobrenatural es de tal enjundia que asombra a propios y extraños se dice que ha sucedido un milagro; y así lo entienden y lo celebran los beneficiados por el prodigio; más aún si por casualidad o a instancia de una fuerza espiritual que guía, surge la imagen de la Virgen para decantar la balanza.
Antecedentes
El emperador Carlos I de España y V de Alemania, entregó en 1555 el gobierno de España y de toda la extensión del Imperio hasta la fecha a su hijo Felipe, el rey Felipe II. En el vasto legado quedaba incluido la joya sentimental de Flandes, con partidarios y detractores de la herencia que situaba en la cúspide del poder a un monarca para ellos extranjero; a diferencia de lo que significaba el emperador Carlos. Asunto exacerbado al entrar en liza el conflicto religioso que enfrentaba a católicos contra protestantes, éstos mayoría en la región flamenca. Hasta que estalló la guerra: las provincias de los Países Bajos se unieron para combatir la monarquía hispana del católico Felipe II. La respuesta del rey español es inmediata y armada: varios Tercios partieron para sofocar las rebeliones y mantener el statu quo ante. Fue el inicio de la Guerra de los ochenta años.
Durante este periodo de luchas y negociaciones, la capacidad militar y diplomática de los españoles (incluidos los extranjeros al fiel servicio de España) mostró superioridad y acierto; ejemplo son, sin añadir otros nombres ilustres, los de Fernando Álvarez de Toledo y Pimentel, III Duque de Alba, y Alejandro Farnesio, que es quien nos ocupa. Aunque la tenacidad, alianzas y conocimiento del terreno por parte del enemigo, dificultaban la pacificación; de modo que a finales del siglo XVI eran notorias las plazas que bajo el gobierno o el asedio a sangre y fuego de los protestantes demandaban auxilio a los católicos bajo la égida del rey Felipe II.
Alejandro Farnesio recuperó la cotizada plaza de Amberes en el verano de 1585; y tras la victoria, estimó oportuno desplazar tropas a las islas de Gelanda y Holanda para romper el cerco protestante oprimiendo a los pobladores católicos. El ejército expedicionario lo mandaba el conde Carlos de Mansfelt, con órdenes precisas de dirigirse al norte de la localidad de Brabante, en el corazón de los Países Bajos, para iniciar la tarea de liberación; a este contingente se unieron los Tercios de Francisco de Bobadilla, de Cristóbal de Mondragón y de Agustín Iñíguez, maestres de campo y coroneles que daban sus nombres respectivos a los Tercios según la costumbre, repartidos en sesenta y una banderas más la compañía de arcabuceros a caballo del capitán Juan García de Toledo.
La isla de Bommel
El ejercito expedicionario alcanzó la orilla meridional del río Mosa; en este punto de la ruta hacia el norte, Mansfelt ordenó acuartelar al grueso y a Bobadilla que ocupara la isla de Bommel (Bommerward o Bómel); un territorio rodeado por los ríos Mosa y Vaal, de 25 kilómetros de longitud y 9 de anchura máxima.
Bobadilla cruzó el Mosa con aproximadamente 4.000 efectivos del Tercio Viejo de Zamora, la mayoría de los hombres españoles pero también un número importante de italianos, y tomó posesión de la isla interior. Una vez desplegado el contingente, aseguró los diques de contención presentes en el lugar para impedir que lo anegaran la crecida de las aguas y en este caso la mano del enemigo. Ultimada la prudencia y renovado el mando al maestre de campo Francisco de Bobadilla, Mansfelt partió hacia la ciudad de Harpen, a 25 kilómetros de distancia, a proseguir su encomienda.
El ejército protestante creyó llegada la ocasión de imponerse de manera definitiva a los Tercios españoles que les disputaban la hegemonía en la región. Para ello armaron más de doscientos navíos y embarcaron un selecto contingente de infantería, que en rápido movimiento debía cercar a lo situados en la isla de Bommel; mandaba esta expedición el conde de Holak, acérrimo enemigo de los españoles. La primera orden consistió en bombardear la isla con la artillería de la flota; la segunda derivó en el corte de dos diques, el tercero, entre Dril, Rosan, Herwaardefl y Hurwenen, donde se acogían los Tercios españoles quedó indemne pese a los intentos, pues los destacamentos emplazados para evitarlo lo consiguieron librar de las acometidas.
Pero la isla acabó inundada con la destrucción de los diques, y los de Bobadilla, ese helador 5 de diciembre, marcharon a la posición elevada del monte Empel, surtido de cuevas y una capilla, en busca de refugio.
El cerco
Una solución forzosa y de mero compromiso ya que, rodeados y a la intemperie, los soldados apenas tenían más recurso que batirse a la desesperada o rendir la posición. Optaron por la primera de las posibilidades, dispuestos a caer muertos antes que deponer las armas y retirarse con deshonor. Aquella noche los españoles sufrieron un feroz barrido de cañones y mosquetes a corta distancia; no obstante, se repelió el fuego enemigo y puso en fuga a la vanguardia que pretendía tomar al asalto el último enclave defensivo; y no faltó la puntería sobre asaltantes y barcos obligando a Holak a retirarse prudentemente.
Una pequeña satisfacción ante el desespero de saberse aislados y a merced del ímpetu atacante y la inclemencia meteorológica.
Dado el panorama, motivado por la urgencia, Francisco de Bobadilla mandó a un soldado que al amparo de la oscuridad atravesara el cerco y diera aviso al conde de Mansfelt, suficientemente próximo para que tuviera tiempo de retroceder y auxiliarlos.
Al día siguiente, 6 de diciembre, llegó la respuesta de Mansfelt por el mismo conducto. Su propósito era el de sorprender a la flora protestante con un reducido número de embarcaciones que tras sortear el cerco embarcaran a los sitiados y los condujera a lugar seguro. Los de Bobadilla disponían de nueve barcazas (pleytas) que coadyuvarían en el mejor de los casos al éxito del plan. En total portaban las barcazas trescientos hombres, de capitán a soldado, confesados y comulgados para estar a bien con Dios, prestos a todo.
Pero tanto valor no sirvió de nada. La pretendida ruptura del cerco no llegó a realizarse por ninguno de los lados. Obviamente, tras el fracaso, la suerte estaba echada. Hambrientos, sin ropa adecuada, superados en número, armamento y vías de penetración y escape, la expectativa era la del héroe que muere matando por su ideal y obligación, descartada la rendición; antes se contemplaba el suicidio que esa ignominiosa salida. Conjurados todos los hombres al respecto.
Medida drástica
Francisco de Bobadilla llamó a consejo de guerra a todos sus capitanes para acordar una decisión; propuso lanzar un desesperado ataque contra el enemigo hasta verter la última gota de sangre. La propuesta fue aceptada.
En eso, Holak se avino a una rendición de los españoles de llegar a tener efecto; cosa que no sucedió: “No esperasen [los de Bobadilla] poder pelear o morir honradamente pues habían de perecer como brutos de hambre y frío entre aquellas cuevas”. Los emisarios del holandés no obtuvieron el plácet a la oferta: “Los infantes españoles prefieren la muerte a la deshonra. Ya hablaremos de capitulación después de muertos”.
El plan de arrojarse con todo sobre el enemigo seguía vigente para los españoles, a la espera de que sonara el aviso.
La fantasmagórica luz diurna alumbraba otra jornada de padecimientos y castigo a los recogidos en la eminencia de la isla de Bommel, el promontorio de Empel, cuando un soldado español que cavaba una trinchera-empalizada para guarecerse del viento gélido y las zarpazos de la artillería, útil siquiera para clavarse estoica y valerosamente al suelo, dio con un objeto inusitado; en seguida cesó su tarea, pues de las entrañas de aquella tierra asolada por la beligerancia de los contendientes surgió espléndida la imagen de la Virgen, una hermosa pintura flamenca en tabla de la Inmaculada Concepción, de vivos colores, que causó enorme conmoción entre los católicos. De inmediato la veneraron todos y a ella se encomendaron para superar el penoso trance que les aguardaba. Y la fe ayudó absolutamente a salir victoriosos.
La aparición se entendió como una señal favorable.
El capellán de la tropa, fray García de Santisteban ofició una salve cantada a coro y por los soldados a los que dejó de azuzar el hambre y oprimir el frío y la amenaza con este bálsamo espiritual.
Augusto Ferrer-Dalmau: El milagro de Empel
El milagro
El 8 de diciembre de 1585 el agua de los ríos que rodeaban la defensa terrenal de los españoles se congeló. El viento y el frío confabularon una gruesa capa de hielo que obligó a la retirada de la flota de asedio y bombardeo para no quedar atrapados los barcos.
Río abajo en busca de aguas libres, los protestantes holandeses vocearon a los católicos españoles, y en español, que Dios era español, pues había obrado para ellos un gran milagro. También debía ser española la Virgen, pues ella se apareció a los soldados de los Tercios.
Asalto final
No obstante, aunque ampliado, el cerco subsistía y la probabilidad de acabar muertos o prisioneros era tan real ahora como antes del milagro.
Para aprovechar la ventaja del desconcierto y las bajas temperaturas, el día 9 el maestre de campo Bobadilla ordenó disponerse para un contraataque.
“¡Soldados! El hambre y el frío nos llevan a la derrota, pero la Virgen Inmaculada viene a salvarnos. ¿Queréis que se quemen las banderas, que se inutilice la artillería y que abordemos esta noche las galeras enemigas?”, preguntó Francisco de Bobadilla.
“¡Sí queremos!”, gritaron los infantes.
Los soldados embarcaron prestos y con toda la impedimenta en las barcazas (pleytas) y se culminó la ofensiva contra el fortín que el enemigo había levantado a orillas del Mosa. La sorpresa, el acierto y un valor extremo lograron variar el curso de la batalla; la victoria española se había consumado.
El día 9 mejoró el tiempo. Con el enemigo en fuga, los españoles pudieron dirigirse en barcas al lugar seguro de Bolduque. En esta localidad los soldados de Francisco de Bobadilla fueron bien acogidos y tratados; lo que no impidió que muchos acabaran muriendo por las penalidades sufridas y que otros perdieran manos y pies a causa de la congelación. La ciudad recibió un cáliz de oro y ochenta vacas para limosna de pobres, como muestra de agradecimiento transmitido por el rey Felipe II y Alejandro Farnesio.
El símbolo y su patrocinio
La Inmaculada Concepción pasó en esta fecha a convertirse en patrona de Los Tercios. Tal día como el celebrado pero de 1854, el papa Pío IX proclamó como dogma de fe católica la Concepción Inmaculada de la Virgen Santísima. Y el 12 de noviembre de 1892, la Real Orden firmada por la Reina Regente María Cristina de Habsburgo declara patrona del Arma de Infantería a Nuestra Señora la Purísima e Inmaculada Concepción.
Hoy sigue en su capilla de Empel la Inmaculada que obró el milagro, Wonder van Empel, donde la conmemoran los infantes españoles.