Se armó la de San Quintín
10 de agosto de 1557
El 10 de agosto de 1557, festividad de San Lorenzo e inicio del reinado de Felipe II, tuvo lugar la batalla de San Quintín, en la localidad francesa homónima, próxima a la frontera con Flandes, y de su mano la consolidación de la supremacía española en Europa: el Imperio español viajaba a su cénit.
Antecedentes
El dominio continental del emperador Carlos I molestaba en especial al papado y a los franceses; ambos, aliándose para arrebatar la hegemonía hispana, plantearon batallas en la península itálica, siendo derrotadas las tropas al mando de Francisco I de Francia por el emperador Carlos I de España, hasta alcanzar la paz. Pero con esta paz no comulgaba el hijo de Francisco, Enrique II, ni el pontífice romano Paulo IV; de nuevo la alianza entre los anteriormente derrotados brinda una ocasión de victoria a las armas españolas, dirigidas desde 1556 por Felipe II, en el corazón de Francia.
Francia y el Papa (los Estados pontificios), convencidos de su poder terrenal, han pactado repartirse las posesiones europeas de España. Pero el hijo y sucesor de Carlos I, aunque todavía carente del ardor guerrero y ascendiente político de su progenitor, truncará esa imposible ambición.
La batalla
Quien da primero da dos veces, habla el refrán español; y tomándolo al pie de la letra, los confiados franceses mandados por el duque de Guisa invaden Italia. Pero en seguida acaba la aventura, pues el duque de Alba, con su inteligencia y tropas, rechaza al enemigo y, al hilo de la previa beligerancia, aísla al Papa con una acción que vale más que mil parlamentos.
Por su parte, Felipe II decide pasar a la ofensiva. Envía 47.000 hombres desde Flandes hacia territorio francés en 1557, apoyados desde la costa por 8.000 ingleses aliados desembarcados en Calais, al mando del conde de Penbroke; y el monarca español instala su cuartel general en la localidad de Cambray.
El ejército imperial está formado los afamados Tercios españoles (el doce por ciento del ejército) y una alianza de lansquenetes germanos, flamencos y borgoñones. El mando recae en Manuel (Emanuel) Filiberto, duque de Saboya, apodado Testa di ferro, y son jefes principales el conde de Egmont, el duque de Brunswick y el barón von Münchhausen. Entre los militares españoles destacan el lugarteniente general Fadrique Enríquez y los maestres de campo Julián Romero, García Manrique, Cáceres y Alfonso de Navarrete.
La maniobra inicial simula una invasión por la región de la Champaña (Champagne), aproximadamente a 200 kilómetros de París. Los franceses tragan el anzuelo y entonces los imperiales toman el camino de San Quintín (Saint-Quentin), ciudad en la región de Picardía, al norte de Francia, y al llegar la sitian. Es el comienzo de la célebre batalla.
Asedio de San Quintín.
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Al conocer la noticia, el rey francés se apresta a organizar y enviar un poderoso ejército en auxilio de la ciudad, al mando del prestigioso militar el condestable Anne de Montmorency, anteriormente derrotado en la batalla de Pavía también contra los españoles, y del almirante Gaspar de Coligny.
La situación estratégica del ejército hispano es delicada, pues San Quintín se sitúa entre un bosque y el río Somme. Seguro de conocer el terreno y, por ende, de obtener ventaja al desplegar, Montmorency ordena a su vanguardia cruzar el río para entrar en la ciudad, manteniendo en reserva dentro del bosque al grueso de sus tropas.
Como aparentemente no hay respuesta de su rival al frente de los imperiales, Montmorency saca del bosque a sus hombres y los manda avanzar a campo abierto. Craso error.
Los imperiales no estaban encajonados, como estimaba el francés, sino que habían cruzado el río para sorprender al enemigo. Y a fe que lo consiguieron. La infantería española, la mejor de su tiempo, compuesta por arcabuceros y piqueros, copan y aniquilan rápidamente al ejército francés; el propio Montmorency, condestable y general de los franceses, ha sido cercado y debe enfrentarse a un duelo con el español Pedro Merino de Sedano que le ha intimado a rendirse. Pelearon y Montmorency resultó herido, entregando su estoque al español quien, caballerosamente, le procuro cuidados y el traslado sin agobios hasta el duque de Saboya. Pedro Merino fue premiado por su acción.
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La batalla de San Quintín supuso una gran derrota para los franceses, puesto que a la pérdida territorial su sumaron las bajas, aproximadamente nueve mil muertos y ocho mil apresados.
Todos los jefes del ejército francés son hechos prisioneros: Montmorency, Montpensier, Longueville, el príncipe Luis Gonzaga, el mariscal de Saint André, el príncipe de Condé, el duque de Enghien, el vizconde Turenne, entre otros duques y generales; salvo Coligny, que resiste en el interior de la plaza de San Quintín hasta el 27 de agosto.
Felipe II expresa de la siguiente manera sus impresiones y sentimientos por lo sucedido en San Quintín y previamente en la península itálica:
“Nuestro Señor por su bondad ha querido darme estas victorias en tan pocos días y al principio de mi reinado, de que me sigue tanto honor y reputación.”
Para conmemorar la victoria, acaecida el 10 de agosto de 1557, día de San Lorenzo, Felipe II mandó erigir el monasterio de El Escorial.
Escribe el general Francisco Franco Bahamonde con relación a este episodio militar (documentado por el historiador Ricardo de la Cierva):
“La batalla de San Quintín es clásica en la evolución del arte de la guerra. En ella se alumbró un sistema que ha de permanecer cerca de cuatro siglos: se asienta la supremacía de las armas de fuego; es la puerta por donde la Infantería pasa a ser la reina de las batallas. Se inicia el poder de la Artillería como arma de destrucción de murallas y cuadros, y las condiciones progresivas y dinámicas del cañón sobre la estática de la coraza. Por eso El Escorial [el monasterio de El Escorial], aparte de lo que tiene de monumento, de templo, de museo, de panteón y de recuerdo a la hegemonía política y militar española durante el siglo XVI, también es, conmemorando la batalla de San Quintín, un monumento importante a la evolución del arte de la guerra.”