La presencia española en la Polinesia en el último tercio del siglo XVIII, durante los años 1770-1776, tuvo su origen en las expediciones hechas al Pacífico Sur por orden del virrey del Perú, Manuel de Amat y Junyent. Cuatro fueron los viajes a las islas polinesias en tiempos de su gobierno. El primero de ellos, en 1770, encomendado al capitán de fragata Felipe González Haedo, a la búsqueda de la isla de David (o Davis), que los españoles denominaron de San Carlos, hoy conocida por isla de Pascua o Rapa Nui. Los tres restantes, encomendados al capitán de fragata Domingo Boenechea (o Bonechea), se dirigieron a la isla de Tahití, y durante las navegaciones los españoles descubrieron varias islas de los archipiélagos de Tuamotu, de la Sociedad y de Australes.
Manuel de Amat y Junyent, nacido el año 1704 en la localidad barcelonesa de Vacarisas, tras completar sus estudios elementales en el seminario de los jesuitas en Valencia se decidió por la carrera militar. Diversas misiones en el mar Mediterráneo y en las plazas españolas del norte de África, culminaron en 1731 con su participación en las campañas de Italia dirigidas por el infante Carlos, hijo del rey Felipe V, donde los españoles vencieron tomando la región Toscana, la provincia de Parma y la ciudad de Capua. En 1736 regresó a España y fue ascendido a teniente coronel y coronel sucesivamente. Nuevas misiones en Italia desde entonces y al cabo su solicitud de servir a España en América.
En 1754 fue nombrado Gobernador y Capitán general de Chile, jurando su cargo ante el Consejo de Indias y recibiendo el despacho de Mariscal de campo. Hizo su entrada en Santiago, la capital de Chile, a finales de 1755. En esta responsabilidad demostró ser un buen organizador. El 12 de octubre de 1761 asumió el cargo de Virrey del Perú, desempeñándolo hasta 1776; aquí propuso y mandó realizar grandes obras de defensa y fomentó las construcciones públicas.
La diligencia en sus actuaciones, no exenta de severidad y arrogancia, calificaba a Manuel Amat como un déspota ilustrado que sostenía el vigor y la naturaleza de las posesiones españolas en los a él confiados territorios del Nuevo Mundo. Zarpando de Montevideo, en 1768, ordenó al capitán de fragata Domingo Perler, embarcado en el chambequín Andaluz, reconocer la costa e islas adyacentes desde el Río de la Plata hasta el cabo de las Vírgenes e islas Malvinas, lo cual desempeñó Perler minuciosamente; en 1770, comisionado por la Capitanía General de Chile, el ingeniero José Antonio Birt exploró las islas de Juan Fernández; y casi al mismo tiempo, también por disposición del virrey Amat, partieron de El Callao en navío de línea San Lorenzo y la fragata Santa Rosalía, al mando respectivo de los capitanes de fragata Felipe González Haedo, nacido en la localidad cántabra de Santoña, y Antonio Domonte Ortiz de Zúñiga, de Sevilla, que efectuaran un detenido reconocimiento de la isla de Pascua (llamada en esa época de David, que los españoles rebautizaron San Carlos en homenaje al rey Carlos III) y de las proximidades de la isla de Chiloé.
El rey Carlos III y su ministro de Marina, Julián de Arriaga, atendieron las preocupaciones y sugerencias del virrey Amat para salvaguardar el dominio español; de modo que por dos reales órdenes fechadas en 1771 (9 de octubre y 11 de diciembre), mandan al virrey que promueva el establecimiento de una guarnición y un grupo de misioneros en la actual isla de Pascua (Davidy San Carlos previamente). El virrey Amat alistó para ello la mejor nave de que disponía: la fragata de guerra Santa María Magdalena, más conocida por su apelativo de El Águila, supervisando personalmente su carena y habilitación. Pero su idea va más allá: pretende reconocer la isla de Tahití, que él denomina de Otehyte o de San Jorge a fin de averiguar “las maquinaciones de los extranjeros y la situación y estado de los naturales”.
Las instrucciones del virrey Amat
El virrey Manuel de Amat firmó el 22 de septiembre de 1772 en la ciudad de Lima, las instrucciones que regulaban la campaña encomendada al capitán de fragata Domingo Boenechea, para la expedición que por orden del Rey zarparía desde el puerto de El Callao en demanda de las islas del Mar del Sur.
La flotilla española debía reconocer las islas de Pascua (David o San Carlos) y Tahití (Rey Jorge o San Jorge). La duración del viaje en su ida y vuelta se estimó en seis meses, siempre y cuando se alcanzaran todos los objetivos indispensables para los establecimientos pretendidos por el Rey y promovidos por el virrey; mientras que el orden de la campaña lo determinaría la junta de oficiales presidida por el capitán Boenechea, así como la elección de la derrota, según las condiciones atmosféricas y el estado de los víveres y elementos náuticos.
Los fines de la expedición los indicaba el virrey Amat. En Tahití se rectificaría la situación geográfica dada por los astrónomos ingleses en base al viaje de James Cook entre 1768 y 1771; se estudiaría su fertilidad y habitabilidad y los atisbos de colonización extranjera.
Estas instrucciones complementaban necesariamente la experiencia en la anterior descubierta a la isla de Pascua llevada a cabo con las fragatas San Lorenzo y Santa Rosalía, mandadas por los capitanes Felipe González de Haedo y Antonio Domonte, el año 1770, debiendo ratificar y añadir datos a lo ya conocido y atraerse a los isleños consiguiendo su incorporación a la fe católica y su permiso para formar un reducido establecimiento de españoles que iniciara la fortificación y poblamiento del principal puerto y luego de la isla entera.
Insistió el virrey para que, sobre todo, el reconocimiento de Tahití perfeccionara la isla en todos los aspectos esenciales. Se encarecía la mayor sagacidad, dulzura y humanidad con los isleños, la anotación de sus costumbres, historia, religión, gobierno, tradiciones, relaciones y comercio con otras naciones o territorios, procurando convencerles de los beneficios de aceptar el poderoso brazo de la Corona española en lo sucesivo. El virrey encarecía a sus capitanes que se cumplieran sus instrucciones y que se sancionara a quienes, con independencia del grado y del empleo, cometiesen tropelías contra las mujeres o cualquier descomedimiento ni asomo de actividad perniciosa y denigrante, impropia de los católicos; también encareció a Domingo Boenechea la consideración a las tareas del alférez de fragata y piloto práctico Juan Hervé, que habiendo participado en la campaña de 1770 a la isla de Pascua (San Carlos), por su experiencia y conducta merecía un lugar preferente en la decisiva junta de oficiales.