El Imperio en América del Sur: Las expediciones del capitán Antonio de Córdoba en 1785 y 1786
En 1557 la expedición al mando de Juan Ladrillero consiguió la exploración y conquista del Estrecho de Magallanes; no obstante, hasta 1583 no se fundaron los primeros asentamientos.
Reinaba en España Carlos III al decidir la Corona recuperar la iniciativa y el puesto de privilegio en el concierto internacional. En 1785 se organizó una expedición de reconocimiento de las costas y las tierras del Estrecho de Magallanes, con el propósito de levantar un plano fidedigno. La misión fue encomendada al capitán de navío Antonio de Córdoba, embarcado en la fragata Santa María de la Cabeza, de 36 cañones; el segundo de a bordo fue el capitán de fragata Fernando de Miera; la responsabilidad de organizar el cuerpo de oficiales, la tripulación y los expertos en el manejo de los instrumentos necesarios para efectuar las mediciones y elaborar los planos, recayó en los tenientes de fragata Dionisio Alcalá Galiano y Alejandro Belmonte. El número total de expedicionarios ascendió a 277 hombres.
Zarpó la fragata de Cádiz el 9 de octubre de 1785, cargando víveres para ocho meses de travesía, leña para cinco y varios fardos con ropa de abrigo y medicinas. Al cabo de una semana pasó a la altura de las islas Canarias. Como medida preventiva, que resultó acertada, “desde que se cortó el trópico se repartió diariamente a la tripulación y guarnición un buen plato de gazpacho, y con el riego frecuente de vinagre y sahumerio en los entre puentes, se logró tener la gente sana y robusta”.
Alcanzaron el estrecho de Magallanes el 19 de diciembre. De inmediato contactaron con la población aborigen patagona que propició una impresión favorable en los expedicionarios; algunos hablaban un español rudimentario, por la influencia de los misioneros hasta allí desplazados, y todos ofrecieron un comportamiento cívico y prudente.
El 27 de diciembre se dispusieron los preparativos para continuar la navegación, y el 1 de enero de 1786 la fragata Santa María de la Cabeza, enfiló la intrincada configuración del estrecho. Por el canal de acceso conocido el avance fue lento y penoso, con nuevas pérdidas de amarras y anclas el día 4, y la amenaza en ciernes de las tormentas. El día 10 llegaron a Puerto del Hambre, donde repararon los desperfectos y se provisionaba con leña, agua y pescado. Con un bote fue explorada la costa y aún más, arribando hasta la Tierra de Fuego, para luego levantar los planos correspondientes.
La siguiente posta en esta travesía pendiente de los fenómenos atmosféricos, de tan intensa magnitud, fue en la Bahía de Gaston a finales de enero. Durante el mes de febrero, los botes de la fragata reconocieron los pasos que iban del Estrecho al océano Pacífico a través del archipiélago del Fuego. Los informes de las descubiertas aconsejaban desistir de la navegación en esa zona cuajada de escollos y rocas, canales estrechos, vientos huracanados, corrientes traidoras y malos fondos para echar el ancla.
La fragata había fondeado en el puerto de Saint Joseph, recibiendo visitas corteses de los naturales isleños de la Tierra de Fuego.
El 11 de marzo concluyó la tarea de reconocimiento del Estrecho. Del cabo Lunes al cabo Pilares y buena parte de la costa meridional se había explorado la zona y la Junta de Oficiales decidió regresar a España para dar descanso a la tripulación y reponerse todos de las escaseces, peligros y fatigas. Habían transcurrido tres largos meses de labor continua y minuciosa. El 18 de marzo la fragata dobló el cabo de las Vírgenes y entró en el océano Atlántico. El 9 de junio divisaron el cabo de San Vicente y el 11 por fin recalaban en la bahía de Cádiz.
La duración del viaje fue de ocho meses y dos días, y entre las principales incidencias constaban dos muertes, una en el trayecto de ida y la otra en el periplo en el Estrecho y tres heridos de consideración, el comandante y dos marineros.
Fue inestimable la aportación de datos geográficos que permitieron mejorar la navegación por lugar tan peligroso e intrincado.
El epílogo del informe remitido por la Junta de Oficiales es el siguiente: “Se necesita coger un Puerto de la Patria después de ocho meses de ausencia, para saber estimar el placer de ver de nuevo a sus conciudadanos. El Comandante y Oficiales con la lisonjera satisfacción de no haber perdido sus trabajos y que de ellos pueda resultar algún bien, y el marinero con el gusto de saber alcanzar a resistirlos y vencerlos; y de esto puede servir esta expedición al Magallanes de completa prueba, manifestando hasta donde alcanza la constancia y robustez del marinero español”.
Conclusiones de la expedición
La irregularidad del tiempo en la zona, apareciendo el Sol en contadas ocasiones, lloviendo a diario y con unas temperaturas mucho más frías que las del hemisferio norte a latitud parecida.
Las diferencias geográficas entre la parte costera baja y llana y la montañosa y rocosa son profundas y evidentes.
El suelo de la parte baja es bastante desfavorable a cualquier tipo de vegetación, siendo muy escasas las plantas y casi inexistentes los árboles.
No fue visto ningún tipo de ganado de ganado vacuno durante los tres meses de estancia en la región. Los mamíferos presentes son los guanacos o llamas, que por ser parcos en comida y bebida se adaptan al clima y el suelo. Escasean las aves en las partes bajas. No hay peces ni mariscos.
Las faldas y los valles aparecen ocupados por un bosque espeso o cubiertos por una planta semejante al esparto, mientras que la montaña propiamente dicha está llena de árboles hasta algo más de la mitad de su altura. Entre las plantas destaca el apio silvestre y el mirtillo.
En la zona montañosa abundan las aves y abunda la pesca y los mariscos.
Los pobladores son escasos, dado el clima frío y húmedo y el suelo malo para la agricultura. Los pobladores del llano costero son los Patagones, en general más altos y robustos que los europeos; de vida errante, nómada, habitando el interior cerca de arroyos y lagunas; teniendo chozas por vivienda; su vestimenta consiste en una manta de pieles de llama o zorro y un pedazo de cuero liado a cada pie, aunque la mayoría van descalzos. Personas de carácter amable, confiadas, en absoluto envidiosas, sobrios, agradecidos, serviciales y felices en su ocio y reposo cotidianos. Los pobladores de la zona montañosa del Estrecho son menos, aunque pudieran ser más en la Tierra de Fuego; su nivel de civilización es mínimo y grande la suciedad que muestran encima y en sus chozas de forma circular; de estatura mediana y piel cetrina, visten una piel de lobo marino y calzan esporádicamente un pedazo de pellejo del mismo animal atado a la pierna como si fuera una bolsa; su principal alimento son los mariscos, cogidos en las playas; practicando el comercio con los naturales de la costa meridional y las islas del Fuego.
Reparto de funciones entre hombres y mujeres. Las mujeres recogen el marisco, la fruta y los alimentos familiares; se encargan de la provisión de leña y agua, de tener a punto la canoa, que ellas reman, y de criar y transportar a los hijos que cargan siempre a su espalda. Los hombres se cuidan de construir las canoas y las viviendas, de cazar, pescar y de fabricar las armas; suelen permanecer sentados o en cuclillas alrededor del fuego o tendidos en las playas, mientras las mujeres se afanan a conseguir el sustento de la familia. Carentes de curiosidad y ambición, su trato es dócil y sus actitudes pacíficas. Imposible entenderse en su idioma, de modo que no pudo saberse su forma de gobierno, de sociedad, sus costumbres, ritos y expectativas.
En consecuencia, abrir un establecimiento permanente en el Estrecho es muy dificultoso y problemático.
La expedición de Antonio de Córdoba y la fragata Santa María de la Cabeza no pudo inspeccionar convenientemente toda la región del Estrecho de Magallanes; por lo que el Gobierno español decidió culminar la tarea exploradora con una nueva expedición también al mando de Antonio de Córdoba.
En octubre de 1788 zarparon de Cádiz los paquebotes Santa Casilda y Santa Eulalia, en los que embarcaron los marinos científicos Cosme Damián Churruca y Ciriaco Ceballos.
El 29 de enero de 1789 arribaron al cabo Pilares, en la isla Desolación, límite occidental del Estrecho en la costa del Fuego, boca del océano Pacífico, depositando en el lugar un monumento conmemorativo de la hazaña. Esta travesía posibilitó el reconocimiento de los canales y accidentes costeros que habían quedado fuera del alcance en la primera expedición: se abría la navegación por el Estrecho y territorios adyacentes con cartas detalladas. El 13 de abril regresaron a Cádiz. El informe presentado a Carlos IV (recientemente fallecido su padre el rey Carlos III) era similar al redactado al finalizar el primer viaje, desaconsejando repoblar el Estrecho.
Antonio de Córdoba y Lasso de la Vega (algunas grafías escriben Córdova su apellido) nació en Sevilla el año 1540. Marino y científico, además de varios y meritorios servicios de guerra y vigilancia en la Armada, de la que llegó a ser Teniente general en 1802, son célebres sus expediciones al Estrecho de Magallanes y la Patagonia y su descripción del platino, metal descubierto en 1735 por Antonio de Ulloa, otro ilustre marino de la Real Armada y científico. Lleva su nombre la península Córdoba (o Córdova) en la isla Santa Inés, situada al Suroeste del paso del Estrecho de Magallanes.