En los primeros años del siglo XVI el dominio español en las islas Filipinas se veía amenazado por dos frentes: hacia el norte del archipiélago, la guerra de continuo desgaste contra islamistas y holandeses; en el seno del propio gobierno, el criterio de varios consejeros reales sugiriendo la reducción de las posesiones por manifestarse harto complicado el orden interno y los ataques exteriores de los enemigos de España.
La magna labor desarrollada en el siglo XVI en el archipiélago correspondía a empresas de iniciativa personal, meritorias a extremo, dadas las enormes distancias entre la metrópoli y los territorios insulares y el aparente escaso interés que representaban. Asunto resuelto por mandato del rey Felipe II que decidió mantener a todo trance la presencia española, aduciendo su máxima de que “los reyes tienen unos estados porque los han menester y otros porque los han menester a ellos”. Demostraba más sentido político y comercial el monarca que aquellos delegados ultramarinos y que, el gran problema, los portugueses, ingleses y holandeses.
Había que pacificar el archipiélago y conseguir la definitiva influencia para que el comercio con los pueblos nativos fuese rentable a la metrópoli. El objetivo principal era la fluidez de relaciones comerciales con Japón y China, dificultada por la intromisión estable de barcos europeos enemigos.
Los holandeses fracasaron en su tentativa de conquistar Manila, la capital de Filipinas, estableciendo su centro de influencia, por lo que su acción siguiente se dirigió a la vecina isla de Formosa: pretendían apoderarse de un puerto en la zona occidental de la isla, lo que permitiría el control y dominio del canal que la separa de la China continental.
Advertida la maniobra, las autoridades españolas en Filipinas, dirigidas por el Gobernador Fernando de Silva, el 30 de julio de 1626 informaron a Felipe II del inminente peligro para los españoles y su comercio. Por su cuenta, Fernando de Silva ordenó reconocer el puerto conseguido por los holandeses y las obras de fortificación; así lo hizo el piloto Pedro de Vera, levantando una carta de situación.
Confirmada la presencia enemiga, el Gobernador dispuso la consecución de un puerto en la isla de Formosa, preferiblemente en la banda de barlovento. Para acometer la difícil empresa, concebida y ejecutada en prudente secreto, eligió al sargento mayor Antonio Carreño de Valdés, que había costeado la isla con Pedro de Vera, quien posteriormente levantó la carta del puerto español.
El 5 de mayo de 1626, Carreño zarpó desde Cagayán con una docena de champanes y dos galeras de escolta, rumbo al norte de Formosa, de modo que este puerto futuro y fortificación aledaña diera seguridad a flotillas poco o mal protegidas frente a los ataques enemigos en su derrota comercial a Manila.
Carreño sopesó el perfil oriental de Formosa estudiando diferentes bahías hasta que el 11 de mayo enfiló la que los españoles bautizaron Santiago, llamada Santiau por los nativos, donde la naturaleza compuso un amarradero con dieciocho brazas de agua y una isla en su entrada proporcionando una buena defensa. Los nativos de la zona eran cordiales y abundantes los recursos de agua, piedra y madera. Ritualmente se tomó posesión de aquellas tierras en nombre de su Majestad Católica Felipe II, y se le dio a la isla el nombre de Todos los Santos; en la actualidad Palm Island. A continuación se fundó el Puerto de los Españoles y la ciudad de San Salvador.
El enclave suponía una base militar importante y una avanzadilla militar de igual signo hacia el continente chino y las islas japonesas.
La fortaleza que se erigió, con operarios y materiales procedentes de Manila, fue de planta cuadrangular, con dos torreones, muros de ladrillo y mampostería de dos metros de grosor, aprovisionamiento de agua y emplazamiento de las piezas artilleras. Las obras del Fuerte de Santo Domingo concluyeron en mayo de 1629.
La mayoría de familias que allí se establecieron provenían de la isla filipina de Luzón, habiendo recibido beneficios especiales por su traslado. Ya en 1630, la guarnición contaba más de cincuenta soldados españoles y una población de cuatrocientos habitantes. El aumento del comercio fue inmediato: a cambio de la cotizadísima moneda española de playa maciza, el dólar mexicano, los comerciantes chinos entregaban manufacturas exóticas.
La fuerza marítima permanente era de seis galeras, destinadas por parejas en Manila, Formosa y Terrenate, y doce champanes; muy poca para enfrentar a tanto enemigo. Los efectivos humanos sumaban ochocientos treinta y dos españoles y dos mil doscientos nativos; también un contingente escaso. En las islas Molucas los españoles disponían de siete compañías de Infantería para un total de quinientos setenta soldados españoles y doscientos indios pampangos; en la isla de Formosa los españoles tenían como aliados a los autóctonos flecheros de la costa.
Para complicar el panorama, en el invierno de 1639 se sublevaron los sangleses (chinos) de Manila y hubo revueltas en Macao. El nuevo Gobernador de Filipinas, Sebastián Hurtado de Corcuera, fue desoyendo las urgentes peticiones de ayuda provenientes de la exigua guarnición en Formosa.
Los holandeses establecidos en la costa occidental de Formosa, la región de Zelandia, conocían el estado de la fuerza española situada en el norte. Resentidos contra España por el daño económico que su presencia en Oriente le había causado, decidieron atacar el emplazamiento de Formosa en septiembre de 1641 con dos navíos y dos transportes minusvalorando las defensas. Finalizada la intentona, los holandeses sufrieron un serio descalabro y volvieron al punto de partida con numerosas bajas y daños.
No obstante el fracaso, los holandeses planearon un nuevo asalto el agosto siguiente con una flota de cinco navíos, cuatro transportes y decenas de embarcaciones menores para el desembarco, sumando quinientos soldados europeos y tres mil malayos; mandaba el operativo militar el gobernador del fuerte de Zelandia, Jan Trudenius.
La artillería española, compuesta por cuatro piezas, dirigidas por el capitán Valentín de Arechaga, batió al enemigo en su aproximación obligándolo a fondear a distancia del fuego para procurarse el desembarco.
El día 19 de agosto de 1642 comenzó el asalto definitivo con la abrumadora diferencia de medios humanos. Durante cinco días se batió heroicamente el fuerte español, hasta que carente de municiones y derruidas las murallas, luchando cuerpo a cuerpo, la guarnición negoció una rendición honrosa. El acuerdo fue incumplido.
Sólo nueve años se mantuvo la presencia holandesa en Formosa, pues en 1661 el pirata Koxinga de Amoz tomó la isla y se proclamó rey; hasta que en 1683 los chinos la agregaron a la provincia continental de Fukien.
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