La bilocación de la Dama de azul
Su nombre es María Coronel Arana, nacida en la localidad soriana de Ágreda, al pie del Moncayo, en 1602, monja concepcionista por vocación, y sin sospecharlo ella ni nadie antes fue misionera en el Nuevo Mundo aunque jamás hubiera abandonado su tierra natal. Sus viajes investidos de espiritualidad continúan hoy siendo el misterio que ayer, en época de descubrimientos ultramarinos y colonización, causaron estupor e investigaciones autorizadas.
Un extraordinario don, el de la bilocación, concedido a sor María de Jesús de Ágreda, de la Orden de la Inmaculada Concepción, posibilitó que cumpliera una misión evangelizadora ajena al arduo esfuerzo del viaje por tierra y mar y exenta de las limitaciones física y temporal, tan humanas ellas, que imponen las distancias y los desplazamientos. En 1622, con veinte años, sor María se presentó en Nuevo México.
La acción misionera en aquella época pionera y en un mundo tan diferente estaba plagada de riesgos. A la predecible hostilidad de los pueblos indígenas, frecuentemente enemistados entre ellos por el dominio del territorio, se sumaban la incomprensión de las lenguas autóctonas y las grandes distancias a recorrer en ida y vuelta. Obstáculos que en ninguna medida afectaron a la legendaria Dama de azul, personaje místico que predispuso a los indios para escuchar la palabra de Dios y recibir el bautismo.
Ella misma refiere con su letra el motivo impulsor de su tarea: “Paréceme que un día, después de haber recibido a nuestro Señor, me mostró Su Majestad todo el mundo, y conocí la variedad de cosas criadas; cuán admirable es el Señor en la universidad de la tierra; mostrábame con mucha claridad la multitud de criaturas y almas que había, y entre ellas cuán pocas que profesasen lo puro de la fe, y que entrasen por la puerta del bautismo a ser hijos de la santa Iglesia. Dividíase el corazón de ver que la copiosa redención no cayese sino sobre tan pocos. Conocía cumplido lo del Evangelio, que son muchos los llamados y pocos los escogidos… Entre tanta variedad de los que no profesaban y confesaban la fe, me declaró que la parte de criaturas que tenían mejor disposición para convertirse, y a que más su misericordia se inclinaba, eran los del Nuevo México y otros reinos remotos de hacia aquella parte. Él manifestarme el Altísimo su voluntad en esto, fue mover mi ánimo con nuevos afectos de amor de Dios y del prójimo, y a clamar de lo íntimo de mi alma por aquellas almas”.
La tarea evangelizadora de sor María se hizo patente durante tres años, de 1622 a 1625, contándose por lo menos 500 presencias en diversas zonas de Nuevo México (que en la actualidad están repartidas entre Nuevo México, Texas y Arizona), recogidas por los misioneros franciscanos españoles que allí llegaron para idéntico fin. Los indígenas llamaban a la monja misionera la dama de azul por el color celeste del manto concepcionista. Ella fue quien sugirió a los indígenas que se presentaran a los misioneros y abrazaran la fe en Jesucristo; y así obraron, sorprendiendo a los franciscanos la avalancha de solicitantes de bautismo, y dieron en investigar por el paradero de la misteriosa dama de azul que les facilitaba el trabajo.
La noticia de la misteriosa mujer evangelizadora, que ningún español lograba ver ni conseguían hablar, alcanzó los oídos del custodio de los minoritas predicadores en Nuevo México, fray Alonso de Benavides, quien desplegó averiguaciones sobre el terreno y también en España a partir de 1630. Con éxito. Identificó a la protagonista de las apariciones en la persona de sor María de Jesús, la joven abadesa del convento de clausura de las clarisas en Ágreda; y ella ratificó las noticias que la situaban allende los mares. Le dijo que había viajado a tan remoto lugar para difundir la palabra de Dios y como avanzadilla de los misioneros franciscanos, transportada por los ángeles, en estado de éxtasis, en aproximadamente quinientas ocasiones, a veces dos viajes en el mismo día.
Obligadamente incrédulo, Benavides acabó por convencerse cuando sor María describió con absoluta precisión las tierras visitadas en el Nuevo Mundo, que comprendían las planicies desde Tejas hasta Arizona, refiriendo las costumbres de los indios apaches y jumanos e incluso citando por su nombre a algunos de ellos, a los que hablaba en español y ellos la entendían de modo directo.
El documento fechado en 1630 e impreso en Madrid por orden del rey Felipe IV se titula Memorial de Benavides, tiene carácter oficial, cuenta con los parabienes de la Iglesia católica y el Estado e informa puntual y detalladamente de la sorpresa que causó a fray Alonso de Benavides el encontrarse en Nuevo México, territorio de frontera, a cientos de nativos solicitantes del sacramento del bautismo tras su encuentro con una mujer joven y hermosa vestida con ropas azules.
Era prodigioso que una monja de clausura hubiera viajado tantas veces al Nuevo Mundo sin constar su ausencia ni su presencia física, corpórea, tangible para los cinco sentidos, en los lugares de origen y destino, pero con el testimonio unánime y recurrente de los nativos.
La repercusión fue enorme en todo el territorio por descubrir y colonizar en toda su extensión, y un acicate para los misioneros.
Misionera y escritora
Sor María de Jesús de Ágreda es una de las grandes escritoras del Siglo de Oro español, además de mística y confidente del rey Felipe IV con quien intercambió abundante correspondencia.
Escribió una obra célebre, La mística ciudad de Dios, inspiradora de vocaciones como la suya, tempranas y sólidas, y de misiones como la que sus bilocaciones demostraron en el Nuevo Mundo. Citamos entre los más destacados de sus continuadores en la predicación a fray Junípero Serra, el gran evangelizador de California; a fray José Velázquez Fresneda, conocido por el venerable Padre Carabantes, misionero en Cumaná, territorio de Venezuela; y a fray Antonio Margil de Jesús evangelizador de México, Nicaragua, Guatemala y Costa Rica.
Aún hoy en día, María de Jesús de Ágreda continúa inspirando la labor misionera en la Iglesia Católica. Hace cincuenta años el P. James Flanagan un sacerdote de la Arquidiócesis de Boston, al leer la traducción en inglés de la Mística Ciudad de Dios e influenciado por los Evangelios, fundó junto con el P. John McHugh, la Sociedad de Nuestra Señora de la Santísima Trinidad (SOLT) el 16 de julio de 1958 en la Arquidiócesis de Santa Fe, en Nuevo México, sociedad apostólica que ya extiende su labor misionera por América, Europa, Asia y Oceanía.
María de Jesús de Ágreda, la Dama de azul.
Imagen de mariadeagreda.org
La huella de la Dama de azul
El actual Estado de Texas registra numerosas pruebas documentales, conformadas por cartas y diarios de los misioneros que recorrieron su territorio a finales del siglo XVII, con relación a la presencia de la Dama de azul, igual que le sucediera a Alonso de Benavides; pero consignadas las apariciones de sor María de Jesús de Ágreda dos décadas después de su fallecimiento, ocurrido en 1665.
Fue en 1689 cuando el primer gobernador de Cohauila, Alonso de León, escuchó el relato de aquellas manifestaciones sobrenaturales, producto de la bilocación. De León, en cumplimiento de su deber, se dirigió hacia los poco explorados territorios septentrionales de México para desmantelar el asentamiento de unos corsarios franceses cerca de la bahía de Matagorda; resuelto lo cual, allí conoció que los nativos del lugar habían sido masivamente convertidos a la fe católica. Un misterio. «Ellos hacen muchos ritos cristianos», escribió, «y el gobernador indio nos pidió misioneros para enseñarles diciendo que, muchos años antes, una mujer fue tierra adentro para adoctrinarles, pero nadie había oído nada de ella por mucho tiempo». Explicado por los nativos con la mayor naturalidad.
El padre Damián Massanet, un franciscano mallorquín arribado hasta ese confín a instancias del gobernador Alonso de León, comprobó que los nativos también habían sido visitados por la ubicua Dama de azul. En una extensa carta al cosmógrafo Carlos de Sigüenza, pariente del poeta Luis de Góngora, Massanet consignó el prodigio que tuvo lugar cincuenta años antes; al final de la misma, después de narrar las peripecias de su expedición, escribió: «Y por no tener más tiempo, sólo referiré lo más particular de todo. Y fue estando en el pueblo de los Tejas después de haber repartido ropa a los indios y al gobernador, una tarde dijo dicho gobernador que le diesen un pedazo de bayeta azul para mortaja y enterrar a su madre cuando muriese. Yo le dije que de paño sería mejor y él dijo que no quería otro color sino el azul. Preguntele qué misterio tenía el color azul y dijo dicho gobernador que ellos querían mucho dicho color y enterrarse particularmente con ropa deste color porque en otro tiempo los iba a ver una mujer muy hermosa la cual bajaba de lo alto. Y dicha mujer iba vestida de azul y que ellos querían ser como dicha mujer. Y preguntándoles si hacía mucho tiempo, dijo el gobernador no había sido en su tiempo y que su madre que era vieja la había visto, y los demás viejos también, de donde se ve claramente que fue la madre María de Jesús de Ágreda, la cual estuvo en aquellas tierras muchísimas veces, como ella misma confesó al padre custodio del Nuevo México».
Más argumentos
A comienzos del siglo XVIII, unas cartas del explorador militar francocanadiense Louis Saint-Denis confirmaron que la asombrosa costumbre de buscar sudarios azules había arraigado también en la región oriental de Texas, a orillas del río Neches. En la correspondencia, fechada entre 1710 y 1714, se asegura que aquella misteriosa mujer de hábitos celestes llegó incluso a bautizar a un chamán de la tribu de los nacogdoches que quiso enterrarse a toda costa imitando a esa visión venida del otro mundo.
Otras pistas sobre la presencia de la Dama Azul aparecen en fuentes antropológicas. El historiador Cleve Hallenbeck recoge en su obra Legends of the Spanish Southwest, que hacia 1668 cinco nativos llegados de más allá del río Pecos se presentaron en la recién fundada Misión de San Agustín implorando a los frailes que les enviaran un sacerdote a su tribu; contaban que una mujer vestida de azul (que ya llevaba tres años muerta) se había aparecido a su gente urgiéndoles a convertirse al cristianismo.
Es en el valle de San Antonio, en Texas, donde más incide la huella de sor María de Jesús, la joven y hermosa dama de azul, pues la vinculan a leyendas locales que hablan de ciudades subterráneas desde las que aparece cada cierto tiempo para entregar sus dones místicos a alguna mujer. Se trata de un mito, adaptado a las sucesivas épocas, que sigue presente en Texas y que, puede, se haya vinculado al aspecto de la flor oficial del Estado, el bonetero autóctono, de color azul intenso en primavera; cuenta la leyenda que en su última visita, sor María dejó sembrado un rastro de estas flores en las llanuras para que nunca la olvidaran.
De hecho, la memoria de la Dama de azul persiste en aquellas tierras de raíz hispana. La fundación de la primera misión española en Texas, la de San Francisco de las Tejas, en 1690, estuvo motivada por las apariciones de sor María de Jesús de Ágreda. Y Ágreda, cuna de son María de Jesús, es la única ciudad del mundo hermanada con un Estado, el de Nuevo México.