La reconquista del valle del Guadalquivir
De 1224 a 1248 en el sur peninsular
Fernando III, rey de Castilla entre 1217 y 1252 y de León entre 1230 y 1252, vincula a su persona la corona de ambos reinos llevando a cabo su definitiva unión en 1230; reunió por primera vez en 1250 las Cortes de Castilla y de León, buscando formas de gobierno acordes a sus heterogéneos dominios. Durante su reinado dio un gran impulso a la Reconquista, siendo su principal hazaña la toma de Sevilla en el año 1248.
Por tierras de Andalucía fueron tres las grandes campañas de reconquista. La primera entre 1224 y 1230, recuperando las plazas de Andújar, Baeza y Martos; la segunda entre 1231 y 1236, conquistando Córdoba con las campanas de la basílica de Santiago de Compostela que siglos atrás Almanzor había mandado traer a hombros de cristianos para que sirvieran de lámparas en la mezquita; y la tercera, la más importante, entre 1240 y 1248, tomando varias plazas del valle del Guadalquivir, ganando Jaén y Sevilla. En el cerco de esta ciudad, que tardó quince meses en ser tomada, con tropas cristianas en colaboración con musulmanas del reino de Granada, colaboró una Armada, la primera gran operación de la Marina de Castilla ideada por el obispo Gelmírez, con naves de Guipúzcoa, Vizcaya, Santander y Galicia al mando del burgalés Ramón Bonifaz, remontando el Guadalquivir para vencer a la flota islámica.
Por estas mismas fechas su hijo, quien al heredar la corona se convertiría en Alfonso X el Sabio, conquistaba Murcia.
El empuje dado por Fernando III a la Reconquista en el sur de la Península tuvo su paralelo en las victoriosas expediciones de Jaime I de Aragón por tierras de Valencia. En el año 1244 ambos reyes, en el Tratado de Almizra, fijaron la línea fronteriza entre los territorios castellanos y aragoneses.
El historiador Víctor Manuel Dávila Vegas describe al rey santo con estas palabras: Los relatos hagiográficos que se ocupan de Fernando III indican que no sólo no se consideraba superior a nadie, sino que además pensaba que de todos podía recibir sugerencias acertadas. Se rodeaba de doce varones sabios, origen del Consejo de Castilla. Dicen que temía más la maldición de una viejecita pobre de su reino que a los ejércitos de los mahometanos, y que confiaba más en las oraciones de los religiosos que en el valor de sus soldados. Consideraba que en las batallas era la Virgen María la que peleaba y la que vencía, por lo que a ella le reservaba los honores del triunfo. Compartía con sus soldados las incomodidades de las campañas, velaba en ocasiones junto a los guardias y centinelas, y visitaba a los heridos tras cada batalla. Fue clemente con los adversarios que se le rendían, pero castigó con el destierro a los que le presentaron resistencia. En la administración de justicia no se dejó arrastrar por las reclamaciones de los más ricos frente a los más pobres, sino que procuraba defender los derechos de estos últimos. No buscó con sus conquistas la gloria personal, de modo que simplemente se declaraba “Caballero de Cristo, siervo de Santa María y alférez de Santiago”. Un relato legendario indica que, cuando unos nobles le comentaron que no convenía que un príncipe se sujetase y obedeciese tanto a su madre, él respondió que dejaría de obedecer cuando dejase de ser hijo.
En la faceta legislativa, Fernando III promovió la traducción al castellano del compendio de leyes visigodo Liber Iudiciorum, o Fuero Juzgo, con lo que además de constituir un cuerpo normativo otorgaba prioridad en la comunicación oficial oral y escrita a la lengua castellana. También, y para los herejes, convalidó la pena de muerte por la de destierro; en la faceta artística, propició el desarrollo de la arquitectura gótica, dando comienzo en su reinado la construcción de las catedrales de Burgos, Toledo, León y Palencia; en la faceta espiritual, otorgó carta de naturaleza a las órdenes mendicantes, incipientes en aquella época, opuestas y no poco enfrentadas a la situación patrimonial de hecho y derecho de la Iglesia.
Fue canonizado en 1671 y su cuerpo incorrupto se encuentra en la Capilla Real de la Catedral de Sevilla.
Genealogía de los Reyes de España: Fernando III el Santo. Biblioteca Nacional, Madrid.
Tras la batalla de las Navas de Tolosa, ganada por las tropas castellanas de Alfonso VIII, las aragonesas de Pedro II y las navarras de Sancho VII frente al califa almohade Muhammad an-Nasir, los territorios reconquistados al sur de Despeñaperros requerían atención y habitantes cristianos.
Fernando III se dispuso a consolidar la victoria y, por ende, a ir culminando la Reconquista de la península meridional de Oeste a Este y Sur, alternativamente. Para ello decidió actuar sin desmayo, con idea clara en lo militar y en lo civil, ganando para la causa la ciudad de Baeza en 1226, Trujillo en 1232, al año siguiente Montiel, Baza y Úbeda y en 1235 Medellín. Y en 1236 asestó el golpe de gracia tomando la ciudad de Córdoba, símbolo del poder musulmán. En 1246 tomó Jaén y su reino. Luego le llegó el turno a Sevilla, planificada la acción militar con sumo cuidado y acierto, a tenor de los hechos.
A diferencia de Córdoba y otros lugares de interior, Sevilla podía recibir ayuda por mar, y tal auxilio prolongaría la campaña o la anularía al cabo de un tiempo, con grandes costes de todo tipo para los sitiadores. Previendo el problema y la solución, Fernando III ordenó al burgalés Ramón Bonifaz que armase una flota en el Cantábrico y la condujese hasta el Golfo de Cádiz. De esta guisa nació la Marina castellana, germen junto a la aragonesa de la Armada Española. Los santanderinos sintieron la gesta como propia, motivo por el cual desde entonces el escudo de su ciudad luce un navío y la Torre del Oro. Sevilla capituló el 23 de noviembre de 1248.
Fernando III puso mucho cuidado en no dejar bolsas enemigas tras de estas victorias, asegurando el presente y el futuro a la vez que animaba la necesaria y urgente repoblación. Por ello puede decirse sin temor a errar que el rey santo fundó Andalucía, a la que consideró su más preciado gallardete y motivo de orgullo.
Quiso continuar la tarea de reconquista, concibiendo un plan para desembarcar en África y mientras alejaba al enemigo musulmán de la frontera cristiana ampliaba la Reconquista a tierra mora. Pero la hidropesía truncó esa expectativa y cualquier otra esperanza. Fernando III falleció en mayo de 1252 cumplidos los 51 ó los 53 años, pues hay dudas respecto a si nació en 1201 o 1199. Siglos después, su causa fue estudiada en el Vaticano, con el propósito de elevarlo a los altares; la exhumación de su cadáver incorrupto facilitó el trámite.
Epitafio
Aquí yace el muy honrado Rey Don Fernando, señor de Castilla y de Toledo, de León, de Galicia, de Sevilla, de Córdoba, de Murcia y de Jaén, el que conquistó toda España, el más leal, el más verdadero, el más franco, el más esforzado, el más apuesto, el más granado, el más sufrido, el más humilde, el que más temió a Dios, el que más le sirvió, el que derrotó y destruyó a sus enemigos, el que elevó y honró a sus amigos, el que conquistó la ciudad de Sevilla, que es cabeza de toda España.
(Tomado del historiador Fernando Díaz Villanueva).