La combinación de teología y medicina
Miguel Servet Conesa (cuyo primer apellido también recoge la grafía Serveto) nació en la localidad oscense de Villanueva de Sijena el año 1511. Sabio español, aguerrido polemista, intrépido científico y devoto estudioso de la espiritualidad, destacando como médico y teólogo, inextricablemente relacionadas la medicina y la teología en su persona y obra. A él se debe el descubrimiento de la circulación pulmonar, la circulación menor de la sangre, es decir, el paso de la sangre por los pulmones para poder cargarse de oxígeno antes de distribuirse por todo el cuerpo.
Debido a sus opiniones teológicas, que fueron consideradas herejías y sufrieron sañuda persecución allá donde las divulgaba, fue perseguido y, al final, condenado a la hoguera en Ginebra por orden de su implacable y acérrimo enemigo Juan Calvino (Jean Cauvin o Calvin).
La figura de Miguel Servet ha adquirido significado entre los que atribuyen a su ejemplo un incipiente reconocimiento del derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión.
Miguel Servet. Escultura de Dionisio Lasuén en el Paraninfo de la Universidad de Zaragoza
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Su itinerario intelectual previo a la formación en teología y medicina, surge de su propósito de conocimiento y discusión argumentada con traza filosófica. En la adolescencia entró como paje y secretario al servicio del clérigo aragonés Juan Quintana, con quien recorrió las ciudades de Toledo, Granada y Valladolid, recorrido durante el que por contacto asimiló las ideas erasmistas y los problemas religiosos del momento. En 1528 dejó a Quintana y se trasladó a Toulouse para estudiar leyes hasta 1529; entonces volvió al servicio de Quintana para acompañarle a la coronación de Carlos I en Bolonia por el papa Clemente VI.
Atraído por el humanismo imperante en la península itálica y movido por su afán viajero, inserto en la vocación de estudio y polémica, en 1530 se instaló en Basilea donde entabló, muy a su gusto y práctica, encendidos debates con el reformador Ecolampadio. Las diferencias entre ambos condujeron a Servet hacia Estrasburgo, donde también polemizó sobre cuestiones teológicas con los reformadores Capito y Bucero (Capiton y Bucer). Fue en la localidad de Haguenau, cercana a Estrasburgo, donde en 1531 aparecieron las primeras publicaciones de Servet, dos escritos teológicos, Errores sobre la Trinidad (De Trinitatis erroribus) en ese mismo 1531 y Dos diálogos sobre la Trinidad (Dialogorum trinitate libri duo) en 1532: en ellos afirma que existe un solo Dios que se manifiesta de diferentes modos; que Jesucristo es hijo natural de Dios por lo que en él confluyen humanidad y divinidad, pero a diferencia del Padre no es eterno; y que los seres humanos no son hijos naturales de Dios, pero por la fe en Cristo se convierten en hijos de Dios y a través de Jesús participan de la divinidad.
La deificación del ser humano que postula Servet es el impulso que le lleva a investigar el cuerpo humano y la circulación de la sangre entre el corazón y los pulmones; al cabo, la fisiología es el instrumento para indagar en el origen del alma, el impulso, que posibilitaba la unión del ser humano con su divino creador.
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Las publicaciones de Miguel Servet alarmaron a los inquisidores de España y Francia. Debido a sus reclamaciones y también al desprecio exteriorizado de los reformadores sitos en Basilea y Estrasburgo, se trasladó a Paris durante los años 1533 y 1534, dirigiéndose un año después a Lyon estableciendo allí residencia y amistad con el influyente humanista Sinforiano Champier, quien encaminó a Servet de vuelta a París en 1537 para que estudiara medicina en vista de sus dotes. Una sugerencia atinada. Alumno del célebre anatomista Jacques Dubois y de Jean Fernel, entonces calificado como el Galeno moderno, dio muestras de su talento y llegó pronto al doctorado y al ejercicio.
Acompañada del éxito su aventura médica, denunció los a su juicio numerosos defectos y carencias de aquella ciencia médica en un libro titulado Syroporum universa ratio (Teoría general de los jarabes o pócimas), editado en París, proponiendo en sus páginas criterios adecuados a su visión facultativa.
La combinación de teología y medicina propició en Servet un camino de doble vía en el que cada disciplina conduce a la otra.
La primera constancia documental de su descubrimiento de la circulación menor de la sangre data de 1546, fecha en la que aparece una versión manuscrita de la Christianismi restitutio, obra capital de Servet impresa definitivamente en 1553. Es un libro más de teología que de medicina escrito a partir de 1541 en la localidad francesa de Vienne, en el Delfinado, a la que se trasladó en calidad de médico por invitación del arzobispo Pierre Paulmier. El libro manifiesta el pensamiento de Servet sobre los principales dogmas, sacramentos y prácticas litúrgicas del cristianismo, enfocando sus tesis hacia la restitución de la pureza original de la religión cristiana: propugnaba la separación entre el Estado y la Iglesia y denunciaba la vinculación del Cristianismo surgido ya en el Concilio de Nicea, el año 325, con el poder secular contradiciendo por tal causa las enseñanzas de Jesús; Servet abogaba por una fe basada en la experiencia individual e interior, independiente de los cultos, los ritos, las imágenes, las ceremonias y los templos.
Miguel Servet descubrió que los pulmones no tienen una función accesoria al corazón, sino que es allí donde se produce la oxigenación de la sangre que posteriormente se transmite al ventrículo izquierdo del corazón. Observó que la arteria pulmonar es demasiado grande para simplemente transmitir una pequeña cantidad de sangre que sirva de alimento a los pulmones, como afirmaba Galeno, y que en el ventrículo izquierdo del corazón no hay suficiente espacio para realizar la mezcla de sangre y aire. Asimismo, destacó que la sangre no podía transmitirse del ventrículo derecho al izquierdo por el tabique interventricular porque es prácticamente estanco. Había expresado con acierto en su obra la diferencia entre sangre venosa y arterial, diseñando a su vez la dinámica cardiopulmonar en forma similar a la presente.
Servet, consciente de la importancia de su descubrimiento, quiso por encima de cualquier otra consideración científica instruir en el “completo conocimiento del alma y del espíritu”; era para él la circulación de la sangre lo que explicaba la acción primigenia de Dios en el ser humano, mientras que el alma, esa chispa de divinidad, es lo que predisponía al ser humano para alcanzar su regeneración interna, a través de Cristo, y por tanto participar de la Sabiduría Universal.
El descubrimiento de Servet fue el resultado de una búsqueda teológica; su método empírico, de carácter renacentista, lo posibilitó. Pero su obra provocó una decidida abominación de católicos y protestantes al unísono. El cardenal de Tournon, arzobispo de Lyon, ordenó detener y procesar a Servet con enorme contento en Calvino; éste fue, precisamente, quien ayudó decisivamente en la causa contra Servet al aportar toda la correspondencia que el español le había enviado a propósito de crear una relación entre ambos. Calvino se reveló como su principal enemigo en una larga polémica doctrinal sobre cuestiones de ámbito teológico.
Huyendo del cerco, Servet propició su final dirigiéndose a Ginebra medio oculto y medio disfrazado. De nuevo fue detenido, procesado y en poco más de dos meses condenado a morir en la hoguera en 1553, no por su descubrimiento científico sino por negar la eternidad de Cristo y oponerse al bautismo de los niños.
Tiempo después, dentro del calvinismo esta muerte sería reprochada como un desquite e imposición errónea del fundador Calvino, y surgieron voces que, apreciando las certezas doctrinales de Miguel Servet a su figura científica y teológica y enseñanzas propias, fueron acercándose a sus posiciones en detrimento de las puramente calvinistas.