Segunda Guerra Mundial: La División Española de Voluntarios en el lago Ilmen
La marcha a través del lago Ilmen
Del 10 al 25 de enero de 1942 en el lago Ilmen
La hazaña de la Compañía de Esquiadores en su esfuerzo por socorrer Vsvad, figura entre los episodios heroicos que se han registrado en cualquiera de los bandos contendientes durante la Segunda Guerra Mundial. Solos, una isla española en un mar de extranjeros, estos bravos lucharon, murieron y ganaron un lugar inmortal en la historia.
A continuación se presenta la crónica resumida de los documentos aportados por el ex combatiente, periodista e historiador Fernando Vadillo y los profesores de Historia Gerald R. Kleinfeld y Lewis A. Tambs.
* * *
En la guerra de invierno (enero-febrero) de 1942, las líneas del frente no se hallaban perfectamente delimitadas; incluso en algunos sectores se carecía de línea. Las unidades alemanas eran aisladas y rodeadas por las tropas soviéticas.
Una pequeña unidad alemana perteneciente a la 290.ª División defendía Vsvad, población situada en la desembocadura del río Lovat, al sur del lago Ilmen. El capitán Pröhl, jefe de la Sección de Cazadores Antitanques, estaba al mando de los 543 hombres que componían la guarnición, restos del 290.º Batallón Divisionario de Anticarros y de otras unidades que pudieron refugiarse en Vsvad al ser copados sus puestos por el avance enemigo.
La mañana del jueves 8 de enero de 1942, el destacamento de Vsvad lucha por sobrevivir sin que el X Cuerpo de Ejército alemán pueda enviar una expedición de socorro. La petición de ayuda se traslada al 16.º Ejército, embebidas sus fuerzas en la batalla de Staraia Russa. El alto mando alemán quiere encontrar una unidad disponible para enviarla a Vsvad y recuerda el reconocimiento español en el hielo del lago Ilmen.
En el Cuartel General de la 250.ª División (Spanische División 250, la División Española de Voluntarios), sito en Grigorovo, se estudian los mapas de la zona. Vsvad se sitúa a una treintena de kilómetros del límite meridional del sector adjudicado a la División Azul. La orden es clara: hay que liberar a la guarnición sitiada. El Cuerpo de Ejército carece de reservas, sólo queda lo que pueda disponer el mando español. En la Comandancia del Grupo de Exploración y Explotación 250, situada en Staraia Rakoma, la Plana Mayor intuye lo que se avecina.
Imagen de Editorial San Martín.
Patrullas y destacamentos enemigos, dotados de esquíes, patines y raquetas, venían atacando con frecuencia y por sorpresa a lo largo de la costa del Ilmen, numerosos puestos de vigilancia y posiciones aisladas españolas. Los soviéticos, envueltos en blancos blusones de camuflaje, surgían de las tinieblas de la noche deslizándose velozmente por la superficie helada del lago, disparaban sus naranjeros y sus ametralladoras Maxim, emplazadas en ligeros trineos de mano, y desaparecían cual fantasmas en dirección Este, dejando atrás unos cuantos cadáveres, unas isbas incendiadas o unos búnkeres volados.
Para repeler estos ataques e impedir la infiltración de fuerzas enemigas por las zonas desguarnecidas o desenfiladas del subsector, mandado por el comandante Ángel Sánchez del Águila, jefe de los exploradores, el general Muñoz Grandes ordenó la formación de la Compañía de Esquiadores al teniente José Otero de Arce. La Comandancia se estableció en el poblado de Babky y la misión de los esquiadores era la de patrullar continuamente por el borde del lago cubriendo un frente de ocho kilómetros, distancia comprendida entre el norte de Babky y el sur de Spasspiskopez. La División Azul iba a contar con una unidad móvil capaz de acudir con rapidez al lugar donde se la requiriera.
Los españoles tampoco cuentan con reservas; el Regimiento 269.º está muy mermado de efectivos, el 262.º defiende Novgorod y el 263.º se extiende por todo el frente que corresponde a la División.
Alguien sugiere que pueden disponer del grupo de esquiadores.
La Compañía de Esquiadores tiene su puesto de mando en Samokrazha, una fuerza mixta de aproximadamente dos centenares de hombres al mando del capitán José Manuel Ordás Rodríguez.
La fuerza recibe orden de trasladarse a Spasspiskopez.
Imagen de José María Bueno y Ediciones Almena.
Un viento ululante que soplaba por la despejada amplitud del lago Ilmen y arrastraba la nieve en remolinos, envolvía la desvencijada isba(cabaña, vivienda rural de madera) que servía de caseta de radio a la Compañía de Esquiadores. El radio Varela escucha la voz que le indica: “La División al teléfono”. Tras unas cuantas frases, Varela sale corriendo afuera y busca al comandante Sánchez del Águila; una vez de vuelta a la emisora, coge el receptor.
Finalizada la conversación despliega un mapa sobre la mesa de madera de abedul. En la parte superior, a la izquierda, figura la escala: 1:100.000; en el centro un nombre: Novgorod; a la derecha los cartógrafos de Estado Mayor han escrito: Blatt Nr. 0-36 VII Ost. El comandante localiza la posición de Vsvad, a treinta kilómetros en línea recta de donde se encuentra.
El general Agustín Muñoz Grandes había depositado su confianza en la Compañía de Esquiadores, dijo a sus oficiales. Debían disponerse a partir a la mañana siguiente, en diagonal atravesando el lago, lo más rápido que el tiempo y la orografía permitieran. El cálculo del capitán era de ocho horas de origen a destino, no obstante consideró llevar provisiones para tres días. Nueve fusiles automáticos proporcionarían una potencia de fuego extra. Todos los reunidos comprendieron que se trataba de una gesta heroica (así figura en la Hoja de Campaña, del 17 de febrero de 1942, p. 2).
Spasspiskopez era una aldea batida por el viento gélido del Ilmen de día, con 30º bajo cero si luce el Sol, y de noche, con 55.
El sábado 10 de enero el termómetro se mantenía en los 32 grados negativos. Era el sábado 10 de enero cuando los 206 hombres de la Compañía formaron con su indumentaria blanca de camuflaje. El viento, incesante y mordedor, les arroja nieve a la cara.
La columna de hombres, caballos, carruajes y el trineo ambulancia estaba dispuesta para partir. Los soldados, españoles, y los conductores, rusos aldeanos que acompañaban a sus cabalgaduras y enseres, habían cargado la impedimenta, las cajas de munición, las granadas de mano, las mantas, los sacos de víveres, los trípodes antiaéreos para fusil individual y ametrallador. A cada Pelotón se le había asignado un trineo y los trineos transportaban los cinco fusiles ametralladores procedentes del Batallón de Depósito 250, el famoso, heroico y diezmado Batallón de la Tía Bernarda; así como las bengalas de paracaídas de seda y el resto de la dotación. Dadas las condiciones climáticas y la orografía, nadie creía que la distancia fuera a cubrirse en las posibles ocho horas que se barajaban.
De la Comandancia sale el capitán Ordás a quien el teniente Otero de Arce, al frente de sus 154 esquiadores da la novedad.
Forman seis Secciones de la Compañía Divisionaria de Esquiadores 250, mandadas por los tenientes Vicente Castañer Enseñat, Antonio García Porta y Jacinto del Val, y los alféreces Germán Bernabéu del Amo, Joaquín García Lario y Alfonso López de Santiago. Forma el personal de la Plana Mayor del teniente José Otero de Arce, jefe de la Compañía, compuesto de un sargento, tres cabos y doce soldados. A estas tropas se habían agregado tres tenientes, un sargento y tres guripas del Grupo de Exploración; los tenientes eran Bernardino Domínguez Díaz, jefe de la unidad, Pedro Sánchez Bejarano, médico, y el intérprete Constantino Alejandrovich, un ruso blanco que había combatido en La Legión durante la pasada guerra española y que había cruzado el Ilmen anteriormente en misiones de enlace, y los también intérpretes Willie Klein y Michael Schumacher, de la Wehrmacht. Otras fuerzas agregadas eran las del Batallón de Depósito 250: un cabo y once soldados, y las del Grupo de Veterinaria: siete soldados. Más los dos sargentos, los dos cabos y los cinco guripas de la Plana Mayor de la 5.ª Compañía Divisionaria de Antitanques cuyo jefe, el capitán Ordás —considerado un héroe entre sus hombres por sus méritos en las contiendas del protectorado marroquí y en la reciente guerra civil— se trajo consigo al hacerse cargo del mando de la agrupación de fuerzas que se dispone a partir hacia Vsvad.
Muñoz Grandes había enviado a su ayudante, el capitán de Corbeta Manuel Mora Figueroa, a desearles buen viaje. “Vais a liberar a un batallón de camaradas alemanes”, dijo Mora Figueroa. “Cruzaréis el lago. La marcha será corta pero dura. Os enfrentaréis a fuerzas soviéticas superiores en número. Si alguno de vosotros está enfermo que lo diga ahora.”
El capitán Ordás dio la orden de partida. Los guías que señalaban la dirección de marcha, Miguel Piernavieja y Marcos García, comprueban que al llegar a la orilla del lago la temperatura es de 56º bajo cero.
Las penalidades eran continuas. El trineo ambulancia ya no puede acoger más congelados y exhaustos. El capitán Ordás cuenta las bajas y ordena que de se habilite otro trineo para el transporte a origen de los heridos y agonizantes.
“Cortando por ahí —señala con su bastón— alcanzaréis la costa entre las aldeas de Jerunovo y Jamok, junto a la desembocadura del río Veriasha. Debemos estar a su altura, poco más o menos. De allí subiréis por tierra hasta Spasspiskopez. ¡Ah, y decid a los nuestros que seguimos adelante!
La Compañía de Esquiadores prosigue la penosísima marcha. El teniente Castañer y el sargento Cayetano Montaña animan a la tropa: “¡Vamos, chavales, que esto es una juerga!”
El lago es una llanura tortuosa y abrupta en el centro, con altos acantilados cerrando el paso de la columna, con anchas fisuras obstruyendo la marcha de hombres, caballos y trineos. Tampoco era una losa compacta; debajo de la plancha de hielo se movían las aguas atrapadas y la presión de su oculta corriente era la que había resquebrajado la losa de vidrio, abriendo las grietas y elevando barricadas de acceso imposible. En los ventisqueros, los caballos se sumergen en la nieve por encima de los corvejones y los guripas se hunden hasta la cintura. La nieve errante, zarandeada por el viento, se acumula en los hoyos y las quebraduras.
El teniente médico del Grupo de Exploración y Explotación250, Pedro Sánchez Bejarano, recorría la columna recomendando a los soldados que procuraran respirar solamente por la nariz.
El sargento telegrafista informa al capitán Ordás que se ha estropeado la radio.
A la vanguardia de la columna sigue la 1.ª Sección de la Compañía de Esquiadores, mandada por el teniente Otero de Arce. El plan previsto al comenzar la marcha fue que las Secciones se relevaran cada cierto tiempo en la cabeza; pero al tropezar con las primeras barreras y fisuras, la línea recta que hasta entonces formaba la columna se hizo un ovillo, y la necesidad de bordear los obstáculos en busca de accesos acabó por desorganizar el orden inicial del avance.
El teniente Castañer dice: “Ya falta poco, muchachos.” Los oficiales mienten a sabiendas. Y añaden: “¡Esto es una juerga para nosotros!”
El viento cargado de nieve pincha como agujas y empuja y derriba.
La radio ha vuelto a funcionar. A mediodía el Sol consigue rasgar la niebla pero no luce ni calienta.
Los taludes del lago alcanzan una altura de dos metros, las grietas se ensanchan y las simas son más negras y profundas.
El capitán Ordás ordena al sargento de Transmisiones que cada media hora comunique con el Cuartel General de Grigorovo. Pero el aparato TSH falla de nuevo. No hay manera de arreglarlo. “Tome el trineo y regrese a Spasspiskopez”, ordena el capitán Ordás al sargento Varela. “Que le den un aparato nuevo y regrese inmediatamente.”
Otras cinco bajas por congelación que son subidas a un trineo y puestas en camino de regreso.
El movimiento de la columna se entorpece, han de extremarse las precauciones y las medidas de seguridad. Se camina a rito de un kilómetro por hora y no se puede alzar la voz para evitar aludes y porque el enemigo puede estar al acecho.
Sobreviene el crepúsculo. Los sanitarios no dan abasto entablillando brazos y piernas, aplicando compresas de algodón hidrófilo, repartiendo sorbos de brandy, friccionando pies, manos y orejas y cargando en los trineos los cuerpos atacados por las dentelladas del frío. Las caballerías sufren como las personas.
A las cinco de la tarde es noche cerrada. No se ve más allá del hombre que va delante; si no fuese por el hilacho de luz rojiza de las linternas de los sargentos cualquiera creería estar solo en mitad del lago. Una sima se traga un trineo, incluido el caballo y la carga.
Los soldados pierden la noción del tiempo y el espacio; se insensibilizan los cerebros, se adormecen las ideas, se endurecen los pies, se acorchan las manos. Hasta que un grito despierta del falso sueño: “¡Alto! ¿Quién vive?” Es la voz del centinela de retaguardia. Responde el retornado: “¡España! ¡El sargento de Transmisiones!
El capitán Ordás ordena la comunicación con la División y ahora es posible.
10 de enero. Nueve y media de la noche. Muñoz Grandes a Ordás: “La guarnición de Vsvad se sostiene valientemente. Es absolutamente necesario socorrerlos. El honor de España y el espíritu de la fraternidad de nuestro pueblo lo exigen. Todos estamos pendientes de los heroicos soldados de Ordás. Ánimo, tenéis la gloria en vuestras manos. Atacad resueltamente. ¡Arriba España!”
Respuesta: “Capitán Ordás a general Muñoz Grandes. Atacaremos. ¡Arriba España!”
La brújula ha vuelto a estropearse. La columna avanza sin rumbo y es muy probable que éste derive equivocado durante las últimas horas. Por lo que la columna que progresa trazando enormes curvas y hasta círculos en su afán de hallar accesos entre los altos taludes de hielo, corre el riesgo de ir a parar a territorio enemigo.
Los soldados españoles deben seguir avanzando entre riscos y barrancales de cristal, dunas y ventisqueros. Aún deberán marchar horas y más horas con la nieve a la cintura, tropezando con nuevos parapetos de hielo que tienen que bordear, soslayando además gruesos troncos de abedul arrastrados desde la orilla y apresados entre brazadas de maleza, arbustos, lianas y tierra de aluvión. Siguen perdiéndose trineos y caballos succionados en las quebraduras del hielo y arrastrados por la corriente interior. Y continúan desertando los conductores de los carruajes al embozo de las tinieblas.
El teniente Otero de Arce da orden de alto; ordena a su asistente, Ángel Marcos Rivero, que enlace deprisa con la 1.º Sección: “Dile al teniente Castañer que envío un par de patrullas para explorar el terreno y establecer contacto con el enemigo.”
El teniente Castañer los ve partir hacia el Sur; seis hombres por un lado, cuatro por el otro. El primer grupo va encabezado por Mariano Sánchez Covisa; el segundo, Ramón Valentí Abadía.
Sánchez Covisa emprende la descubierta en solitario una vez llegado su grupo cerca de la orilla; gana la altura y se arrastra unos metros en lo que ya se supone tierra firme, aunque todo es hielo y nieve. Ve unas isbas y hacia ellas se dirige reptando. Percibe voces humanas, hablando en alemán. Puede ser una trampa. Pero tiene que actuar; empuña una granada de mano y carga contra la puerta que cede con estrépito. Da el alto en alemán y observa con máxima tensión el terror reflejado en los rostros de los tres ocupantes que ha provocado su inesperada irrupción.
Pronuncia con urgencia: “Kameraden.” Baja el brazo que sostiene la granada y continúa: “¡Spanien, Spanien! ¡Spanien, Kameraden! ¡Blaue Division!”
Los tres soldados alemanes creen ver visiones. Se aproximan a Covisa con recelo: “¿Spanien?”
No dan crédito a sus ojos. Piensan que ha llegado un fantasma.
Son elementos de la 81.ª División.
El asistente Marcos García García informa al teniente Castañer que han contactado con soldados alemanes destacados en la aldea de la orilla, Ustrika se llama. Eso significa que la columna se ha desviado considerablemente de la ruta prevista. Brumas, ventisca, acantilados, fisuras, ventisqueros y el fallo de las brújulas hacían sospechar este resultado.
Hay que seguir, ordena el capitán Ordás. Y cada hombre carga la atrocidad de cuarenta y cinco kilos para compensar las bajas y las pérdidas; a la espalda y al hombro, arrastrando los pies, encorvados, soportan el peso del macuto, el fusil, el municionamiento y los bultos compartidos.
“¡Hale, hale, muchachos, que ya estamos llegando!”
La columna penosamente llega a Ustrika, guarnecida por elementos de la 290.ª División Motorizada del Norte de Alemania. Ha finalizado la travesía del lago. Ahora hay que ir a Vsvad a socorrer a los cercados.
Un descaso para la tropa en Ustrika. El capitán Ordás y el teniente Otero de Arce dictan al sargento de Transmisiones un mensaje: “11-1-1942. 10’10 horas. Capitán Ordás a general Muñoz Grandes. Después de atravesar seis enormes barreras de hielo y grietas con agua a la cintura hemos llegado a Ustrika. A causa del frío, radio y brújulas averiadas. Tenemos ciento dos congelados, de ellos dieciocho muy graves. En las simas del lago hemos perdido varios trineos. Espíritu elevadísimo.”
Respuesta: “11-1-1942. 10’30 horas. General Muñoz Grandes a capitán Ordás. Conozco vuestro esfuerzo durante la penosísima marcha que habéis realizado. Si la suerte no os acompañó en el logro total de vuestro propósito no fue vuestra culpa. La guarnición de Vsvad sigue defendiéndose valientemente y hay que socorrerla cueste lo que cueste, aunque queden todos los nuestros sobre el hielo, aunque sólo sobrevivan unos pocos, incluso tú solo. Seguid adelante hasta morir. Todo por el heroísmo de los defensores de Vsvad. O se les salva o hay que morir con ellos. En nombre de la Patria, gracias; y no desfalleced. Confío en vosotros”.
La Compañía de Esquiadores queda temporalmente adscrita, sin perder su autonomía ni su dependencia superior a la División Azul, al Grupo Lüer de la 290.ª División de la Wehrmacht.
Tras el breve reposo en Ustrika, los españoles prosiguen su avance por la orilla del congelado Ilmen hacia Vsvad, queriendo despejar el camino por el que habrán de volver con los liberados alemanes, ocupando en primer lugar la aldea de Sadneie Pole: “¡Adelante, muchachos. Estamos llegando!”
Mensaje al Cuartel General español: “Hemos ocupado Sadneie Pole y han salido patrullas de reconocimiento en dirección a Pagost Ushin y Dubrovo.”
Los españoles han progresado seis kilómetros por tierra firme; les quedan catorce para enlazar con los alemanes de Vsvad.
El día 14, miércoles y nevando, los españoles abandonaban Sadneie Pole con otras veintiocho bajas en el recuento de efectivos desde la llegada a la ribera meridional del Ilmen por heridas y congelaciones. La unidad quedaba limitada a setenta y seis hombres, un tercio de los iniciales.
Comunica el capitán Ordás por radio: “Empujamos para liberar Vsvad.”
El objetivo era la ocupación de Dubrovo y Pagost Ushin, dos aldeas de pescadores, manteniendo ambas posiciones hasta nueva orden. A las diez de la mañana se ocupaba la primera localidad y una hora después entraban en la segunda.
Al anochecer, el capitán Ordás preguntó al sargento médico Santiago Cifuentes Langa por el número de hombres útiles: “Cincuenta y ocho, mi capitán.” Había sido una jornada muy dura.
El frío acuchillaba las insuficientemente arropadas carnes de los centinelas españoles apostados en los pozos de tirador, abiertos a golpes de pico y pala junto a las isbas extremas del poblado de Schischimorovo. La exigua tropa, que era el segundo grupo que partía de Sadneie Pole, hubo de recorrer a paso de carga los seis kilómetros entre la citada población y Schischimorovo, el destino de la jornada; cuatro horas de marcha terrible con la nieve a la cintura, cuarenta grados bajo cero y cuarenta y cinco kilos de impedimenta a la espalda.
A las 13 horas reporta Ordás: “Hemos tomado Shishimorovo. Nuestra guarnición de allí… reforzada por alemanes y letones.”
Un paseo que sumaba la ocupación de media docena de aldeas: Borissovo, Novoie Borissovo, Volkovizy, Vereskovo, Penikovo y Schischimorovo, el cruce del cauce congelado de dos ríos y la toma de un molino de viento.
Los centinelas —Emiliano Rodríguez Cecilia uno de ellos— avistaron unas siluetas de blanco camuflaje y abrieron fuego, respondido inmediatamente.
“¡Duro con ellos!” Por primera vez desde la llegada de los divisionarios españoles a la orilla meridional del Ilmen tronaba el viejo grito de combate: “¡Arriba España!”
A las once y media de la noche el enemigo se retiraba a sus posiciones de partida, deslizándose sobre sus esquíes.
14-1-1942. 23’30 horas. Capitán Ordás a general Muñoz Grandes: “Guarnición de Schischimorovo ha sido atacada por esquiadores soviéticos, que se han retirado después de pequeño combate. Prisioneros cogidos declaran que en el sector comprendido entre Bolshoye Utschno y Maloye Utschno se encuentran tres mil esquiadores siberianos.”
Nevaba en Grigorovo, sede del Cuartel General de la División Española de Voluntarios cuando se recibió el siguiente parte.
15-1-1942. 5’45 horas. Capitán Ordás a general Muñoz Grandes: “Llamado urgentemente por el jefe del sector, éste me comunica haber recibido la orden de liberar Vsvad. Posteriormente, por orden expresa del Führer, queda sin efecto la primera, siendo la propia guarnición de Vsvad la que deberá la que deberá romper el cerco y retirarse en la dirección más favorable. Apoyándome en la buena disposición de mis fuerzas y su elevadísima moral, rogué se me concediera el honor de ayudar a Vsvad. Consultado el general alemán, aceptó el ruego.”
El general Muñoz Grandes dictó la respuesta a las 8’40 horas. “General a capitán Ordás: Confío en vuestra pericia, en vuestro valor y en Dios. ¡Arriba España!”
16-1-1942. 18’50 horas. Capitán Ordás a general Muñoz Grandes: “Mañana avanzaremos.”
A las diez de la mañana del 17 de enero el teniente García Porta ordena: “¡Atención! ¡Firmes!”
Aparecía una débil luminosidad por la parte del río Polisti cuando el teniente Otero de Arce se ajustó las manoplas, alzó el brazo y exclamó: “¡Arreando!”
Los supervivientes de la Compañía de Esquiadores 250, una cuarta parte de sus efectivos iniciales, se pusieron en movimiento hacia el Sureste. Con ellos iba un refuerzo de 40 soldados letones pertenecientes a la 81.ª División de Infantería de la Wehrmacht.
A los tres kilómetros de dura marcha, como la de días precedentes desde la llegada a la ribera meridional del Ilmen, tres aviones soviéticos en formación de cuña sobrevolaron la columna en dirección a Vsvad, que había rebasado las aldeas de Novoye Ushin, Krassnaya Niva y enfilaban la de Starayi Ushin. El destino era Maloye Utschno.
“¡Hala, muchachos, de prisa!”, animan los oficiales.
Los guripas tropezaban entre sí, resbalaban en los montículos barridos de nieve por la ventisca y en los surcos trazados por los patines de los trineos que les precedían. Resbalaban, caían y se incorporaban mascullando imprecaciones. Y seguían andando, paso a paso, maquinalmente, ajenos ya al tronar de la Artillería, al silbido fluctuante de los obuses y a los resplandores que brotaban al fondo de la tundra.
La columna penetra en Maloye Utschno sobre cuya única calleja, formada por una doble hilera de cabañas, confluyen dos caminos carreteros; uno se alarga en dirección Suroeste, hacia Vereskovo, y otro se prolonga hacia el Sur, siguiendo la marcha de la tropa.
Continúa la marcha y al mediodía, a medio kilómetro de Maloye Utschno, la columna atraviesa la aldea de Bolshoye Utschno, donde convergen otros dos caminos vecinales.
El camino de marcha desciende hasta el fondo de una suave vaguada. La columna cruza un puente de rollizos sobre el lecho cristalizado del río Tschernez. Después, a trescientos metros, y aunque la ventisca emborrona el paisaje, está la aldea de Shiloy Tschernez. El teniente Otero de Arce dispone que sus oficiales adopten las precauciones oportunas para evitar un ataque por sorpresa. O un recibimiento con música, como acostumbran decir los guripas, con la sarcástica fatalidad que les caracteriza.
La música de ametralladoras y granadas empezó a sonar en cuanto a los treinta y seis españoles que formaban la vanguardia asomaron sus cabezas por encima del ribazo derecho del Tschernez.
—¡Desplegarse! ¡Desplegarse! —ordenaba el teniente Otero de Arce a la vez que disparaba su pistola ametralladora-. ¡Cubrirse, muchachos! ¡Fuego, fuego, fuego!
Tabletea el fusil ametrallador de 7’92, de largo alcance y cadencia de 300 disparos por minuto, del sargento Cayetano Montaña y del cabo Manuel Muñoz Simón.
—¡Al asalto, muchachos! —vocifera el teniente Otero de Arce.
El enemigo es superior en hombres y armas y está ventajosamente situado sobre la loma y a resguardo de las isbas.
—¡Al asalto! ¡Duro con ellos! ¡Arriba España!
Los guripas, entre ellos el sargento José Sánchez Escudero, de la 6.ª Sección, y los soldados Ángel Gonzalvo González y José Martín Martín, se despliegan en abanico para atenazar la aldea por sus extremos.
—¡Al asalto! ¡Armad las bayonetas!
Entre el fuego y los aludes de nieve y tierra, los españoles avanzan lanzando su famoso grito de guerra: ¡Arriba España!, al que los soviéticos replican con su escalofriante y triple exclamación: ¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra!
Blandiendo sus fusiles, lanzando las granadas, los españoles desalojan a los soviéticos de las chozas y ocupan Shiloy Tschernez.
—¡Duro con ellos! ¡Perseguidles!
El enemigo se retira hacia el Sur, arrastrando a sus heridos y abandonando a sus muertos.
Pero no todos los heridos fueron acompañados a retaguardia. El soldado Antonio Moya descubrió a cuatro en una de las viviendas situadas a la salida de la aldea.
—¡Alto! —chilló.
Los cuerpos tendidos en el suelo sobre unos haces de paja alzaron los brazos por encima de sus rostros espantados.
—¡Ranieiye! ¡Niet komunisty! —explica uno de ellos.
Curados en primera instancia en la misma choza —Spasiba— fueron trasladados con los heridos españoles a los trineos-ambulancia.
—¿Ubiósh meñá?
—Nosotros no rematamos a los heridos.
No tardó en llegar el contraataque, avanzando la tropa de asalto en medio del temporal de nieve.
—¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra!
Los esquiadores rechazaban el contraataque soviético a Shiloy Tschernez. El teniente Otero de Arce ordena que dos escuadras de fusileros salgan en persecución del enemigo por la carretera que conduce a Penikovo.
Ahí van José Sánchez Escudero, Joaquín Escosa, Jorge Hernández Bravo y Virgilio Hernández Rivadulla, entre los doce, con el teniente jefe de la 1.ª Sección Vicente Castañer. Pronto caerá la noche y han de establecer contacto con los esquiadores soviéticos apostados en la aldea de Penikovo y desalojarlos.
—¡A tierra! ¡Cuerpo a tierra!
Tableteaban las ametralladoras de 7’62 milímetros de la defensa soviética.
—¡Cubrirse, muchachos! ¡Fuego, fuego, fuego!
Carreras, caídas, disparos sueltos.
—¡Desplegarse! ¡Desplegarse!
Los españoles corrían, saltaban lateralmente apartándose del camino vecinal enfilado por las ametralladoras ligeras Degtyarev RPD y se arrojaban de bruces en la nieve.
El teniente reagrupó a sus hombres y ordenó el ataque. Había que aprovechar la ventaja de la sorpresa, impedir que el enemigo se rehiciera de ella y sacar partido del efecto psicológico antes de que tomaran conciencia los soviéticos que la tropa asaltante era mínima y agotada. Habían cubierto siete kilómetros y ocupado cinco aldeas esa jornada terrorífica; faltaba la sexta, Penikovo. Pero no pudo ser.
—¡Al asalto!
La ametralladora pesada emplazada en la torre de la ermita de Penikovo frenó a los españoles y dio tiempo no sólo a reorganizar a los huidos sino a ser reforzados con efectivos nuevos y abundantes que galopaban desde el invisible Sur.
Los españoles retrocedieron mal que bien hasta Shiloy Tschernez conteniendo como podían el embiste de los soviéticos.
Comienza un repliegue escalonado que ha de alcanzar, al Norte, la aldea de Bolshoye Utschno. Y allí es donde se dispone la defensa para permitir que los replegados encuentren un punto de descanso en la alocada carrera hacia la salvación.
Una lluvia de proyectiles rasga el aire vespertino. Los esquiadores soviéticos se aproximan peligrosamente con el fuego de sus naranjeros y la protección de carros T-26 que disparan granadas incendiarias.
Continúan llegando españoles huidos de las aldeas conquistadas apenas hace unas horas. Antonio Moya Garcés y Antonio Barbasán Larrea, otros de los escuadristas de la exploración, están llegando; y cerca les siguen Manuel Muñoz Simón y el sargento Cayetano Montaña.
Hay que proteger a los heridos montados en los trineos. Pero es una tarea imposible. Grupos de soldados soviéticos aparecen por todas partes disparando a discreción.
—¡Adelante, chavales, que esto es una juerga!
Uno de los trineos de heridos sirve como parapeto.
—¡Arriba España! ¡Duro con ellos, chavales!
La columna de fugitivos va dejando a su paso un macabro reguero de cadáveres; y de heridos que no pueden ser evacuados y que disparan desesperadamente desde la nieve hasta consumir la munición de las cartucheras o hasta que sus manos se inmovilizan crispadas en el fusil. Armas, carruajes, macutos, caballos, cascos de acero y botiquines de urgencia quedan esparcidos por la nieve. Los trineos volcados obstaculizan la marcha de los que forman la retaguardia.
Los supervivientes españoles retroceden sobre las dunas, los ventisqueros, los hoyos de los obuses, los matorrales y los meandros congelados. Retroceden rendidos de fatiga, de sueño, de hambre, de sed, con los rostros tiznados de humo y los ojos sanguinolentos y febriles.
—¡Adelante! ¡De prisa! —espolea el teniente Castañer.
Los españoles quieren alcanzar Maloye Utschno antes de que la noche se tienda sobre el desolado paisaje y el enemigo acabe con ellos; para ambas cosas falta muy poco.
El Pelotón de vanguardia con el que avanza el teniente Otero de Arce ha rebasado las isbas de Bolshoye Utschno, ha dejado atrás el lecho congelado del río y se dirige hacia el Norte.
—¡Alto! ¡Cuerpo a tierra! ¡Cubrirse!
Carreras, saltos, rafagazos, explosiones. Una patrulla de esquiadores soviéticos se ha infiltrado en el cruce de caminos; pero al ser sorprendidos desaparecen. Rugen los motores de los carros de combate en la cercanía. El enemigo realiza una maniobra de envolvimiento de las isbas, las tejavanas y el molino de viento de Maloye Utschno.
—¡Fuego, muchachos! ¡Duro con ellos!
El cabo Manuel Muñoz Simón y el soldado José Vera Encarnación quieren detener la progresión del primero de los seis T-26.
Asegurando la retirada hacia las posiciones en el Norte, el sargento Rufino Garay y los guripas Avelino Pascual Santos, Carlos Cenen Figueroa, Mariano Sánchez Covisa y Virgilio Hernández Rivadulla, recogen a los heridos rezagados. Prosigue la penosísima marcha hacia Staryi Ushin cruzándose con patrullas soviética que no entablan combate, que al ser advertidas escapan hacia una distancia de seguridad y luego vigilan el rastro.
Horas después, con la Luna apenas visible, el grupo de heridos y sus custodios llega a Staryi Ushin; pero no es el final de la horrorosa jornada del 17 de enero. Una Escuadra sale al paso para indicarles que sigan hasta Pagost Ushin.
17 de enero, 22 horas. Capitán Ordás a general Muñoz Grandes: “El enemigo contraatacó con dos batallones con cañones anticarro y seis carros medios, que rápidamente arrollaron a la vanguardia española. El destacamento rodeado se defendió heroicamente. De los 36 españoles de la vanguardia catorce murieron. El resto rompió el cerco y se unió a la compañía. Nos estamos atrincherando en Pagost Ushin y resistiremos el próximo ataque importante. A las 21’00 recibimos orden de establecer un puesto avanzado en Maloye Utschno.”
En Pagost Ushin recibe el capitán Ordás a todos los que por sus propios medios o asistidos consiguen llegar. Y da una orden que le duele a él tanto como a los que han de cumplirla.
—Saldrán inmediatamente hacia Maloye Utschno los alféreces Joaquín García Lario y Alfonso López de Santiago. Dispondrán de una fuerza de veintitrés soldados españoles y diecinueve letones de la Sección que me ha sido enviada como refuerzo. Es de suponer que el enemigo se haya replegado a sus bases, por lo que el camino hasta Maloye Utschno estará despejado.
El teniente Otero de Arce siente una enorme preocupación por la suerte que puedan correr aquellos hombres lanzados a una ciega aventura, obligados a retroceder sobre sus pasos envueltos en la noche y a través de la tundra infestada de esquiadores soviéticos.
18 de enero de 1492. El cerco a la localidad-posición de Vsvad es total. La posición amiga más próxima está a doce kilómetros al Suroeste, y es la aldea de Maloye Utschno guarnecida por veintitrés soldados españoles y diecinueve letones, al mando de los dos alféreces citados.
El termómetro ha descendido a 51º bajo cero durante la noche del 18 al 19 de enero.
La ventisca bate la tundra, borra los caminos y senderos, desgarra los matorrales crecidos a resguardo de los montículos, alisa las depresiones de la yerma planicie y, enfilando los lechos congelados de los ríos y meandros del Lovat, salta aullando por encima de la blanca llanura.
En su cuartel general de Voronovo, el general soviético Morosov decide aprovechar el frío y la ventisca de la noche para rastrillar el sector de Sur a Norte. Al Norte, a cinco kilómetros de Voronovo, está enclavado el islote español de Maloye Utschno.
Los guripas Juan Muñoz Cassini, Fernando Martínez Laredo hacían guardia en el confín oriental de Maloye Utschno; en el occidental y metido en un pozo de tirador, vigilaba Julián Martín Fabián; en el meridional estaban el cabo Feliciano Cañedo Águilas y el guripa Manuel Sanchís Sánchez; en la zona septentrional se situaba el cabo Julio Mariño Barrios. El intérprete del destacamento español era el sargento Michael Schumacher.
A las siete y cuarto de la mañana del 19 de enero se desató la ofensiva soviética contra la aldea y su exigua guarnición.
—¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra!
—¡Fuego a discreción! ¡Fuego, muchachos, fuego!
—¡Tanques! ¡Vienen los tanques!
—¡Fuego, muchachos! ¡Arriba España!
—¡Armad las bayonetas!
A las siete y media de la mañana Maloye Utschno ha dejado de existir como posición española.
La guarnición de Pagost Ushin, desde la que se escucha el estruendo de la desigual batalla, permanece en estado de alerta.
Una Sección al mando del teniente Otero de Arce sale de Pagost Ushin en dirección a Maloye Utschno. Son las diez y media de la mañana y hay 52º grados negativos en el ambiente. La diminuta columna de exploración y rescate la forman ocho españoles seguidos de dos trineos y por detrás un Panzer alemán de 24 toneladas y dos Secciones alemanas de la 81.ª División.
Los esquiadores españoles han de contraatacar con lo que tienen la aldea de Maloye Utschno y socorrer a los compatriotas allí destacados. Los expedicionarios temen lo peor; dudan que alguien haya sobrevivido al ataque.
Los refuerzos alemanes se retrasan, como si no les venciera la prisa que empuja a los españoles que no esperan el reagrupamiento.
—¡Alto!
Unas sombras se mueven hacia los expedicionarios; parecen cuerpos tambaleándose.
—¡Alto! ¿Quién vive?
—¡Españoles! ¡Somos españoles!
Son cinco españoles y un letón; el número de supervivientes del ataque a la posición de Maloye Utschno.
Aprieta el frío. A unos trescientos metros hacia el Sur se distinguen las ruinas de Maloye Utschno. De allí brota el fuego de ametralladoras, antitanques y carros de combate contra la mínima fuerza española que sigue aproximándose cumpliendo la orden recibida.
—¡A tierra! ¡Cuerpo a tierra!
Un cazabombardero soviético se suma al ataque; una, dos pasadas ametrallando.
Desaparece el avión y entonces el teniente Otero de Arce manda reemprender la marcha. Pero vuelve el cazabombardero y por tercera vez los rocía de balas. Hasta que nuevamente se pierde, esta vez hacia el Este.
—¡Arriba, muchachos! ¡Adelante!
El silencio impera ahora en la llanada. El teniente estudia mentalmente al silencio enemigo y la posibilidad del asalto a la aldea con los efectivos que le restan. Pero cuando la unidad se encuentra a un centenar de metros aparece por la retaguardia un trineo conducido por un soldado español.
—Mi teniente, el capitán le ordena el regreso a la base. Dice que suspende la operación, ya que los tanques enemigos están dentro de Maloye Utschno.
A punto de regresar el guripa Manuel Herrero Granados advierte un ligero movimiento en la nieve, cerca. Es un herido; un sargento letón que todavía ha podido escapar del infierno matutino. Lo recogen y lo embarcan en el trineo. El rescate del malherido ha podido costar la congelación de los salvadores a quienes se les fricciona fuertemente con nieve, sobre la marcha, sin dejar de retroceder hacia Pagost Ushin, acompañados por las explosiones de los proyectiles antitanques que les envían de Maloye Utschno.
19 de enero, 13’30 horas. Capitán Ordás a general Muñoz Grandes: “A las siete de hoy el enemigo ha lanzado un ataque en masa sobre Maloye Utschno suprimiendo la guarnición de veinticinco españoles y diecinueve alemanes. El ataque fue apoyado por carros. La compañía se desplegó y logró rescatar a cinco españoles heridos y dos letones. La enorme concentración enemiga nos impidió reconquistar el puesto. La guarnición no capituló. Murieron con las armas en la mano. Observamos una gran masa enemiga concentrándose en Maloye Utschno y Bolshoye Utschno. Esperamos el ataque. Sabremos morir como españoles.”
19 de enero, 23’00 horas. General Muñoz Grandes a capitán Ordás: “Habláis como sólo los héroes lo harían. Así y sólo así se construye un imperio. Ánimo. Vuestra conducta es el orgullo de esta brava División. Pese a todo venceréis. Hay un Dios y Él os concederá la victoria porque sois los hijos más valientes de España. Un abrazo que no será el último.”
Los españoles se aprestan a fortificar algunos puntos estratégicos de Pagost Ushin.
El capitán Ordás comunicó telefónicamente con el capitán Lüer, cuya Comandancia continuaba situada en Borissovo, siete kilómetros al Suroeste de Pagost Ushin.
Dijo: “Me quedan solamente veinte hombres en situación de combatir. El resto de mi Compañía ha causado baja. Solicito el envío inmediato de refuerzos.
Pero los refuerzos no llegaron aquel día y sí los cazabombarderos soviéticos, dispuestos a aniquilar al grupo de supervivientes españoles.
—¡Cubrirse todo el mundo!
De noche volvieron a pasar y repasar la aldea de pescadores.
—¡Sanitarios!
Los sanitarios recogieron a seis guripas heridos.
—¡Los puestos de escucha deben ser reforzados!
¿Con qué tropa?, se preguntan oficiales y soldados.
Suponiendo que el enemigo intentaría el cerco, se ordena quemar los almiares para que evitar que dificulten la visión de los defensores. Ángel Santos Conejo y otro guripa se ofrecen para la misión que les aleja unos metros de la posición defensiva avanzada.
Poco después los soviéticos comenzaban a atacar con sus tanques; pero al cabo, desconociendo los españoles el motivo, queda abortado el ataque y se retiran a sus bases.
20 de enero, 14’30 horas. Capitán Ordás a general Muñoz Grandes: “Anoche nos bombardearon tres aviones rusos. Al atardecer, grandes masas enemigas avanzaron contra nuestras posiciones. Han salido varios voluntarios para incendiar los carros enemigos (con cócteles Molotov). El movimiento de penetración del ataque ha sido contenido y el enemigo se retira. Dios existe.”
16 horas: “El jefe de la 81.ª División nos felicita y concede condecoraciones.”
En el ocaso del día 20 de enero, el teniente Otero de Arce recibió instrucciones para intentar el enlace con los alemanes sitiados en Vsvad.
Dijo el capitán Ordás: “Los alemanes abandonarán Vsvad esta misma noche. Saldrán hacia el lago por el golfo de Tuleblisky, y siguiendo una línea horizontal procurarán acercarse a nosotros bordeando la costa. Puede usted disponer de los dos sargentos y los quince soldados que nos quedan. Le deseo mucha suerte, teniente.”
Los españoles avanzaron en orden de despliegue. Cuando observaran señales de bengalas en el interior del lago, que era la señal convenida con los alemanes en repliegue, debían proceder disparando las que portaban en una secuencia rápida de blancas-verdes-blancas. Pero no advirtieron bengala alguna y sí fuego de ametralladoras proveniente de la orilla derecha que les apuntaba.
A las dos de la madrugada del día 21 callaron las ametralladoras y el teniente ordenó retroceder. A las 3’30 entraban en Pagost Ushin, ateridos de frío y sin contacto con los alemanes de Vsvad que se supone hacía tres horas habían abandonado la posición y comenzado a cubrir los quince kilómetros de distancia en dirección Oeste hasta la Comandancia española.
A las 4’45 de la madrugada del 21 de enero, el teniente Otero de Arce, un sargento y cinco soldados, retomaron el camino del lago. A las 5’30 percibieron sonidos, voces, relinchos y crujir de pasos, y el teniente ordenó disparar las bengalas según la secuencia prevista. Al cabo, aunque pareció una eternidad, la secuencia de bengalas obtuvo respuesta; a su resplandor distinguieron los españoles las manchas difusas de una columna en marcha.
Oyen gritos en la oscuridad: “¡Kameraden! ¡Kameraden! ¡Kameraden! Y relinchos y chirriar de patines.
—¡Adelante, muchachos! —ordena el teniente a su tropa.
Las siluetas de los soldados alemanes se perfilan en la plateada oscuridad, se acercan, se agigantan. Se alzan brazos blandiendo fusiles, surgen gritos de júbilo y risas nerviosas. Los alemanes son muchos y vienen enfundados en gruesos capotes y blusones de camuflaje; detrás de la vanguardia se deslizan varios trineos.
El teniente Otero de Arce y el capitán Pröhl se estrechan la mano antes de abrazarse.
—Danke schön.
Los soldados alemanes abrazan a los españoles, que son pocos pero tremendamente animosos y que ahora los preceden, habiendo cumplido por fin la misión, camino de Pagost Ushin.
Cuando las fuerzas conjuntas hacen su entrada en Pagost Ushin una Escuadrilla de cazabombarderos soviéticos ataca la columna. Los aviones ametrallan y cañonean la calleja del poblado. Los soldados corren por entre las isbas, se arrojan al interior de las zanjas y de los hoyos, se parapetan detrás de los brocales de los pozos y se escurren bajo las techumbres de los corrales y los graneros que todavía no han sido pulverizados por las explosiones.
El capitán Ordás abraza al teniente Otero de Arce, al capitán Pröhl y al resto de oficiales alemanes.
El teniente Otero de Arce requirió de asistencia médica.
21 de enero, 09,45 horas. Capitán Ordás a Muñoz Grandes: “Un destacamento salió esta mañana de Maloye Utchno para Vsvad. La guarnición de Vsvad, que hizo una salida anoche, abrazó a nuestros hombres (sobre el lago helado) siete kilómetros al este de Uzhin. Vuestras órdenes han sido cumplidas por entero.”
Aquella mañana del 21 de enero se recibió en la Comandancia de Pagost Ushin un mensaje emitido por radio desde el Cuartel General de la División española en Grigorovo.
21-1-1942. 11’40 horas. General Muñoz Grandes a capitán Ordás: “Envíe por correo urgente relación nominal de los que salisteis, bajas habidas y los que quedan, y por radio relación numérica.”
Fueron repasados los estadillos de altas y bajas. Los sanitarios reconocieron a los heridos y congelados hospitalizados en Borissovo, dieron el alta a los menos graves y, a las cuatro de la tarde, el capitán Ordás transmitía la respuesta al Cuartel General de la División Azul: “Salimos 206 hombres. Quedamos 34.”
Siguieron dos días de descanso, limpieza de armamento y recuperación de las energías físicas; aunque el aderezo de las pasadas de la aviación, con el consiguiente rastro de bombas e incendio, era frecuente, ya familiar. Volvieron a oírse cantos españoles, como este que voceaba Tomás Archeli Fernández: “Dicen los rojos que tienen / que tienen mucho armamento / pero no tienen cojones / para luchar con los del Tercio.”
Atardecía el día 23 cuando los centinelas españoles apostados en Pagost Ushin vieron aproximarse por el camino vecinal de Borissovo a una columna de soldados. Eran alemanes de la 81.ª División de Infantería.
A las siete de la mañana del 24, sábado, dieciséis soldados españoles, con el teniente Otero de Arce al frente, se preparaban para una operación de despliegue para recuperar las posiciones perdidas en las jornadas precedentes, soportando una cruel ventisca que barre la tundra. Un Panzer IV abre la marcha, los españoles detrás y un contingente de un centenar de alemanes a la espalda flanqueándolos.
Al poco les recibe el fuego nutrido de las ametralladoras PD.
—¡A tierra! ¡Cuerpo a tierra!
El cañón del 7’5 del carro responde. Los heridos son evacuados a Pagost Ushin.
La vanguardia española logra alcanzar y penetrar en Maloye Utschno; la única calle está cubierta de escombros y cadáveres y salpicada de cráteres. Los soviéticos han huido.
En el difícil reconocimiento de cadáveres los españoles descubren a algunos de los suyos: el alférez Joaquín García Lario, Juan Muñoz Cassini, Julio Marino barrios, el sargento intérprete Schumacher. Van siendo identificados los dieciocho cadáveres que son agrupados a la izquierda de la entrada de la aldea, junto a la casa de baños donde se habían replegado para establecer el último núcleo de resistencia; una resistencia tan inútil como desesperada pero heroica.
El termómetro señala 58º bajo cero; han dejado de funcionar los cerrojos de los fusiles.
—¡Preparad las granas de mano!
Están a la vista de Bolshoye Utschno. El tanque en cabeza desciende dando tumbos la leve vaguada que se abre entre Maloye Utschno y Bolshoye Utschno.
—¡Adelante, muchachos, adelante!
El teniente Otero de Arce anima a sus hombres en el avance. El enemigo comienza a disparar parapetado en las isbas.
—¡A por ellos! ¡Arriba España!
Los españoles saltan sorteando escollos y trepan la ladera soltando con rabia sus granadas de mano. Tabalean las ametralladoras y los naranjeros de la defensa soviética. El estruendo es infernal. Estallan los proyectiles del 7’5 del carro del Panzer IV. La batalla apenas dura diez minutos; el enemigo se repliega hacia el Sur, camino de Shiloy Tschernez, la última de las aldeas que han de recuperar los españoles antes de que concluya la jornada.
—¡Duro con ellos!
Surtidores de nieve, hielo y fango. Estallidos, fogonazos, llamaradas. La ventisca arrecia, el cielo se cierne plomizo y el suelo se estremece bajo las explosiones.
—¡Alto!
Algunos soviéticos se rinden, agotados también por los días de lucha continua y el intensísimo frío.
Shiloy Tschernez cayó en manos de los españoles sin que el enemigo opusiera una tenaz resistencia.
—¡Alto el fuego!
Los esquiadores soviéticos se retiraban hacia la vecina aldea de Penikovo.
Transcurrida media hora de la entrada de los españoles en Shiloy Tschernez hicieron su aparición las vanguardias alemanas de la 81.ª División, que se suponía debían avanzar conjuntamente flanqueándolos. En definitiva, los que se habían batido el cobre eran los dieciséis españoles con la ayuda del Panzer IV.
—¡Atrás! ¡Regresamos a casa, muchachos!
El teniente había cumplido la misión reconquistando los tres pueblos perdidos siete días antes; esos mismos tres pueblos que ahora volvían a abandonar escalonadamente.
25-1-1942. 1’42 horas. General Muñoz Grandes a capitán Ordás: Dime cuántos valientes quedáis.”
18’45 horas. Respuesta del capitán Ordás: “Quedamos doce combatientes.”
El general Agustín Muñoz Grandes escribe: “Sobre las aguas heladas del Ilmen, y gracias a la bravura y espíritu de sacrificio con que lo atravesasteis para liberar a los héroes de Vsvad, ha rugido el león español. En nombre del Caudillo os concedo, a ti, capitán Ordás, la Medalla Militar individual, y a todos los valientes que te acompañaron, la Medalla Militar colectiva. Por la Patria agradecida os abraza, Muñoz Grandes.” Ordena que transmitan el mensaje inmediatamente.
Patrulla de reconocimiento de la División Azul.
Imagen de Fernando Vadillo y Ediciones García Hispán.
El 27 de enero, el jefe del 16.º Ejército Norte, capitán general Ernst Busch, enviaba una carta al general Muñoz Grandes. “En el día de su cumpleaños, le expreso mis mejores y más sinceras felicitaciones y le deseo obtenga nuevos triunfos al frente de su soberbia División en nuestra lucha común. Aprovecho la oportunidad para expresarle también mi especial reconocimiento hacia los bravos componentes de su División que, para liberar la posición de Vsvad, avanzaron sobre el lago Ilmen y luego, unidos con fiel espíritu de camaradería con las tropas de la 81.ª División realizaron, tanto en la defensiva como en el ataque, gestas tan excepcionales. Esta empresa, de auténtica hermandad, encuentra en todo el Ejército las mayores alabanzas y justifica sienta usted y toda su División la máxima de las satisfacciones. Deseándole a usted, mi general, y a su brava División mucha suerte y nuevas victorias, quedo de usted muy respetuosamente, Busch.”
El diez de febrero se recibía en el Cuartel General de la División Azul un mensaje firmado cinco días antes por el general Schopper, jefe de la 81.ª División de Infantería alemana. “En el momento en que cesan de estar a mis órdenes los valientes soldados de su Compañía de Esquiadores, es para mí un deber ineludible expresarle a usted mi agradecimiento y mi admiración por el arrojo temerario y heroico de sus soldados. Ha sido para mí un honor tener bajo mi mando a estas excelentes tropas, y motivo de especial satisfacción que, con la concesión de treinta y dos Cruces de Hierro a la Compañía, haya cristalizado en forma palpable el reconocimiento de los mandos superiores.”
Sólo una docena de españoles podía enorgullecerse en vida de aquella gesta y de sus bien ganadas condecoraciones, de las alabanzas, el prestigio, el respeto de los aliados y, andando el tiempo, también de sus adversarios. Sólo una docena de los doscientos seis que iniciaron la misión podían levantarse para recibir la recompensa a su heroísmo.