Elogio al soldado por el cronista de guerra Víctor Ruiz Albéniz, conocido por el sobrenombre de El Tebib Arrumi
El buen soldado va siempre donde le dicen que tiene que ir y se queda siempre donde se le manda quedar, ocurra lo que ocurra, pase lo que pase.
¡Soldados que van donde tienen que ir y no se mueven, pase lo que pase, de donde se les ordena quedarse!
¿Cabe elogio mejor de un Ejército?
Mucho es ya el ir adelante, el no vacilar por arriesgado que sea el avance, el no encontrar obstáculos ni en la resistencia enemiga, ni en la del terreno o del tiempo, cuando ni es tanto, que en eso está precisamente la victoria, en ir donde se tiene que ir. Pero es aún más, mucho más meritorio, eficaz, seguro y prometedor de triunfos, el que esos soldados sepan quedarse pase lo que pase donde se les pone y ordena conservar. Esa es la seguridad más deseable en una guerra. El ir para adelante es vencer. El no ir para atrás, el quedarse pase lo que pase, es la seguridad de no poder ser vencido.
Yo sé que la guerra es audacia, decisión, acometividad. Pero de una audacia. De un ímpetu, es capaz todo el mundo y cualquier unidad marcial por pacata y enclenque de espíritu que sea. De lo que sólo son capaces los verdaderos héroes es de aguantar, de resistir, de no moverse, de fijar la planta del pie, como si tuviesen raíces, en el palmo de terreno que se pisa para no levantarla hasta caer muerto o seguir adelante. Cuando hay soldados que saben hacer eso no hay derrota posible para ellos. Yo he visto muchas veces en los sectores de combates que mis ojos han presenciado, cómo se han conquistado fulgurantemente posiciones, trincheras, ciudades, que luego, al cabo de pocas horas, ante un contraataque adverso, se han abandonado tan de prisa como habían sido tomadas. Lo que no se ha visto nunca es que a soldados que saben resistir, quedarse, les fallase el éxito final, decisivo, porque esto, en la guerra como en la paz, acompaña a la persistencia en el esfuerzo, a la tenacidad, más que al ímpetu esporádico, ocasional. Para lanzarse a un golpe de mano heroico basta una palabra, una ilusión, que enardezca durante unos minutos a los soldados. Para que estos aguanten horas, días, meses, hace falta algo más y mejor que el enardecimiento ocasional y pasajero, hace falta que el corazón tenga temple inconmovible y reciedumbre perenne, capaz de dictar no abnegaciones pasajeras sino inmutables y constantes.
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Víctor Ruiz Albéniz nació en 1885. Médico y periodista, fue durante las campañas militares en Marruecos donde el ejercicio de la medicina le acercó a la vida castrense, pudiendo apreciarla en toda su magnitud. También en el Protectorado español dio inicio su actividad periodística, pronto convertido en un afamado corresponsal de guerra, cuyas crónicas ofrecían al lector el paisaje de los sucesos de la mano de una literatura esmerada.
Víctor Ruiz Albéniz
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Muchos desempeños jalonan la trayectoria profesional de Víctor Ruiz Albéniz, buen aficionado a la música ya desde la cuna, pues era sobrino por su familia materna del gran compositor y por supuesto músico Isaac Albéniz Pascual; entre ellos el de presidente de la reorganizada Asociación de Prensa, director de la Hoja del lunes de Madrid, Cronista Oficial de la Villa de Madrid y presidente de la Fundación del Montepío de Toreros.
Su producción literaria y periodística comprende, aproximadamente, desde 1910 a 1950, cincuenta mil artículos y crónicas y treinta y tres libros, novelas y estudios históricos. Falleció en 1954.