La española Isabel Rodríguez, cuyo nacimiento se sitúa entre finales del siglo XV y principios del XVI, fue pionera de la medicina en campañas bélicas y en el ejercicio de la medicina en el mundo.
En calidad de enfermera jefe de su por ella creado Cuerpo de Enfermeras y conquistadora al nivel de sus compañeros, formó parte de la expedición de Hernán Cortés que exploró y conquistó México.
Fueron las españolas llegadas al Nuevo Mundo con las expediciones de Hernán Cortés y Pánfilo de Narváez, quienes protagonizaron allí la actividad de enfermería, siendo pioneras en el mundo y, en consecuencia, ejemplo para los conquistadores europeos en territorios de Norteamérica. Isabel Rodríguez, una de ellas, brilla con luz propia.
Casada con Miguel Rodríguez de Guadalupe, en 1520 aparece viviendo en la isla de La Española al servicio su marido del virrey Diego Colón. El matrimonio pasó a Cuba y posteriormente ambos figuran en la expedición de Hernán Cortés por el ignoto territorio del actual México. Isabel participó en los episodios de la trágica Noche triste y en la victoriosa batalla de Otumba, ocasiones que le impulsaron a crear un cuerpo de enfermeras que anduviera siempre junto a los combatientes y expedicionarios. Ella misma seleccionó a sus enfermeras, tanto de origen español —citamos a Beatriz de Palacios, Juana Mansilla y Beatriz González— como nativas; todas valerosas y sacrificadas, fuente de admiración para los cronistas Bernal Díaz del Castillo y Francisco Cervantes de Salazar, entre los principales redactores de la memoria del descubrimiento y conquista de América. Y no sólo actuaron diestramente en su cometido, sino que también ofrecieron muestras de arrojo militar y entusiasmo descubridor, puesto que tenían licencia para llevar armas y cumplir con las funciones inherentes a la milicia en descubierta y combate. Así queda registrado durante el Sitio de Tenochtitlán el año 1521.
Isabel Rodríguez, la primera enfermera en su puesto, aprendió a curar sobre la marcha, arriesgando la vida igual que los heridos, confortando a los moribundos con devota entrega y ayudando desde su derrochada voluntad a los convalecientes a superar el trance de peligro; al punto de ser considerada milagrosa su intervención.
Finalizada la campaña mexicana, la Corona premió a Isabel con el título de médico honorario, nunca antes otorgado a una mujer al ser la medicina una profesión exclusiva de varones. Con este nombramiento, que además la elevaba a la categoría de pionera en el mundo conocido, quedaba autorizada para ejercer la medicina en el flamante e inmenso territorio de Nueva España. Cosa que hizo reconocidamente hasta su muerte.