El Imperio en Sudamérica: Prosecución de la conquista de Chile
El asalto a Santiago del Nuevo Extremo
11 de septiembre de 1541 en Santiago del Nuevo Extremo
Nacida en Plasencia, provincia de Cáceres, en 1507, a Inés Suárez le reservaba el destino una vida de azares y conquista. De familia humilde, con habilidad costurera, Inés casó muy joven con Juan de Málaga, tan pobre como ella, que para ganar fortuna embarcó hacia América con su paisano Francisco Pizarro.
Diez años de espera ayuna de noticias soportó Inés la ausencia de su marido; tiempo suficiente para obtener una licencia real que la transportó al Nuevo Mundo en busca de su marido. Lo encontró, asunto nada fácil, pero muerto y enterrado, cosa previsible; había fallecido en Perú luchando como soldado de Francisco Pizarro.
Inés Suárez mantuvo en la vastedad del territorio sudamericano su condición desesperada, sola y sin dinero, aunque, para su ventaja, al ser viuda de soldado, le supuso a su maltrecha persona una encomienda de indios y tierras cultivables concedida por las autoridades de Cuzco. Tal fue el beneficio de la ayuda oficial que conoció a otro paisano extremeño, vecino de posesiones, llamado Pedro de Valdivia, antiguo maestre de campo de Pizarro, nada menos, que pese a estar casado en España abrió su amor a Inés; y así, con reticencias sociales, la vida de Inés cobró un impulso mayúsculo, como se verá a continuación.
Inés Suárez
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Pedro de Valdivia había nacido en Villanueva de la Serena, provincia de Badajoz, en 1497, y en cuanto pudo se trasladó a América, estableciéndose en el Virreinato del Perú. Prosiguió la conquista de Chile iniciada por Diego de Almagro, quien obtuvo permiso del emperador Carlos I de España para ello, tras su unión con Francisco Pizarro y el clérigo Hernando de Luque para la conquista del Imperio inca.
Pedro de Valdivia
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La oportunidad de encabezar una expedición a la indómita región de Chile, una ocasión orlada de peligro y amenazada de fracaso, dados los antecedentes, llamó a Pedro de Valdivia, y tras la puerta asomaba Inés. Los dos partieron de Cuzco en 1540.
La expedición, en sus términos contractuales, era compartida por Pedro de Valdivia, siguiendo la ruta terrestre, y por Sancho de la Hoz, vía marítima cuatro meses después.
Que Inés se integrara en la expedición no gustó a Pizarro, pero el delicado tema de la amante se solventó cambiando su estatus por el de criada. El número de españoles fue en aumento a medida que viajaba el grupo hacia el lugar mandado, alcanzando la cifra de ciento cincuenta. Pasaron por Arequipa y costeando llegaron a Moquegua, Tacna y Tarapacá; luego llegó el turno de recorrer el terrorífico desierto de Atacama hasta el fértil valle de Copiacó; y por último, en esta fase del viaje, hollaron Coquimbo, donde abundaba el cobre y el oro, y el valle del Mapocho.
El papel de Inés, ya entonces, resultó notable. Activa siempre, perspicaz, valiente y osada, dirige descubiertas a por agua e informaciones de toda utilidad, además de ejercer en el oficio de enfermera, algo tan escaso como de extraordinario servicio para los expedicionarios.
Menudearon los combates y los accidentes, debido a la orografía y el clima, desánimos también hubo, y diversas incidencias propias de una aventura semejante. Pero ya en 1541, cumplido un año de la partida, en el citado valle del Mapocho, y tras la batalla del río Mapocho contra los araucanos-mapuches, Pedro de Valdivia e Inés Suárez fundaron la ciudad de Santiago del Nuevo Extremo (Santiago de Chile en la actualidad) e introdujeron los cultivos y la ganadería, lo que era un éxito rotundo. Para establecer una comunicación fluida con Perú, Valdivia fundo en 1545 La Serena, asentamiento situado al norte de Chile, fronterizo con Perú; y posteriormente ordenó explorar el río Bío-Bío.
En Chile, concretamente en Santiago, pudo haberse quedado él, jefe proclamado, asentando y protegiendo; sin embargo, regresó a Perú para sumar su fuerza a la de Pedro de la Gasta (o Pedro Lagasca) en su lucha con Gonzalo Pizarro; finalizada con victoria la batalla de Jaquijahuana, en 1548, para Pedro de la Gasca y Pedro de Valdivia. Por los méritos contraídos, Pedro de Valdivia recibió los nombramientos de gobernador y capitán general de Chile. Regresó entonces a Santiago del Nuevo Extremo. Pero enseguida su afán descubridor le tironeó hacia el sur, por lo que dejó a Inés, la persona de su absoluta confianza, en Santiago con una guarnición de cincuenta efectivos, a la vez retén de vigilancia sobre los siete caciques autóctonos que conservaban presos.
Quién iba a imaginar que en breve, tras la marcha de Valdivia, un ejército de ocho mil nativos se presentaría con la intención de rescatar a sus caciques y adueñarse de la recién fundada población. Probablemente nadie de los súbitamente sitiados ni de los alejados a por gloria hacia el sur.
La crónica de la batalla acaecida el 11 de septiembre de 1541, relatada por Pedro Mariño de Lobera, testigo de los hechos, y en extracto publicada por el historiador José Javier Esparza, destaca lo terrible de la misma y el papel de Inés Suárez, alias la conquistadora de Chile. El fragmento nos sitúa al romper el alba, en plena vorágine de sangre, comenzando a dar voces en demanda de auxilio y para orientar a los suyos los siete caciques presos.
“Oyó estas voces doña Inés Suárez y tomando una espada en las manos se fue determinadamente para ellos, y dijo a los dos hombres que los guardaban, llamados Francisco Rubio y Hernando de la Torre, que matasen a los caciques antes que fuesen socorridos de los suyos. Y diciéndole Hernando de la Torre, más cortado de terror que con bríos para cortar cabezas: ‘Señora, ¿de qué manera los tengo yo de matar?’, respondió ella: ‘Desta manera’. Y desenvainando la espada los mató a todos con tan varonil ánimo como si fuera un Roldán o un Cid.Habiendo, pues, esta señora quitado las vidas a los caciques, dijo a los dos soldados que los guardaban que, pues no habían sido ellos para otro tanto, hiciesen siquiera otra cosa, que era sacar los cuerpos muertos a la plaza para que, viéndolos así, los demás indios cobrasen temor de los españoles. Eso se puso luego en ejecución, saliendo los dos soldados a pelear en la batalla, la cual duró gran parte del día, corriendo siempre sangre por las heridas que se recibían de ambos bandos. Y fue cosa de grande maravilla el ver que tan pocos españoles pudiesen resistir tanto tiempo a tan excesivo número de bárbaros.Viendo doña Inés Suárez que el negocio iba de rota batida y se iba declarando la victoria por los indios, echó sobre sus hombros una cota de malla y desta manera salió a la plaza y se puso delante de todos los soldados, animándolos con palabras de tanta ponderación, que eran más de un valeroso capitán hecho a las armas que de una mujer ejercitada en su almohadilla.”
Inés Suárez
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Resuelta la batalla a favor de los españoles, Inés Suárez alcanzó un prestigio inusitado; y con esa valoración que llegó a los oídos principales concluyó la historia de amor con Pedro de Valdivia, obligado a renunciar a su amor.
Antes del triste desenlace, Pedro de Valdivia, tuvo que reconstruir La Serena, atacada y destruida por los araucanos-mapuches; y añadió a sus fundaciones las de Concepción en 1550 y Valdivia en 1552.
Inés, echa a los avatares, contrajo matrimonio en el Nuevo Mundo con el célebre capitán Rodrigo de Quiroga, futuro gobernador de Chile, manteniendo una relación estable y duradera que terminó en 1580, año de sendas defunciones.
Por su parte, Pedro de Valdivia, conoció otra muerte, previa y bestial, a manos y torturas de los mapuches-araucanos, en la zona central de Chile, dirigidos por los caudillos Lautaro, antiguo paje de Valdivia, y Caupolicán, en la batalla de Tucapel el año 1533.