Heroicas cuando lo requería la ocasión
Las primeras mujeres embarcadas rumbo al Nuevo Mundo fueron las treinta jóvenes que acompañaron a Cristóbal Colón en su tercer viaje.
La mayor parte de los virreyes y altos cargos viajaron con sus esposas y hermanas, creando una clase social elegante y sofisticada al estilo de las principales cortes europeas.
La emigración femenina en la primera mitad del siglo XV, la etapa pionera de los descubrimientos y las conquistas, osciló entre el cinco y el diecisiete por ciento; en la segunda mitad alcanzó el veintiocho por ciento. A finales del siglo XVI habían desembarcado en América aproximadamente veinte mil mujeres, un porcentaje elevado acompañando a sus maridos y familiares.
Las primeras pobladoras compartieron con los hombres los peligros, las enfermedades desconocidas, los ataques de los indígenas, la severidad del clima, el variopinto y extremo mosaico natural y las guerras.
Las dificultades que se vivían en América posibilitaron, según consta documentalmente en los correspondientes registros, que las mujeres compraran, vendieran y alquilaran propiedades, preparan el matrimonio de sus hijos y manejaran las finanzas domésticas. También muchas de ellas invirtieron en negocios mercantiles y algunas constituyeron sus propias compañías.
La participación política de la mujer tuvo lugar desde el principio, aunque en segundo plano generalmente. La excepción la ocasionaba la muerte del padre o marido o la ausencia de ambos; entonces ellas desempeñaron los cargos y las misiones encomendadas a los hombres.
Las primeras fundaciones en el Nuevo Mundo comenzaron hacia 1550, a raíz de la muerte y posterior canonización de Teresa de Ávila. Las encargadas de la puesta en marcha de estos centros fueron mujeres nobles, en su mayoría viudas y solteras, que ofrecían su propio patrimonio para la creación de estos conventos.
Inés de Atienza y Ana de Rojas, muertas cuando acompañando a sus maridos iban agua arriba del Marañón, combatiendo a los indios y a los revueltos en armas contra Pedro de Ursúa y su malhadada expedición por la amazonia, ambas lucharon espada en mano.
Mari-López, quien armada de espada y rodela murió peleando en la llanura de Jujuy entre los expedicionarios del maestre de campo Nicolás de Heredia (posteriormente gobernador y capitán general del virreinato de Nueva Granada), en misión conquistadora de Perú y del Tucumán.
María de Nido, personalidad intrépida por naturaleza, muerta cuando arengaba a los defensores de La Concepción, ciudad atacada por los araucanos; sus últimas palabras fueron: “Si los hombres no sois bastante hombres para defender la plaza, idos; las mujeres la defenderemos”.
Lorenza de Zárate, anciana valiente que en el asalto a Panamá por los piratas del inglés Drake se hizo llevar en una silla a los lugares de más peligro para animar a los soldados, recibiendo una herida que le provocó la muerte después de la victoria.
Catalina de Montejo, quien al morir su padre, Francisco de Montejo, el Adelantado de Yucatán, le sucedió en el cargo y dirigió la defensa contra los ingleses a los que derrotó completamente.
Beatriz de la Cueva, esposa del capitán Pedro de Alvarado, Gobernador de Guatemala y capitán de Hernán Cortés, que en ausencia de su marido ejercía como Gobernadora de Guatemala, y una vez muerto éste se convirtió en gobernadora el año 1541.
María de Toledo (María Toledo): mujer de Diego Colón, hijo del almirante Cristóbal Colón, y por ende virreina consorte de las Indias. A la muerte de Diego, ella asumió el cargo de Gobernadora de las Indias y solicitó permiso para ponerse al frente de una armada y pasar a colonizar tierra firme; licencia que nunca le fue concedida.
Leonor de Tejeda Mejía de Mirabal, religiosa que fundó el primer convento de mujeres de la entonces Gobernación del Tucumán y del territorio de la actual Argentina. Fue también una pionera de la educación de niñas en la Argentina. Cedió todos sus bienes a una congregación dedicada a santa Clara.
María de Estrada, mujer soldado que participó en la Conquista de México junto a Hernán Cortés en agosto de 1521, con el apelativo de la valiente pues combatía mejor que cualquier varón. Era hermana del conquistador Francisco de Estrada, establecido en América desde 1509. Ella desembarco en la isla de Cuba y fue capturada por los indios taínos durante los combates que tuvieron lugar en Matanzas. Una vez liberada pasó al virreinato de Nueva España en abril de 1520, a bordo de la flota capitaneada por Pánfilo de Narváez, para encontrarse con su marido Pedro Sánchez Farfán. Mientras se preparaba la ofensiva final para la toma de Tenochtitlán, ante la intención de que las mujeres permaneciesen en la ciudad aliada de Tlaxcala, transmitió a Hernán Cortés: “No es bien, señor capitán, que mujeres españolas dexen a sus maridos yendo a la guerra; donde ellos murieren moriremos nosotras, y es razón que los indios entiendan que son tan valientes los españoles que hasta sus mujeres saben pelear, y queremos, pues para la cura de nuestros maridos y de los demás somos necesarias, tener parte en tan buenos trabajos, para ganar algún renombre como los demás soldados”. El capitán Bernal Díaz del Castillo, cronista, la cita por su nombre en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España en 1632, cuando hace el balance de los supervivientes de la Noche Triste, jornada que condujo a cinco mujeres de Castilla a la piedra sacrificial del Templo Mayor, quedando sólo María como mujer española en aquella tierra. El cronista Diego Muñoz Camargo, en su Historia de Tlaxcala, escribe: “En esta tan temeraria llamada la noche triste, se mostró valerosamente una señora llamada María de Estrada, haciendo maravillosos y hazañeros hechos con una espada y una rodela en las manos, peleando valerosamente con tanta furia y ánimo, que excedía al esfuerzo de cualquier varón, por esforzado y animoso que fuera, que a los propios nuestros ponía espanto”.
Beatriz Bermúdez de Velasco, esposa del conquistador Francisco de Olmos, que atajó a fuerza de carácter la huida de numerosos soldados que en 1521 después de un ataque indígena en México. Ella los recriminó en estos términos: “¡Vergüenza, vergüenza, españoles, empacho, empacho! ¿Qué es esto que vengáis huyendo de una gente tan vil, a quien tantas veces habéis vencido? Volved, volved a ayudar y socorrer a vuestros compañeros que quedan peleando, haciendo lo que deben; y si no, por Dios os prometo de no dexar pasar a hombre de vosotros que no le mate; que los que de tan ruin gente vienen huyendo, merescen que mueran a manos de una flaca mujer como yo”. La arenga surtió efecto y los que huían dieron media vuelta y se enfrentaron al enemigo logrando vencer.
Isabel de Bobadilla, primera Gobernadora de Cuba el año 1542. Noble española, hija de Pedro Arias Dávila (Pedrarias) e Isabel de Bobadilla y Peñalosa y esposa de Hernando de Soto, Gobernador de Cuba. Cuando su esposo viajó a Florida para afianzar su conquista, dejó a Isabel como Gobernadora y Capitán general de Cuba entre 1539 y 1544.