Culteranismo
Luis de Góngora y Argote, nacido en 1561, es junto a Lope de Vega y Quevedo el máximo poeta español del Siglo de Oro.
A los quince años fue enviado por sus padres a la universidad de Salamanca, donde se matriculó en Cánones; en este templo académico permaneció hasta 1580. Para pagarse los estudios, y aquellas otras actividades que apetecía de ejercer, su tío Francisco de Góngora, racionero de la catedral de Córdoba, le cedió sus beneficios eclesiásticos en diversos pueblos, para lo que tuvo que tomar las órdenes menores. Pronto cundió la fama literaria de Luis de Góngora, y en ese mismo tiempo, su tío renunciaba al cargo de racionero en favor de él, con lo que recibió las órdenes mayores.
Pero el celo en la vida eclesiástica no fue una característica de Góngora, más inclinado a relacionarse con cómicos y gente de vida ligera; también se le conocieron amoríos y fue famosa su afición al juego y a las corridas de toros.
Entre 1589 y 1603, en comisión de servicios mandados por el cabildo catedralicio cordobés, viajo por diversas ciudades de España. De este periodo surge la enemistad con Francisco de Quevedo, que sería ejemplo de la pugna generalizada entre culteranismo y conceptismo, a pesar de que los motivos de la inquina giraban más alrededor de la antipatía personal que de cualquier tipo de desavenencia respecto a los problemas estéticos.
En 1617, merced al apoyo del primer ministro, duque de Lerma, es nombrado capellán del rey Felipe III, y, en consecuencia, ordenado sacerdote.
En 1626 comenzó a agravarse una esclerosis vascular que le provocaba desvanecimientos y pérdidas de memoria; causa, a la postre, de su fallecimiento en 1627.
Con un perfecto dominio de la tradición clásica y un conocimiento sesudo de sus antecesores renacentistas, Góngora dotó a la lengua castellana de una potencialidad expresiva inigualada hasta entonces. Fue el primer poeta español, y pionero entre los de los tiempos modernos, que fijó su interés en desvelar la materia con que se forja la poesía. Con él, la tarea del poeta deja de ser la expresión de los antiguos temas del mundo clásico en formas codificadas con mayor o menor rigidez para convertirse en un trabajo, a menudo ciclópeo, con una materia resistente que encierra riquezas insospechadas para el hablante común.
La complejidad que introduce Góngora es el inicio de la reflexión moderna acerca de la poesía. No obstante, habrán de pasar tres siglos para que volviera a considerarse la poesía de modo semejante al tratado por Góngora, y a libro, que la contiene, como a un objeto de carácter mágico que se justifica en sí y que resulta tan o más real que el universo de las cosas naturales.
Por lo que lejos de asombrar, resulta comprensible que otro genio literario como Quevedo, apegado a la intención y hombre que tomaba muy en serio la ética, la teología y la metafísica, reaccionaria con esa virulencia ante la poesía de Góngora. En el terreno de la estética literaria, el enfrentamiento entre los dos poetas se manifiesta como la confrontación de una época brillante que acaba y el vislumbre del brillo de otra que comienza.
En la obra de Luis de Góngora se observan dos vertientes: por una parte, los romances y letrillas de raigambre popular, como Servía en Orán al rey o Ande yo caliente; por otras, las composiciones de carácter culto, principalmente La fábula de Polifemo y Galatea y las Soledades. Son dos Góngora: el príncipe de la luz, siempre ensalzado de inspiración popular, y el príncipe de las tinieblas, culterano y oscuro.
Según Dámaso Alonso, su estilo poético es la síntesis y la condensación intensificada de la lírica del Renacimiento; es decir, la síntesis española de la tradición poética grecolatina.
Según esta interpretación, la poesía de Góngora sería la expresión más genuina de una de las dos corrientes fundamentales del barroco español, el culteranismo, estilo caracterizado por el uso abundante de imágenes y metáforas, términos cultos y neologismos, complicadas figuras retóricas, alusiones mitológicas, y por la inclinación hacia una sintaxis difícil, inspirada en las del latín y el griego.
Luis de Góngora creó escuela literaria: el gongorismo, también conocida como culteranismo. Contrapuesta al conceptismo de poetas como Francisco de Quevedo, el gongorismo o culteranismo representa una de las tendencias de la cultura literaria barroca, la más sofisticada de ellas, y, en ocasiones, oscura, caracterizada por el uso de metáforas insólitas, de referencias antológicas, de figuras retóricas rebuscadas y por el rescate de voces latinas consideradas en desuso. El de Góngora es un estilo poético próximo a un sistema de puros valores verbales y alejado de cualquier escrúpulo de moderación o de verosimilitud.
Luis de Góngora y Argote
Características de la poesía de Góngora
La obra gongorina puede definirse como la cima del arte de la dificultad. Poesía preciosista y compleja escrita por un dominador de la palabra y de los registros poéticos.
Sus primeras producciones recogen las formas tradicionales de la letrilla: “La más bella niña / de nuestro lugar”, “Caído se le ha un clavel”; canción; oda; romance: “Amarrado al duro banco”, “Entre los sueltos caballos”; décimas. Aun así, ya ofrecen peculiaridades culteranas como la tendencia al rebuscamiento conceptual, frecuentes aliteraciones, rimas internas y veladas alusiones al mundo clásico o al caballeresco. Su letrilla más famosa es Ándeme yo caliente y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
del mundo y sus monarquías,
mientras gobiernan mis días
mantequillas y pan tierno;
y las mañanas de invierno
naranjada y aguardiente,
y ríase la gente.
Coma en dorada vajilla
el Príncipe mil cuidados
como píldoras dorados,
que yo en mi pobre mesilla
quiero más una morcilla
que en el asador reviente,
y ríase la gente.
Cuando cubra las montañas
de blanca nieve el enero,
tenga yo lleno el brasero
de bellotas y castañas,
y quien las dulces patrañas
del Rey que rabió me cuente,
y ríase la gente.
Busque muy en buena hora
el mercader nuevos soles;
yo conchas y caracoles
entre la menuda arena,
escuchando a Filomena
sobre el chopo de la fuente,
y ríase la gente.
Pase a media noche el mar
y arda en amorosa llama
Leandro por ver su dama;
que yo más quiero pasar
del golfo de mi lagar
la blanca o roja corriente,
y ríase la gente.
Pues Amor es tan cruel
que de Píramo y su amada
hace tálamo una espada,
do se junten ella y él,
sea mi Tisbe un pastel
y la espada sea mi diente,
y ríase la gente.
Los sonetos consiguen versos impresionantes: “En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada”; hipérboles magníficas: “Con diferencia tal, con gracia tanta / aquel ruiseñor llora, que sospecho / que tiene otros cien mil dentro del pecho / que alternan su dolor por su garganta”; estructuras correlativas: “Ni este monte, este aire, ni este río”, “No destrozada nave en roca dura”; aliteraciones evocadoras: “Prisión del nácar era articulado; construcciones elípticas enlazadas a alusiones mitológicas: “Del color noble que a la piel vellosa”, “Herido el blanco pie del hierro breve”; intensos cromatismos: “Púrpura ilustró menos indiano / marfil; invidiosa, sobre nieve / claveles deshojó la Aurora en vano”; sonetos, al cabo, amorosos, funerarios, laudatorios, patrióticos, religiosos o burlescos, también para desmitificar como en Fábula de Píramo y Tisbe; y de acerada sátira contra Quevedo y Lope de Vega, por citar a los poetas de mayor relieve, ejercicio recíproco habitual de la época.
Las epístolas morales glosan menosprecios, alabanzas y desengaños: “Mal haya el que en señores idolatra”, “Gastar dinero, de hoy más, plumas con ojos / y mirar lo que escribo. El desengaño / preste clavo y pared a mis despojos”.
Dos son sus obras mayores, las que han hecho indeleble la fama de Góngora: Fábula de Polifemo y Galatea y Soledades, ambas escritas entre 1612 y 1613.
Fábula de Polifemo y Galatea es un alarde de dominio de la lengua poética embellecido por el más complejo ornato: “Estas que me dictó rimas sonoras / culta sí, aunque bucólica Talía”, “Purpúreas rosas sobre Galatea / la alba entre lilios cándidos deshoja: / duda el amor cuál más su color sea, / o púrpura nevada, o nieve roja”; con descripciones sensuales, con metáforas novedosas, sin que nunca el ingenio de la creación merme la suave armonía del ritmo del endecasílabo: “Su boca dio, y sus ojos cuanto pudo, / al sonoro cristal, al cristal mudo”, “La ninfa, pues, la sonorosa plata / bullir sintió del arroyuelo apenas, / cuando, a los vedes márgenes ingrata, / segur se hizo de sus azucenas”, “Corriente plata al fin sus blancos huesos, / lamiendo flores y argentando arenas, / a Doris llega…” Lo que eleva esta obra por encima de todos sus modelos es la exacerbada musicalidad y la extrema osadía de las metáforas, consiguiendo que los sentimientos primarios aparezcan sublimados en una constelación de imágenes puras con vida propia.
En Soledades, su obra maestra, Góngora va un paso más allá. Poema inconcluso, concebido en cuatro partes: Soledad de los campos, Soledad de las riberas, Soledad de las selvas y Soledad del yermo; que sólo vio luz en las dos primeras y no por completo en la segunda. El tema es la progresiva conquista de la vida interior tras las desilusiones mundanas, en un ambiente pastoril en el que descuella que la personalidad sensual e impulsiva del autor.
Sinopsis de Soledades
Poema inacabado dividido en dos partes, cada una de las cuales puede, a su vez, dividirse en varios días.
Soledad primera
Primer día (versos 1 a 175): Naufragio. El náufrago llega a una playa desconocida y en tinieblas, pero siguiendo una luz llega a un albergue donde es hospedado. Discurso pastoril. Descanso. Segundo día (versos 176 a 700): El hospedado sale del albergue. Meditación sobre un río y sus ruinas, símbolos del curso del tiempo. Se une a una procesión de serranos que acuden a unas bodas. Un serrano relata su participación en la Conquista. Llegan a una aldea, hay fuegos de artificio y fiesta nocturna. Tercer día (versos 701 a 1091): Las bodas. El peregrino entra en la aldea. Presentación de los novios y banquete nupcial. Juegos entre los serranos y campesinos al atardecer. Puesta de sol y “batallas de amor” entre los novios.
Soledad segunda
Cuarto día (versos 1 a 676). La isla. En la madrugada después de las bodas llega a una ribera donde embarca con dos pescadores. Faenas de los pescadores Soliloquio del héroe. Recorrido de la isla del viejo Nereo. Cena y narración de las proezas piscatorias de dos hijas del anciano. Quejas de amor de los pescadores Micón y Lícidas; intervención del peregrino. Himno al amor. Último día (versos 677-979): La cetrería. El peregrino deja la isla en una barquilla con el alba. Un magnífico castillo sobre el mar, una tropa de halconeros y sus pájaros comandados por un príncipe. “Batalla de pluma” entre los halcones. Retirada.