La ruta marítima entre Perú y Chile y el descubrimiento de Nueva Zelanda
Las navegaciones a Occidente de Juan Fernández
Primavera de 1576 en Nueva Zelanda
Del navegante Juan Fernández de Sotomayor se conoce mejor sus viajes y descubrimientos que el lugar donde vio la primera luz. Pudo haber nacido en Cartagena, quizá en 1528 ó en 1529; o en Ferrara, provincia de Asturias; o en alguna localidad costera gaditana.
De cierto se sabe que cumplidos los veintidós años se instaló en Chile dedicando su vida al mar. En 1560 figura con el cargo de contramaestre de un barco en Perú; acompañando en 1562 a Francisco Villagrá en su expedición a la isla de Chiloé; al contrario de lo que le sucediera en 1567, viendo la partida en el puerto de El Callao de la expedición de Álvaro de Mendaña; y en 1570, en Valparaíso, embarcaba como maestre y piloto del navío San Juan Vizcaíno. Es el veterano marino con propia flota, Juan Jufré de Loayza Montesa, vallisoletano de Medina de Rioseco, que había participado en la primera expedición de Pedro de Valdivia y que fue alcalde de Santiago y gobernador de la provincia de Cuyo, quien lo contrata para recorrer la costa occidental suramericana.
Fue en esta época cuando Juan Fernández abrió una ruta marítima entre el puerto de El Callao y el de Valparaíso que redujo en treinta días la seguida con anterioridad por los navegantes de la zona.
Las travesías de Sur a Norte y de Norte a Sur
De Chile a Perú la travesía náutica es rápida, favorecida por la corriente de Perú (posteriormente llamada de Humboldt); pero en el trayecto a la inversa, de norte a sur, la corriente es un impedimento, al extremo de que para cubrir la distancia de 2.400 kilómetros que separa El Callao, en Perú, de Valparaíso, en Chile, se tardaba seis meses.
Juan Fernández recibe información de Hernando Lamero Gallego, piloto de prestigio, de que navegando hacia poniente, lejos de la costa, los barcos se liberan del freno de la poderosa corriente peruana. Lamero era nada menos que el encargado del transporte del tesoro que los virreyes del Perú enviaban anualmente a Panamá, por lo que conocía el régimen de vientos y mareas de aquellas aguas del Pacífico.
El 26 de octubre de 1574, atendiendo a las indicaciones de Lamero, Juan Fernández navega, como maestre del navío Nuestra Señora de los Remedios, por la ruta que condujo a Juan Sebastián de Elcano y Fernando de Magallanes hasta las islas Filipinas; aventurándose al riesgo de ser empujado mar adentro hacia un ignoto destino occidental por las corrientes de aquellas aguas inexploradas. Pero la fortuna acompaña a los audaces, y las corrientes que surgieron a las velas de Juan Fernández fueron cálidas y enfocadas rumbo al sur.
Y no sólo descubre una ruta que acorta en mucho el tiempo de viaje; en mitad del recorrido innovador, Juan Fernández avista un archipiélago del que no se tenía noticia. El 22 de noviembre de 1574 Juan Fernández descubre un conjunto de islas e islotes de origen volcánico, a cuatrocientos kilómetros de Valparaíso, que en el futuro llevarán su nombre, y que inicialmente se denominan Santa Cecilia; son la isla de Más a Tierra, la de Más afuera, el islote de Santa Clara y otros menores. Luego, además de acortar el tiempo de navegación entre Perú y Chile de seis meses a sólo treinta días, Juan Fernández aporta el descubrimiento de esas pequeñas islas residentes en la inmensidad del océano Pacífico, el lago español, el mar del Sur.
Otras tierras en dirección a Occidente
Los dos hallazgos: la ruta entre El Callao y Valparaíso y el archipiélago de Santa Cecilia, despertaron en Juan Fernández nuevas ansias de intrépida navegación expedicionaria, y también en otros muy cualificados marinos como Álvaro de Mendaña, a quien el piloto Hernando de Lamero había llevado a descubrir las islas Marquesas y las islas Salomón en 1567, y como el ya citado armador Juan Jufré que también quiere participar en el descubrimiento de la Terra Australis Incognita que se dibuja atractiva hacia Occidente.
En 1575 Juan Jufré solicita permiso al Gobernador de Chile para embarcar hacia las islas que ha descubierto Juan Fernández, y proseguir, si cabe, aún más allá. La avanzada edad de Jufré, sesenta años le contemplan, no es lastre para emprender la aventura, en la que cuenta como piloto y capitán a Juan Fernández, que ya frisa los cincuenta.
Son dos los barcos que parten hacia poniente y uno el que en la primavera de 1576 llega a las costas de lo que hoy es Nueva Zelanda. Juan Fernández desembarca, pero no explora en profundidad; es decir, no conquista. Y pese a que a su regreso explica cuanto ha visto: una tierra montañosa, de suelo fértil, poblada por gente blanca, de ríos caudalosos y provista de alimento suficiente para la vida humana, no hay la debida continuidad en el descubrimiento para elevarlo de anécdota a categoría.
El doctor Juan Luis Arias dirige un memorándum a Felipe III, el Piadoso, en 1609 con relación al descubrimiento de Nueva Zelanda en tiempos de su padre, el rey Felipe II, el Prudente, advirtiendo de la necesidad de ahondar en la conquista para que devenga efectiva y beneficiosa:
“Cabe conquistar las tierras que ha descubierto el piloto Juan Fernández, luego de haber navegado ochocientas leguas durante un mes desde las costas de Chile hacia el Oeste, a la altura del grado 40, habiendo sido este Juan Fernández el mismo que antes había reducido a sólo 30 días de viaje la navegación entre Lima y la costa central de Chile.”
Juan Luis Arias atribuye el relato al maese de campo Pedro Cortés, hombre de crédito, que había oído la aventura de labios del propio Juan Fernández. A este respeto escribió el gran navegante Pedro Fernández de Quirós, en uno de sus memoriales:
“Me decía a mí Juan Fernández, piloto mayor de Chile, que le cortasen la cabeza si no había cerca una gran tierra [Australia] por las señales que vido en tantos viajes cuantos por allí hizo, y aún me daba a entender que la vido con sus ojos.”
Es posible, incluso probable, que Juan Fernández alcanzara las costas de Australia, aunque tal hecho no consta en documento alguno.
Pero la excesiva distancia de estas tierras con los lugares de partida provoca un prematuro desistimiento por parte de las autoridades españolas. La aventura les parece excesiva e insuficientes los medios para afrontarla y, de conseguir establecer una colonia, no se garantiza la necesaria fluidez de transporte; aspecto relevante para garantizar el éxito de la acción.
Los compases finales
Juan Fernández de Sotomayor continuó sus navegaciones por el litoral pacífico suramericano, que además de comercio le sirvieron para dar aviso de la actividad dañina de los piratas ingleses; y le permitieron descubrir las islas frente a las distantes costas chilenas de San Ambrosio y San Félix, refugio de aves.
En el año 1589, a una década de su fallecimiento, Juan Fernández de Sotomayor, de cuya localidad natal se duda, recibió el nombramiento de Piloto Mayor de los Mares del Sur.