El sacrificio del Regimiento de Cazadores de Alcántara, 14 de Caballería. Fernando Primo de Rivera y los Escuadrones de Alcántara
Con su arrojo lograron lo imposible
Campañas de Marruecos en el siglo XX: Las cargas del Regimiento de Cazadores de Alcántara
Del 21 al 29 de julio de 1921
La guerra de África fue un verdadero quebradero de cabeza para España, un país en desarrollo, con un ejército mal equipado y peor encuadrado, con un alto índice de analfabetismo y, por tanto, escaso conocimiento de la guerra moderna y, mucho menos, de la que, en plan guerrillas, se iba a encontrar en el Norte de Marruecos y sobre todo en el Rif, territorio agreste, salvaje y poblado por bereberes muy apegados a sus tradiciones y libertad, así como fieros hasta el salvajismo.
Frente a ellos, los soldados españoles, sin equipo adecuado, conocimientos e instrucción fueron carne de cañón para los rifeños, máxime cuando algunos de sus altos mandos, por aquello de alcanzar la gloria, sin medir sus fuerzas, territorio y rival, lo que alcanzaron fue la muerte propia y de miles de españoles.
El año 1921 fue aciago, el general Silvestre prometió a Alfonso XIII que para Santiago alcanzarían el núcleo rebelde Abd-el-Krim, Alhucemas, por lo que pleno julio inició una campaña de rápido desarrollo que dejaba posiciones, prácticamente incomunicadas y con escasez de agua. Los rifeños no tardaron en contraatacar cercando Iguiriben, defendido heroicamente por el Comandante Benítez o Abarrán, donde el teniente Flomestá se negó a enseñar el manejo de los cañones al enemigo y murió de sed.
Cortado en Annual el General Silvestre, surge la duda de si aguantar o intentar retroceder, optándose por esta última decisión, desastrosa porque la retirada se convirtió en una huida que como refiere el informe Picasso: “Se abandona Annual con todos los elementos, sin órdenes, sin instrucciones, sin plan ni dirección. Revueltas las fuerzas, confundidas, sin jefes, acosados por el enemigo y sin m as idea que la salvación en la huida individual, vergonzosa en unos, inexplicable en otros y lamentable en todos. Siendo inútiles los esfuerzos de unos pocos para frenar la avalancha que tan impremeditadamente se había dejado desbordar”. La masacre costó más de 10.000 vidas españolas y la humillación de un ejército, una nación y hasta del régimen monárquico.
Pero frente a tanta cobardía los actos de heroísmo, como hemos visto en Iguiriben o Abarrán, se va a producir un sacrificio colectivo para salvar lo salvable: el Regimiento de Caballería Alcántara mandado en ese momento por el Teniente Coronel Fernando Primo de Rivera y Orbaneja, hermano del Teniente General Miguel Primo de Rivera, recibe la orden de proteger la retirada hasta El Batel. Estaba claro que se enviaba a una muerte segura al ilustre Regimiento que ya luchó en Holanda en tiempos de Felipe IV. Pero nadie dudó, desde los educandos de banda, que morirían todos, hasta los veterinarios y herreros. Nueve cargas lanzó el regimiento, en las orillas del río Igan, el 23 de julio de 1921, frente a una masa rifeña muy superior en número, la última al paso, porque las cabalgaduras no podían más. Sin embargo los heroicos jinetes de Alcántara, consiguieron romper las líneas enemigas y el convoy llegar a El Batel, pero el precio fue espantoso: de 691 hombres, llegaron 67, más muertos que vivos, con su jefe al frente, sin caballo, y herido, más de un 90% de bajas, pero habían cumplido con su deber y habían protegido a sus camaradas, recuperando el honor perdido en Annual, Monte Arruit, Igueriben y el resto de posiciones de la línea defensiva del sector oriental del Protectorado.
Pocos días después, su jefe, el mencionado Teniente Coronel Primo de Rivera, moriría tras una gangrena en Monte Arruit, siendo condecorado con la Cruz Laureada de San Fernando individual y figura como número uno en el escalafón de Tenientes Coroneles de Caballería. Lo incomprensible es la no concesión de la corbata de la Orden de San Fernando al Regimiento; no fue suficiente la abrumadora mayoría de testimonios a favor en el juicio contradictorio ni el clamor popular que vio en aquellos soldados a verdaderos héroes con los que identificarse y a los que elevar las preces para su eterno descanso junto al agradecimiento por la gesta. Aspectos políticos enturbiaron el veredicto favorable; tal vez porque pesaba en demasía el desastre de Annual; o porque algún bastardo interés y mucha envidia con influencia impidieron honrar como es debido a quienes lo merecen.
Es en 2012 cuando, por fin, los héroes del Regimiento Alcántara reciben la merecida Cruz Laureada de San Fernando.
La Unidad quedó disuelta hasta 1927 y tras muchas vicisitudes ahora recoge su legado el Regimiento Acorazado de Caballería Alcántara n.º 10.
Honor a los héroes, desean Carlos Juan Gómez Martín, coautor del artículo en colaboración con los editores de esta página, Miguel Ángel Olmedo Fornas y Luz Trujillo y Trujillo Bosque, y el historiador Antonio Bellido Andréu, autor de la obra El Alcántara en la retirada de Annual: La laureada debida.
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Textos recogidos de la obra El Alcántara en la retirada de Annual: La laureada debida.
Fragmento del discurso del Coronel Director de la Academia de Caballería, D. Conrado Carretero de Pablo, con motivo de la entrega de Despachos de Teniente a la XXI promoción, en julio de 1966.
“Si en algún momento las fuerzas flaquearan, que condición humana es, volved a Valladolid, visitad este viejo solar (sede de la Academia de Caballería), contemplad el monumento que preside su fachada y cuando veáis nuevamente la arrogancia marcial de los lanceros y el gesto viril y enfebrecido del pequeño soldado de Alcántara, que con su heroico desprendimiento y total entrega logró sencillamente lo imposible, tengo la seguridad de que la sangre golpeará con más fuerza vuestras venas, que el corazón subirá a vuestra garganta, que una nube de lágrimas empañará vuestros ojos y que, en lo más íntimo de vuestro ser, sentiréis el inmenso orgullo de ser los continuadores directos de tanta grandeza, de tanto heroísmo, de tanto desprendimiento; y caeréis de rodillas porque el peso de tanta gloria no os permitirá permanecer de pie.”
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La conducta gloriosa de los escuadrones de Alcántara
Comprendido este epígrafe entre admiraciones, no diría más que escribiendo sencillamente el nombre de Alcántara. Un eco confuso, una incompleta noticia despertó desde el primer instante la admiración popular. Pero la intuición del pueblo hubo de suplir el relato de este trozo de epopeya, en que resucitan los jinetes de los días más grandiosos de nuestro Ejército. Tampoco esa relación aparece hilada en el expediente, por el curso de sus diligencias. Pero acaso brota con mayor efecto, porque de trecho en trecho, como aliviando la amargura de tanto testimonio descriptivo de las horas crueles, parecen atravesar al galope los escuadrones de Alcántara, llevando por dondequiera la ráfaga de su ímpetu, la ayuda de su arrojo, la barrera protectora de sus pechos.
Durante todo el día [23 de julio, pero también el 21, tomando posiciones y el 22, actuando a la carga para abrir brecha en el enemigo y proteger al resto de las unidades en marcha], los escuadrones de Alcántara, con marchas inverosímiles de rapidez y de obstáculos, apoyan los repliegues de todas las posiciones avanzadas de Drius; mantienen los flanqueos fuera de camino, combatiendo en despliegue y en cargas, batiéndose a pie los desmontados; y apenas pudiéndose reorganizar, vuelven a extrema retaguardia para cubrir los últimos restos de la columna en desorden, y hacen alto para aguantar las postreras acometidas de la harca. Están ya los escuadrones más que mermados, destruidos. Pero aún han de completar la hazaña, porque los contingentes enemigos han cortado el camino de Batel. Y allá van las reliquias de Alcántara, dejando un reguero de caballos repitiendo una y otra vez las cargas, con denuedo inaudito, manteniendo la lucha cuerpo a cuerpo, entregándose para saciar la fiereza del enemigo, hasta lograr que pase toda la columna de Drius.
Cuando cae la tarde [del 23 de julio de 1921], los cinco escuadrones de Alcántara son 12 jinetes en Zeluán, 15 en Monte Arruit. De los 40 del quinto escuadrón, que repitieron la salida de Tieb, no queda ninguno. Pero queda algo que vale más: queda el alma militar, personificada en el gran soldado que mandaba aquella tropa gloriosa, el teniente coronel Primo de Rivera [Fernando]; y la fortaleza de esa alma preside la cruenta y extraordinaria resistencia de Monte Arruit [referida la fecha al 29 de julio, con antecedentes de acción desde el 23 en Ishafen, Segangan, Zoco el Telatza, Batel, Tistutín, hasta esa jornada en Monte Arruit]. La falta de material quirúrgico siega la vida de Fernando Primo de Rivera, luego de soportar estoico, sin posibilidad de anestesia, una horrorosa amputación.
Ha muerto el caudillo y han muerto casi todos sus soldados. No obstante, el ejemplo permanece vivo e inmarcesible. Tras de la plegaria, el pensamiento busca la sonora gallardía de un endecasílabo. La pluma del juez instructor se detiene reverente y deja para perpetuar memoria, entre la rígida severidad de otras hoscas menciones, este excelso epitafio:
“La conducta de este regimiento fue gloriosa, cumpliendo el más alto deber de la Caballería: el de sacrificarse para salvar los otros institutos del Ejército y el honor de las armas.”
ABC, domingo 26 de noviembre de 1922
* * *
De la epopeya moderna
El escuadrón de la locura
En el momento trágico de la jornada roja,
en la feroz congoja
de la traición horrible,
brotó la flor altiva que nunca se deshoja:
la flor de lo imposible.
Lanzaron los clarines magníficos clamores,
llegó el momento trágico…
los sables refulgieron con rayos cegadores;
jinetes y caballos se irguieron voladores
ante el conjuro mágico…
Y allá fue la epopeya, jinete sin adarga
para la empresa loca:
Alcántara es un grito que el corazón embarga,
Alcántara es delirio que va de roca en roca
lanzándose… ¡A la carga!
Se estrellan los caballos en la muralla viva
de la morisca fiera.
Vibra el clarín agudo. Nadie el mandato esquiva.
Embisten conteniendo la tropa fugitiva…
¡Baldón al que se rinda! ¡Laurel para el que muera!
Hermanos y rebeldes son carne destrozada
por ansia de conquista.
El escuadrón avanza. La tromba ensangrentada
prosigue batallando con fiebre redoblada…
¡mientras el clarín vibre!, ¡mientras la Patria exista!
Se doblan los caballos y ruedan jadeantes…
¡Alcántara no cede!
Los sables se mellaron, son dientes de gigantes…
Repiten los clarines sus notas arrogantes…
¡Hay que seguir la lucha mientras un hombre quede!
¡Al paso…! – Los corceles no pueden ir al trote.
¡Al paso…! – La jornada su horror sublime alarga.
¡Al paso…! – Como nietos del loco Don Quijote.
¡Así van los de Alcántara! – Su gloria eterna flote.
¡Al paso…! – ¡Lo imposible! ¡Tal fue la última carga!
Busquemos las lecciones grabadas en la Historia
con lauro inmarcesible.
Y arriba, muy arriba, cual soberana gloria,
escúlpase de Alcántara la trágica victoria
diciendo: “Con su arrojo lograron lo imposible”.
M.R. Blanco-Belmonte, autor del poema