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Los héroes no necesitan relevo. Salvador Masip Bendicho

Los héroes no necesitan relevo

Del 12 al 30 de enero de 1943 en Mga y Posselok

Segunda Guerra Mundial: La División Española de Voluntarios al sur del lago Ladoga

Salvador Masip y Francisco Soriano



La ofensiva soviética en el invierno de 1942-43 en el sector de Leningrado, denominada Operación Iskra (Chispa), inscribe un hecho de armas heroico para la División Española de Voluntarios en Rusia.
Los soviéticos intentaron pasar el río Neva, el este de Leningrado, después de conseguir ventajas locales, mientras el peso de la batalla se daba al sur del lago Ladoga, por donde habían conseguido establecer comunicación con la ciudad a través de una línea férrea.
Desde el día 12 de enero, una gran ofensiva soviética por tierra, tanques, artillería e infantes, y aire, cazas y bombarderos, arremetía contra los doce kilómetros de línea que separan la ciudad de Schlüsselburg y el poblado de Gontovaia Lipka, habiendo penetrado por el sector del ramal del ferrocarril entre los asentamientos obreros de Posselok 1 y Posselok 5. Los soviéticos, aprovechando el rigor invernal, atacaban fuertemente desde dentro y desde fuera de Leningrado; en breve, de seguir la ofensiva, romperían el cerco y desbaratarían el frente alemán en su conjunto antes de la llegada de refuerzos o la mejoría en las condiciones meteorológicas. El general Govorov rompía el cerco de Leningrado tras dieciocho meses. El 18.º Ejército alemán, que mandaba el coronel general Lindemann, se encontraba en una situación delicada por estar desplegado en un frente extenso. Lindemann decidió que cada una de sus divisiones cediera un batallón para enviarlo a taponar la brecha.
El 16 de enero, el mando de la División Azul eligió al 2º Batallón del Regimiento de Granaderos 269º, todavía citado por los españoles como “Batallón de Román” en recuerdo a su carismático y heroico primer jefe en el frente del río Voljov (o Volchov). La unidad la mandaba accidentalmente el capitán Manuel Patiño Montes, en sustitución del comandante José Gabriel López Palazón, de permiso en España. El Batallón quedó encuadrado a la División 61.º del general Huhner, la más castigada. El 2.º Batallón cubría desplegado el subsector de Kolpino, frente a la fábrica de tanques, a la izquierda del río Ishora y de la línea defendida por el Grupo de Exploración y Explotación 250, mandado por el capitán Luis García Ciudad, y a la derecha del río Sslavianka y del 1.º Batallón del Regimiento 269 a las órdenes del comandante Tomás García Rebull.
Los aproximadamente 800 hombres del 2.º Batallón se reunieron en Ssluzk a la espera de la partida con el equipo a cuestas y una temperatura de 40º bajo cero.
“Españoles: Tenemos el honor de haber sido elegidos para taponar la brecha abierta por el enemigo al sur del Ladoga. Confío en vosotros, porque sé que os portaréis con la misma valentía e igual espíritu de sacrificio que habéis demostrado en anteriores ocasiones. ¡No defraudaremos a quienes han depositado en nosotros su confianza! ¡Viva España! ¡Arriba España!”

El contingente español mandado por el capitán Manuel Patiño Montes incorpora a su ayudante el teniente Herrero Pacios y el intérprete alemán de la Plana Mayor de Enlace es Lothar Furcht, junto al guripa Jesús Vélez Catalán que habla y entiende lo suficiente el alemán y es persona de confianza del mando. Integrado por: la 5.º Compañía la manda provisionalmente el teniente Enrique Acosta; la 6.º Compañía, el teniente Ocaña Muller; la 7.º, el capitán Salvador Masip; la 8.º, de Ametralladoras, el capitán Bernardo Olmedo Sánchez; la Sección de Asalto, el teniente Hernández Marrero; el jefe de la Intendencia, capitán Juan Ramos Pereira; los tenientes médicos Gómez López y Fontán; y el páter Victoriano Freixa Masal.
A bordo de camiones partió a las 20 horas de ese día 16 y llegó a Ssablino a las 9 horas del día siguiente. La 5.ª y 6.ª Compañías quedaron acampadas en el bosque inmediato, mientras la Plana Mayor, la 7.ª y la 8.ª se quedaron en el pueblo.
El camino desciende hacia el Sur, lento y penoso, atravesando el castigado poblado de Federovskoie, después la aldea de Annalova hasta el cruce con el Ishora en el arrabal meridional de Krasny Bor y la carretera Leningrado-Moscú. De ahí los españoles se dirigen, también en camión, al Sureste, pasando por Ulianovsky. Hielo y barro por doquier. Y Ssablino, el extenso poblado con hospital de campaña repleto de heridos, al final.
Los guripas del contingente español tienen que andar hasta los alojamientos en la zona sur, cerca del cruce de vías entre Krasnogvardeisk y Mga. Han comenzado las congelaciones, que todavía no son graves. El 17 de enero la tropa está preparada para operar en el frente.
Nada nos importa el frío
Teniendo la sangre ardiente;
Si se nos hiela el fusil
El machete es suficiente
Para que el mundo se entere
De que el infante español
Sabe morir en la nieve
Lo mismo que cara al Sol
    El 18 de enero el Ejército Rojo ha roto el cerco de Leningrado que duraba dieciocho meses.

Imagen de memoriablau.com

La madrugada del 21 al 22 se reinicia la marcha a bordo de los camiones. Rumbo Nordeste atrás quedaron el río Tossna y las isbas de Gertovo y Ustinka. Hacia Mga, a veinticinco kilómetros de Ssablino y a veinte de Schlüsselburg y la orilla meridional del lago Ladoga y el bosque de Posselok. A 40º bajo cero, con abundante hielo y espeso barro; camiones atascados, soldados a tierra para empujar, cargar y enderezar. Averías. El teniente Francisco Soriano con sus dos secciones incompletas actúa como el coche escoba: saca de la pista de rollizos los vehículos accidentados, intenta repararlos y prosigue cerrando la comitiva.
Si me quieres escribir
ya sabes mi paradero:
en el frente del Ladoga,
primera línea de fuego.

Los tenientes Gómez López y Fontán advierten del peligro de quemar los pulmones si se toma el gélido aire por la boca.

En Mga el capitán Patiño Montes quiere saber dónde están las posiciones del 162º Regimiento de Infantería, el PC (puesto de control) de la 61.º División de Infantería y el general Huhner. “Siga usted adelante y encontrará las posiciones. Allí le dirán lo que debe hacer”, le anuncian. El capitán José Aranda Larrañaga, que se acaba de reincorporar procedente de Ssluzka su 5.ª Compañía, también se muestra sorprendido.
La orden para los españoles llega: el enemigo se ha infiltrado por el centro de la línea. Se desconoce la profundidad de su avance, pero se sabe que ha arrollado a uno de los batallones y casi eliminado a sus efectivos. La misión consiste en enlazar con esa maltrecha unidad y relevarla.
La Artillería soviética afina la puntería mientras incrementa el cañoneo sobre todo el sector. Los alemanes retroceden y a los españoles no les queda otra que avanzar y posicionarse.
Mientras el Batallón hacía alto en el bosque, la artillería enemiga produjo la baja del capitán Aranda y de ocho voluntarios. Sin reconocer el terreno hubo que distribuir las compañías con el propósito de enlazar con el batallón alemán.
Por la derecha fue enviada la 7ª Compañía, que logró tomar contacto con el Regimiento de Granaderos 366º; por la izquierda, la 6ª Compañía también enlazó con las tropas alemanas, mientras la 5ª quedó en el centro algo más retrasada. La Compañía de Ametralladoras fue repartida entre las compañías de fusiles y la de morteros desplegó entre la 5ª y la 6ª, en el camino que salía hacia el norte desde el puesto de mando del Regimiento 162º Cerca de la medianoche del día 22 de enero entró en línea el batallón español; y es entonces, vistos y oídos o intuidos, cuando les da la sonora bienvenida un bombardeo artillero. El capitán Patiño ha establecido su PC en un búnker abandonado por los alemanes en plena selva, quinientos metros a retaguardia del dispositivo del Batallón. Se suceden los fuegos artilleros con las descargas de los cazabombarderos YAK-4 y Sturmovik.
El enemigo bombardeaba las posiciones del 2º Batallón con gran cantidad de baterías, morteros, “órganos Stalin” y aviación, produciéndose muchas bajas por carecer de protección alguna. La tropa había llegado a las posiciones con una elevada moral a pesar de estar fatigada a causa de una larga marcha nocturna, realizada con temperaturas bajísimas y sin tomar alimentos por hallarse congelados.
—¡Cubrirse, muchachos!
Los medios defensivos de los españoles son escasos y corren el peligro de congelarse, como los hombres; seis ametralladoras cubren una línea confusa que se adentra en el bosque, cruza un atajo y concluye en dos búnkeres desechos por los bombardeos.
Salen patrullas españolas a explorar los alrededores; cuando vuelven anuncian lo feo de la situación.
—¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra!
Los soviéticos de mezcladas etnias atacan por tierra, es la avanzadilla del grueso del ejército. La orden es resistir en las posiciones. Así lo comunica el enlace Carlos Cebrián Julián al alférez Emilio Tejeiro López en uno de los puntos calientes de la ofensiva soviética.
—Me envía el alférez Fernández Obanza para decirle que no se mueva usted de aquí, mi alférez Ha muerto el teniente Enrique Acosta y el alférez Fernández Obanza ha asumido el mando de la Compañía.
—Bien, dile que cumpliré la orden. ¡Hale, vete antes de que te casquen!
El ataque es furioso, en oleadas. La última contempla al enemigo avanzando con los fusiles terciados, esperando encontrar abandonada la posición; pero no es así y un nutrido y certero fuego los diezma. Y como no pueden los infantes recurren a los morteros y Órganos de Stalin para despejar el terreno y facilitar la penetración a pie que, pese a su empuje y número de efectivos, es rechazado con un elevado coste de bajas que impide garantizar un nuevo éxito. Son las doce del mediodía y el alférez Tejeiro, en vista de lo arriesgado de seguir aguantando las embestidas, ordena retirarse.
La 5.ª y 6.ª Compañías retrocedieron hacia el puesto de mando del Batallón, situado en unos pequeños búnkeres para tiradores individuales. Así protegidos, contuvieron el asalto de varios batallones enemigos, a los que hicieron una gran cantidad de bajas. A lo largo de todo el día hubo varios ataques de la infantería enemiga, precedidos siempre por la correspondiente preparación artillera. Pero los españoles consiguieron rechazar todos ellos. Cuando llegó la noche, el batallón recibió la orden de contraatacar en colaboración con otras fuerzas alemanas.

La 7.ª Compañía había quedado aislada del resto del batallón y se sostuvo durante todo el día sin dar un paso atrás ante fuerzas diez veces superiores, pero a costa de sufrir una enorme cantidad de bajas. Se hallaba en una zona desprovista de alguna obra de fortificación, en un terreno cubierto de bosques que impedía el enlace por la vista y favorecía los golpes de mano.
Manda la compañía el capitán Salvador Masip Bendicho, ilerdense nacido en 1913, distinguido al finalizar la Guerra Civil con dos Cruces rojas al Mérito Militar y otras tantas Cruces de Guerra, que había organizado tres islotes de resistencia, de los cuales él mandaba directamente el de la izquierda, en el que improvisó algunas obras de defensa con troncos de árboles y montones de nieve.
Los españoles del 2.º Batallón han sido cercados; y con mayor opresión la 7.ª Compañía. El capitán Masip, ya dos veces herido, se lo confirma al capitán Patiño por un enlace; éste, por el mismo medio, le pide que resista. Lo hará, y es nuevamente herido, ahora en el ojo izquierdo mientras dispara en primera línea a 40º bajo cero para contener el avance enemigo, que ataca en sucesivos escalones impidiendo el reposo de los defensores y la llegada de suministros, refuerzos, armas y municiones. El capitán Masip había sustituido al tirador del fusil ametrallador, baja por un disparo, se puso en su lugar y estuvo haciendo fuego con él hasta que recibió un balazo en el ojo izquierdo que le produjo una grave hemorragia, pese a lo cual se negó a ser evacuado después de ser curado ligeramente. De nuevo resultó herido de un balazo en una pierna, a pesar de lo cual siguió alentando a sus tropas.
El enemigo había conseguido envolver la posición de la Compañía, por lo que el capitán Masip dirigió la construcción de un parapeto en círculo para seguir defendiéndola. Agotadas las municiones, se incorporó para lanzar la última granada, ordenando al mismo tiempo armar las bayonetas, cundo una bala le produjo la muerte. Por fin, el jefe del Regimiento 266.º ordenó la retirada de la compañía detrás de la primera línea, pero continuó combatiendo durante todo el día a causa de las infiltraciones enemigas.
El capitán Masip es atendido de urgencia, no quiere ser evacuado y sigue animando a la tropa: “¡Duro, muchachos! ¡A por ellos! ¡Arriba España!”
Muchas bajas en derredor; la 5.º Compañía está en cuadro y sin municiones. Tienen que irse. Organizan la salida que es cubierta como pueden. El instinto les guía hacia las líneas propias, pero los obstáculos crecen, el enemigo prolifera y la amenaza de cerco es una realidad. Aquí y allá se van uniendo hombres que buscan los mismo y consiguen, al calor de la mutua esperanza, imponer un freno al avance enemigo; son una docena de aguerridos dispuestos a proteger a sus compañeros y a pagar con su vida. Disparan infatigables y escuchan un sonido que les infunde ánimo: son las baterías propias indicando la posición del PC.
—¡Alto! ¡Quién vive?
—¡España!
Han llegado. Los restos de la 5.º Compañía despliegan junto a la línea de búnkeres; la 6.º ocupa posiciones a su izquierda; de la 7.ª del capitán Masip no se sabe nada. Poco armamento e insuficiente reserva. Es imposible sostenerse en tales condiciones. Se idea resistir el ataque soviético y proteger la retirada a partir de una posición tipo erizo. Deben aguantar hasta nueva orden, y resisten. Pero ya no hay forma humana de contactar con los restos de la 7.ª Compañía.

El capitán Masip ha fallecido: un balazo en el pecho; la cuarta herida lo ha matado. El capitán Salvador Masip había visto como el enemigo inutilizaba momentos antes las últimas máquinas automáticas y como decrecía el fuego de los defensores, que ya sólo contaban con los fusiles individuales y una granada de mano. El capitán la aferró por el mango de madera y, blandiéndola a guisa de cachava, ordenó entonces a sus hombres que se concentraran en el anillo interior del círculo defensivo que había hecho improvisar en plena batalla. “¡Ánimo, chavales! ¡Arriba España!”, había gritado y, poniéndose en pie lanzó la granada de mano sobre las siluetas que se acercaban por entre la maleza. “¡Armad las bayonetas!”, gritó, y en ese instante se desplomó de espaldas en la nieve; muerto. Le fue concedida la Cruz Laureada de San Fernando el 20 de abril de 1944.
Prosigue la batalla entre los que atacan con todo, muy numerosos, y los que defienden con lo que pueden. Un tanque T-34 soviético precedía el asalto de los infantes soviéticos sobre las debilitadas líneas defensivas; disparó contra los blocaos, reductos techados de varia función, y destrozó uno tras otro. Aun así, hundidos en los parapetos, los guripas de la 7.ª Compañía resistieron hasta que, por fin, a las tres de la madrugada llegó la orden de evacuación hacia la aldea de Gontovaia Lipka. Los cuarenta hombres supervivientes de los más de doscientos iniciales, todos ellos hambrientos, sedientos y ateridos de frío, debían retroceder rompiendo el cerco soviético.
“El espectáculo, pese a la escasa visibilidad, era impresionante. El capitán estaba muerto, envuelto en una manta. Había sido herido cuatro veces y en la cuarta dejó escapar la vida. Los soldad os hablaban de él con esas expresiones que tienen los hombres cuando verdaderamente admiran a otro.”
Tomás Salvador

A esa misma hora nocturna, al sur del lago Ladoga, en la posición defendida por los hombres del capitán Patiño y el capitán Olmedo, caía muerto por disparos al atender a un herido en la línea de fuego el páter Freixa. Poco después y recién descifrado un mensaje del general Esteban-Infantes, moría el intérprete alemán Furcht. El mensaje dirigido al capitán Patiño dice:
“Cuartel General de Pokrovskaia, a 22 de enero de 1943. Al jefe del 2.º Batallón del Regimiento de Granaderos 269. España os mira y está pendiente de vosotros. Su prestigio está en estos momentos en vuestras manos. Tengo la seguridad de que sabréis mantenerlo muy alto. Emilio Esteban-Infantes”.
En esto, un enlace alemán entrega una carta al capitán Patiño:
“En mi Cuartel General de Prokovskaia, a 22 de enero de 1943. Al jefe del 2.º Batallón del Regimiento de Granaderos 269. Os habéis batido como unos valientes. En nombre de España os felicito con emoción y os envío un estrecho abrazo. Con soldados como vosotros nuestra patria volverá a ser grande. General Esteban-Infantes. General Jefe de la División Azul”.

Hambre y frío. También desconcierto y enorme tensión. El impetuoso viento del Nordeste, que acarrea el gélido aliento de la depresión del lago Onega y del mar Blanco (océano glacial Ártico) barre la selva de Posselok y la inunda de rumores y presagios.
Había que mantener la línea, pero esta vez el mando español no iba a permitir quedar aislado por la falta de apoyo de los alemanes. O juntos o nada. Y juntos, siendo doscientos los efectivos españoles, se inició el contraataque a las o’30 horas del 23 de enero. Pero duró poco la unión en el avance. Se quejaron los españoles del teniente Francisco Soriano que como sucediera en los combates en el lago Ilmen y los de la Bolsa del Voljov, los alemanes pretendían avanzar por las alas, se rezagaban y dejaban que los españoles se partieran el pecho delante y por el centro. Así lo expreso éste oficial al enlace (soldadograma) del capitán Olmedo. No obstante, los guripas obedecieron.
—¡Arreando, muchachos! ¡Arriba España!
El enemigo, sorprendido por el ímpetu de la inesperada ofensiva, se defiende tenazmente; y aquellos soviéticos que no pueden contener la avalancha anticipan su caída y haciéndose el muerto permiten ser rebasados por los españoles para apuntarles por la espalda. Descubierta la añagaza, los soviéticos que se rinden piden perdón y preguntan si los van a matar.
—¡Milost! ¿Ubiósh meñá?
Los españoles los empujan, “¡Davai!, hacia el PC del 162º Regimiento alemán.
El contraataque progresa. El capitán Olmedo se desgañita y empuja al filo del amanecer.
—¡Vamos, muchachos!
El objetivo está unos centenares de metros por delante. Son las diez de la mañana.

Todo el día 23 el 2.º Batallón tuvo que soportar aún el fuego intenso de artillería y morteros. La visibilidad es deficiente, el frío intenso; los alimentos se han congelado, algunas armas también. Y lo peor es que han sido nuevamente cercados. Ruge el cañoneo y aparecen los francotiradores; de mal en peor la situación. Apenas quedan ilesos una docena de guripas. El teniente Francisco Soriano lo ve muy crudo y no por culpa de la persistente niebla.
Un milagro: a media tarde un destacamento alemán da esperanzas a los guripas. Ha contactado con ellos y puede librarlos del cerco. El capitán Olmedo saluda al oficial alemán. Entonces, reunida la tropa en la medida de lo posible escucha el lacónico mensaje que trae su aliado. “No hay relevo para ustedes, los héroes no lo necesitan”.
Los camiones ambulancia que transportan los heridos españoles hacia la población de Mga avistan los ametrallamientos aéreos de cuatro IL-2 Sturmovik, alias La Parrala, y los certeros de la artillería soviética en la zona de la estación del ferrocarril. Para no ser alcanzados por la puntería de la ofensiva los desalojan sin contemplaciones, ocultándose a rastras en los matorrales y taludes.
Mientras, en la segunda línea establecida para los supervivientes del 2.º Batallón del 269, la intensidad del ataque no es menor, y las posibilidades de defensa no son mayores.

El domingo 24 de enero corre en la selva de Posselok la noticia del relevo. A cincuenta y cinco kilómetros de distancia, en la localidad de Mestelevo, el general Esteban-Infantes arenga a varias unidades de los servicios y Reserva de la División Azul. Hace mucho frío y sopla una ventisca heridora.
“¡Soldados! ¡Españoles! Nuestros compañeros, nuestros camaradas, nuestros hermanos del 2.º Batallón del Regimiento 269.º se están batiendo con heroísmo sobrehumano en el frente de Posselok. De ellos debemos tomar ejemplo cuantos tenemos el honor de integrar las filas de esta gloriosa División Azul que ya antes de ahora, en combates y acciones encarnizadas, se ha ganado el respeto y la admiración de nuestros lejanos compatriotas y de nuestros camaradas alemanes
¡Soldados! Ya sólo quedan poco más de medio centenar de supervivientes del 2.º Batallón! ¡Están luchando con el mismo heroísmo que debemos exigirnos a nosotros mismos en todas las circunstancias! Por desgracia, las circunstancias son adversas en el frente de Posselok, pero cada soldado español herido, cada soldado español muerto y cada soldado español superviviente se ha ganado la Cruz de Hierro, y por cada uno de nuestros muertos han muerto treinta enemigos.”

Horas antes de esta alocución honrosa, el general Emilio Esteban-Infantes había solicitado del coronel general Georg Lindemann el relevo de los menguados efectivos del 2.º Batallón del 269.
A medianoche del 24, los últimos heridos y congelados graves del 2.º Batallón fueron evacuados en trineos y barquichuelas al hospital de sangre de Gaitlovo, situado a tres kilómetros de distancia del PC del 162.º Regimiento alemán.

El día 25 de enero el general Huhner, jefe de la 61.ª División de Infantería alemana, solicita del capitán Manuel Patiño el apoyo de sesenta de sus hombres para ocupar una posición amenazada por el enemigo en la primera línea. Sesenta hombres es la casi totalidad de los efectivos en condiciones de combate de 2.º Batallón.
Se le asigna al teniente Francisco Soriano la misión de completar el número requerido y conducirlos al lugar destinado.
Al cabo de una larga y penosa caminata la columna alcanza la posición, se montan los puestos y recorre la línea, discontinua y de doscientos metros, para reforzar los puntos estratégicos. En seguida atacan los soviéticos y llegan hasta los mismos parapetos.
—¡Pabieda! ¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra!
—¡Arriba España! ¡Arriba España! ¡Arriba España!

Amanece el día 26 con andanadas artilleras soviéticas en todo el sector. Una de ellas, muy atinada en su cometido, destroza el PC español con todos los oficiales españoles; todos ellos, que son seis, incluido el capitán Patiño Montes, salvo el teniente Francisco Soriano, ahora al mando del contingente español,  han de ser trasladados, mal que les pese, al puesto de socorro, “el hospitalillo”. Sólo quedan en pie treinta y nueve españoles.
El mando del muy reducido contingente español corresponde al teniente Soriano. A su lado, a lo que  haga falta, está el sargento Odilo Martínez Álvarez. El teniente Soriano, jefe accidental del 2.º Batallón, recibe la orden, directamente dada por el coronel Vehrenkamp, de mantener la posición a toda costa hasta nueva orden y de transmitir su personal felicitación a los soldados a su cargo.
Se producen más bajas a lo largo del día, que reducen los efectivos a siete suboficiales y veintidós soldados. El teniente Soriano reorganiza el grupo, crea su propio PC y divide a los supervivientes en dos Pelotones: uno seguirá ocupando los puestos de primera línea y el otro pasará a situarse a medio centenar de metros a retaguardia. “Cada mañana se procederá al relevo de un Pelotón por el otro.”
Así se sostienen dos días.

El 28 de enero la ventisca aúlla y enturbia con velos blancos el paisaje inmediato. Del Norte, de la parte de Pushkin y las posiciones del río Ishora llega el tronar del bombardeo.
La Sección de Asalto del 269 forma junto al PC del coronel Carlos Rubio López-Guijarro. Manda la Sección el teniente Pulido y a su lado el cabo César Rodríguez Fernández, un veterano con dilatada experiencia en los diversos frentes soviéticos: la cabeza de puente del Voljov, la batalla de Possad, la de Ottenskij, la Posición Intermedia, la Bolsa del Voljov. El capitán Francisco García Toffé, jefe de la 5.ª Compañía Mixta del 269, Caballero Mutilado de la guerra de España, se dirige a los formados:
“¡Soldados! Conozco el esfuerzo que estáis realizando. Comparto vuestras penalidades, pero tengo que pediros un nuevo sacrificio. Sé que sabréis responder con la generosidad y el heroísmo con que lo habéis hecho siempre. Son muchos, desgraciadamente, los camaradas del 2.º Batallón que han muerto en la batalla de Posselok, al sur del lago Ladoga. Nosotros, españoles, no podemos ni debemos permitir que sus cuerpos caigan en poder del enemigo. Hemos sido designados para recuperarlos y darles cristiana sepultura. A ver, el que esté dispuesto a participar en la operación que dé un paso al frente.”

La Sección en pleno partió en camiones esa noche. Llegaron de madrugada a Ssablino y siguieron hacia Mga; allí descendieron y fueron andando por la selva de Posselok hasta alcanzar las líneas cubiertas de cadáveres españoles, alemanes y soviéticos.
Los hombres del teniente Soriano: un brigada, seis sargentos y veinte soldados, fueron relevados y conducidos al PC del 162.º Regimiento de Infantería alemán donde aguardaba un grupo de jefes y oficiales españoles al mando del teniente coronel José Guedea Millán Astray.

La selva de Posselok ofrece un aspecto desolador, tétrico. En dirección a la primera línea de combate se dirige la Sección de Asalto del 269 mandada por el capitán médico Menéndez y junto a él camina el cabo Rodríguez Fernández. La artillería soviética persiste en la devastación, removiendo la tierra y los cadáveres, lanzando obuses y cohetes por encima de los árboles que se iluminan a cada instante con sus mortíferas trayectorias.
Los españoles alcanzan la última posición defendida por los hombres del teniente Soriano: doscientos metros de zanja discontinua y cuatro búnkeres en los que se ha apostado una Compañía alemana. Comienza la penosa tarea de recuperar cadáveres españoles, que son muchos, y la mayoría destrozados.
Al anochecer, los diez hombres de la Sección de Asalto y el capitán médico Menéndez apilan los cadáveres en varios camiones y parten hacia Mga, luego a Ssablino, donde pasan la noche; y reemprenden viaje al amanecer hacia Ssluzk perseguidos por los artilleros y los aviadores soviéticos.

El sábado 30 de enero amanece una vez más brumoso, amenazador y muy frío. El día de embarque en camiones de los vivos y los muertos del 2.º Batallón del 269 Regimiento de Granaderos, con destino a Mga. El teniente, el brigada, los seis sargentos y los veinte soldados supervivientes soportaban el traqueteo de los vehículos y el cercano retumbar de las explosiones en silencio, tristes y abatidos.
Los dos camiones, el de la carga fúnebre y el de los supervivientes, llegaron a Ssluzk a las 3’30 de la tarde, lugar que fue punto de partida el martes día 8 para más de ochocientos hombres del 2.º Batallón del 269; ahora sólo eran veintiocho.
El teniente Francisco Soriano apareció acompañado del coronel del Regimiento de Granaderos 269, Carlos Rubio López-Guijarro.
—Muchachos, os felicito.

Transcurridas cuarenta y ocho horas de la llegada de los cadáveres y los supervivientes, hizo acto de presencia el general Emilio Esteban-Infantes. Al día siguiente, 2 de febrero, se procedió a bendecir las tumbas: “Caídos por Dios y por España. ¡Presentes!”
El cabo César Rodríguez Fernández había sido distinguido junto a siete de sus camaradas en las acciones de guerra en el Sector de Mga, al sur del lago Ladoga, y ascendido al grado de sargento por méritos de guerra. Quedó formada la guardia de honor frente al pequeño bosque de cruces presidido por una cruz de mayor tamaño, de abedul, en cuyo madero vertical se leía con trazo negro: “R.I.P. 2.º Batallón, Regimiento 269. Enero 1943”; y en el travesaño: “Caídos de Posselok”. El general Esteban-Infantes depositó al pie de la cruz tres coronas de laurel y una bandera española con el escudo nacional. Acto seguido, el general se dirigió emotivamente a los veintiocho supervivientes:
“¡Soldados! ¡Camaradas de mi División! Habéis sido el ejemplo esperado. Tengo aquí las felicitaciones de los alemanes por vuestra gesta. Escuchad lo que me escribe el coronel general Georg Lindemann, jefe del 18.º Ejército: El 2.º Batallón del Regimiento de Granaderos 269 se ha arrojado con verdadero heroísmo contra un enemigo numéricamente superior. Sólo así se explican las grandes bajas sufridas, que son también para mí especialmente dolorosas. Pero tenga usted, excelencia, la seguridad de que gracias a la bravura y entusiasmo de los españoles que intervinieron en esos combates, se pudo hacer frente al torrente rojo del enemigo. Recuerdo con profundo respeto a sus camaradas caídos, rogándole a usted transmita a los heridos mis mejores deseos de su pronto restablecimiento”.

A continuación leyó el mensaje también encomiástico del general de Brigada Huhner, jefe de la 61.ª División de Infantería alemana, y por último despidió las honras fúnebres: “Recordad a los caídos, a nuestros queridos caídos, y que su ejemplo nos sirva de estímulo para continuar la lucha contra el comunismo”.

Recuerdo a los caídos en la batalla de Posselok, al sur del lago Ladoga.

Imagen de ICHM

Fuentes
Fernando Vadillo, La gran crónica de la División Azul. Arrabales de Leningrado (II), García Hispán Editor.
Miguel Alonso Baquer y Luis A. Collado Espiga, Historia de la Infantería Española. La Infantería en los tiempos modernos. Volumen I. Ministerio de Defensa.


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