La exploración del golfo de Guinea
La vida de Manuel Iradier y Bulfy es asimilable a una novela, en la que el protagonista es un arriesgado personaje licenciado en Filosofía y Letras, influido por la relación con el afamado periodista y explorador Henry Morton Stanley, que decide embarcarse en la fantástica aventura de descubrir nuevos mundos para la geografía y la ciencia.
Nacido en Vitoria el año 1854, Manuel Iradier recibió la llamada del continente africano, por así definir su impetuosa vocación. Sus dos viajes de exploración al occidente de la zona ecuatorial son los más importantes emprendidos por un español en toda África subsahariana, reportando una valiosa tarea de múltiple estudio geográfico, biológico, etnológico y lingüístico, que a la postre dio lugar al territorio soberano de Guinea Ecuatorial con la lengua española como medio de comunicación.
En 1868, a la edad de catorce años, Manuel Iradier fundó en colaboración la sociedad viajera La Exploradora, que entre sus objetivos destacaba el proyecto de recorrer el continente africano desde el cabo de Buena Esperanza, límite meridional del mismo, vértice en la confluencia de los océanos Atlántico e Índico, hasta la septentrional ciudad de Trípoli en el Estado mediterráneo de Libia; anotando impresiones, orografía y cursos fluviales y lagos previamente descritos por los exploradores británicos Richard Francis Burton y John Hanning Speke; y quizá también las hazañas del español Pedro Páez que descubrió las fuentes del Nilo Azul.
Pero la entrevista con Stanley en 1872, que le sugirió trazara de Oeste a Este su previsto recorrido africano, modificó los planes de Manuel Iradier. El itinerario era peligroso; hasta la fecha todo intento de avanzar en esos territorios inexplorados había concluido en fracaso y tragedia; para Iradier representaba un añadido más a su desafío personal.
Manuel Iradier
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Primer viaje
Corría 1874 cuando a bordo del vapor Loanda Manuel Iradier, acompañado por su joven esposa, Isabel Urquiola, y su cuñada, partieron hacia la isla de Fernando Poo, concretamente al puerto de su capital, Santa Isabel; era su bautismo de fuego explorador, y el primero de los tres viajes que realizaría a la zona.
Recorrió en esta su primera presencia africana la friolera de 1.900 kilómetros en aproximadamente veintiocho meses, visitando las islas de Annobón, Corisco y Elobey Grande, y los lugares continentales de Inguinna, luego cabo de San Juan y de allí a Aye para remontar el río Muni y recorrer también los cauces del Utongo, Utamboni y Bañe, para alcanzar la región de los Grandes Lagos y retornar a la desembocadura del Muni; las cadenas montañosas de Paluviole y la sierra de Cristal, desde donde emprendió el regreso dirigiéndose al islote de Elobey Chico.
El periplo viajero le aportó relaciones con los grupos nativos de los fang, vengas, vicos, bapukus, valengues, bijas, bandemus, itemus y pamues; lo que posibilitó el estudio antropológico, etnológicos y lingüísticos de aquellos habitantes autóctonos, además de recoger datos geográficos y topográficos y numerosas muestras de fauna y botánica, también acopiando datos sobre numerosas especies de animales hasta entonces desconocidas para la ciencia. Y todo ello acosado por la fiebre y la malaria, contraídas a su vez por la esposa, cuñada e hija recién nacida, llamada Isabel, que falleció, aguardando en Tenerife después de abandonar con pena Fernando Poo. Las huellas de la enfermedad y el padecimiento eran visibles, de las que trató de recuperarse donde había fallecido su hija antes de volver con su familia: “Yo no era un hombre vivo, era el esqueleto de un cadáver”, escribió en su diario de ruta.
Regresó a España en 1877.
Segundo viaje
Al cabo de unos meses, finalizando 1877, Manuel Iradier inició el segundo periplo explorador en la misma zona. Este viaje posibilita el trazado de mapas de los lugares visitados, que serán posteriormente publicados por la Sociedad de Africanistas y Colonistas de Madrid; también consigue en esta segunda estancia en la Guinea Ecuatorial compendiarlos vocabularios y las rudimentarias gramáticas de las lenguas tribales autóctonas, además de recoger numerosos datos científicos relativos a la astronomía y la etnografía, y asimismo informes de carácter comercial, atmosférico y del régimen de pluviosidad y oscilaciones climáticas.
Tercer viaje
El 1 de agosto de 1884, Manuel Iradier iniciaba su tercer viaje con idéntico destino, plenamente avalado por la Sociedad Española de Africanistas y Colonistas, representada en el desplazamiento por el doctor Ossorio, que le encomendó la adquisición de territorios del golfo de Guinea aunque en ellos ondearan las banderas francesa y alemana.
La novedad exploratoria del tercer viaje, dado que recorrieron los territorios antes explorados, se amplió al río Noya y siguió hasta el límite navegable del río Utongo, para desde allí pasar por el río Cóngoa hasta el río Muni, desde el que descendieron para luego dirigirse a las costas del Buru, situadas al noreste de la bahía de Corisco.
Iradier dispuso su ascendiente sobre los fang, el grupo nativo más numeroso y dominante, para conseguir su firma en las actas de cesión, a la par que aceptando el protectorado español. El Tratado de París de 1900 ratificó la soberanía española en el territorio de río Muni, con una extensión de catorce mil kilómetros cuadrados, origen de la futura Guinea Española.
Los documentos y contratos de adhesión firmados por los jefes locales, un total de ciento uno, los entregó a su regreso, a finales de noviembre de 1884, a los mandantes, junto a las actas notariales de posesión sobre los correspondientes territorios. Manuel Iradier acortó la estancia en Guinea debido a su precaria salud constantemente afectada por las fiebres.
Como gratitud y en su honor, recibió agasajos y se procedió a la publicación de su memoria de viaje África. Viajes y trabajos de la Asociación La Exploradora.
Manuel Iradier relató su experiencia africana en varias obras, entre las que destacamos su cuaderno de exploración África tropical, la ya citada memoria de viaje y esta otra: África: un español en el golfo de Guinea.
Su último periplo viajero discurrió por la España peninsular, dedicado a negocios de madera y minería y proyectos de tendidos ferroviarios. Notable inventor, algunas de sus patentes fueron la de un contador automático de agua, un fototaquímetro y una caja de imprenta, aunque ninguna de ellas con repercusión.
Evidentemente agotado y muy quebrantada su salud, falleció en casa de un amigo en la localidad segoviana de Valsaín en 1911.